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domingo, 16 de noviembre de 2008

LA REBELIÓN DE LAS MASAS

Uno de los grandes ensayistas españoles es sin duda José Ortega y Gasset. Su pensamiento vislumbró las grandes debilidades no solo de su tiempo sino del mundo moderno que hoy vivimos. En su ensayo “La Rebelión de las masas”, nos plantea el deterioro moral de la sociedad, fruto no de un grupo de poder o de una determinada línea política, sino de una ideología mediocre que se instaura en cada ser humano, al punto de convertirlo en una “masa”, es decir, un ser sin pensamiento propio, sin evolución intelectual, ni siquiera una identidad de sus orígenes en tanto a nación, profesión y hasta familia.

El “hombre – masa “de quien Gasset nos habla, es quien campea por doquier, encarnado en personajes sin metas, sin ideales. Personas para quien vivir es únicamente respirar, comer, dormir y en nada obrar para sí mismo, peor aún para los demás. Es el ser atrapado en medio de todas las comodidades de la modernidad, dueño de dinero, títulos, cargos importantes, pero no dueño de sí mismo. Muchas veces un simple títere de la publicidad o la novelería, al punto que su ropa, costumbres, consumismo y hasta el vocabulario que emplea son parte del mundo externo que le rodea y para nada refleja su condición de humano libre, autónomo y pensante.


Vemos como sin meditarlo aceptamos cualquier moda, ritmo o costumbre foránea dejando de lado valores y tradiciones propias de nuestra cultura; olvidamos el compromiso con nuestra propia nación y no terminamos de entender que ninguna nación esta hecha. Todo pueblo se va construyendo o también destruyendo cuando no están sus habitantes para fortalecerlo. La naturaleza se sostiene a sí misma con sus propias leyes y esencialidades, pero ninguna civilización subsiste sin el desarrollo intelectual y moral de sus habitantes.

“Con más medios, más saber más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva”. Vivimos un tiempo en que podemos realizarlo todo, pero no sabemos qué realizar. Es aquí donde viene nuestro reto. Convertirnos en personas con personalidad, mente e ideas propias, donde realmente sepamos discernir lo bueno de lo malo lo absurdo de lo lógico. No nos dejemos engañar por medios de comunicación donde se ofrecen modos de vida fastuosos, pero sin ningún sacrificio. La mejor conquista es aquella que se logra luego de haber perseverado. No existe mejor triunfo que aquel logrado por nuestras propias manos y trabajo. De qué me sirve disfrutar un imperio que no lo construí, u ostentar un cargo por herencia y no por capacidades propias

El hombre – masa es el hombre cuya vida carece de proyecto y va a la deriva. Por eso no construye nada aunque sus posibilidades sean enormes. Construyamos una vida mejor para cada uno de nosotros. Diariamente tracémonos metas, objetivos. Si tenemos un sueño, luchemos por alcanzarlo. Entendamos que somos dueños de nuestro presente y en la medida que lo vivamos se forjará un futuro.

martes, 11 de noviembre de 2008

Las cosechas

La producción literaria de cada país es el reflejo del apoyo cultural y el desarrollo académico de un pueblo. Sobre la base de sus obras, los escritores cuentan y recrean el universo donde se compone y se descompone cada lugar, cada época; mas, muchas son las producciones que se condenan al anonimato, sea por desconocimiento, falta de valoración e incluso intrincados egocentrismos. A este afligido apartado se lo conoce como literatura invisible. “Las cosechas”, obra del riobambeño Miguel Ángel Corral, es plausible ejemplo de esta afirmación. Un autor cuya obra recién tuvo su edición como libro en 1960, pese a que alcanzó en 1913 el Primer Premio en el concurso de novela promovido por las revistas Mundial Magazine y Elegancias de París, por fallo de un Jurado compuesto por Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo, Ricardo León y Eduardo Martinenche.

LIBRESA dio un trascendental sendero en la valoración y rescate de aquella literatura invisible, al incorporar “Las cosechas” en su colección Antares, donde con el valioso y acertado estudio introductorio, cronología y notas de Franklin Cepeda Astudillo, destacado historiador e investigador de nuestra provincia, ahondamos en una cosmovisión ecuatoriana de finales del siglo XIX e inicios del XX, marcada por el único movimientos de avanzada que ha tenido nuestro país: “La Revolución Liberal”.

Las tenaces disputas entre conservadores y liberales se aluden con vivacidad en los labios de Enrique Marcos, protagonista de la obra, quien luego de su servicio y entrega a las reyertas armadas bajo las banderas políticas, asevera categóricamente que un país no puede avanzar sin el compromiso individual de cada habitante.

Miguel Ángel Corral, valiéndose de su personaje, con lenguaje pulcro y reflexivo, y como si vislumbrara el escenario de nuestra política contemporánea ratifica: “La política me inspira horror. La política entre nosotros no es otra cosa sino un infecto albañal, donde se han hundido nombres que pudiéramos llamar ilustres. Ella sólo es el patrimonio de los que claudican, de los vagos y caballeros de industria. Todo hombre de bien, de fortuna, de posición, tiene pavor de acercarse a esta cloaca, no pudiendo alejarse sin que le ahoguen sus fétidas emanaciones, o, por lo menos, la calumnia le atribuya pecados no cometidos. Quien honradamente trabaja, quien ha formado un patrimonio, no puede mezclarse en política… Quiero ser trabajador y no un político, sólo el trabajo puede sacar a la Patria del abismo en que yace, sólo el trabajo puede darle días de felicidad que hasta hoy no ha conocido… Para muchos, la Patria no tiene pesares ni miseria, sino tetas inagotables”.

Entre las maravillas naturales de nuestra entorno, la explotación, la pobreza y un no declarado amor, Las cosechas irradian una realidad del siglo anterior; de manera paradójica también expresan el comportamiento de un Ecuador de hoy, que sigue anclado en un absurdo oscurantismo político, donde la incapacidad para dirigir, la ignorancia doctrinal, permite que cientos de candidatuelos deambulen con mísero proselitismo en busca de un cargo público, no con el afán de servir a la sociedad sino como redunda Enrique Marcos: “Aquí no hay otro partido que el partido de los hambrientos y los explotadores… Nos matamos, combatimos, no como el espartano para cubrirse de lauros, sino como el caníbal para saciar el hambre”.

Cuán bien se haría por nuestra Patria si en lugar de reincidir en odios y egoísmos sectarios propios de una politiquería mediocre, nos dedicásemos todos a trabajar, no por el botín sino por los ideales de vivir en una tierra de mejores oportunidades. Coincidir con la ideología del protagonista de Las cosechas que manifiesta: “Aquí no hay nada más repugnante y asqueroso que los llamados partidos políticos. El trabajo me ha regenerado: hoy soy altivo, digno, inapto para mendigar un cargo público. El trabajo, el trabajo sólo puede salvar a la Patria, él sólo es capaz de matar la hidra revolucionaria, hacer de esbirros y paniaguados, ciudadanos independientes y honrados en suficiencia para dar al Ecuador horas de felicidad”.

Santamaría de los volcanes

De la pluma del escritor riobambeño Marcelo Lalama, Santa María de los volcanes, es una novela de ágil narración; una amena aproximación al pasado de una Riobamba moldeada al son de tradiciones, recuerdos familiares, personajes populares y otros elementos de índole social, recreados con sobriedad en cuatrocientas dos páginas de narración.
A través de un amor adolescente, el narrador nos interna en conocidos apellidos y barrios de una creciente Santamaría, nombre que resalta la religiosidad de una población que lentamente se interna en el desarrollo, con la melancólica certeza de en el trajinar, despojarse irremediablemente de componentes propios de un siglo anterior.
La constante trama de un crimen no resuelto ronda con sutileza la existencia de los habitantes de Santamaría. Entre esta incertidumbre, varios personajes confiesan mediante sus pensamientos el sentir de distintos grupos sociales. El poderío económico de una determinada clase parece asfixiar la intervención de otros sectores de la sociedad, representados en fugaces individualidades que no se fortalecen ni trascienden. Junto a ellos, la constante rivalidad entre conservadores y liberales sirve como detonante para el desarrollo de acciones beligerantes que confiesan la inestabilidad política no solo de una ciudad, sino de un país al que el destino parece haber condenado a la irracionalidad e ineptitud política.
Entre cometarios de beatas, procesiones, imágenes de santos y más elementos religiosos, el clero ostenta un evidente poder y una notoria complicidad con las clases pudientes a las que directamente sirve. En este panorama, la ligera mención del llamado “Obispo indio” vaticina ya el aparecimiento de una nueva corriente de pensamiento dentro de la Iglesia católica. Sin temor a equivocarme, podría afirmar también, que la visión futurista del escritor actúa como presagio de un doloroso hecho narrado entre sus páginas: El robo de La Custodia de Riobamba, inigualable emblema de arte nacional, cuya pérdida nos llena de desazón y vergüenza.
Santamaría de los volcanes es la añoranza no de la época que por efecto debe trascender. Es el reclamo necesario de todos aquellos elementos que a cuenta de la modernidad los enterramos por considerarlos caducos o fuera de moda. No es que se añore con esquizofrenia las serenatas, los tradicionales dulces o las tardes de sosiego que puede brindar un pueblo anclado en el tiempo. Pero sí es imprescindible rescatar todos los valores intrínsecos que se fortalecían junto a ellos. A pretexto del progreso una sociedad no debe renunciar a la formación de seres y familias íntegras. Bajo ningún concepto o filosofía el hombre debe apartarse del amor a Dios, a la tierra, el respeto a las tradiciones positivas, el valor irrefutable del honor y la palabra.
En su obra, Lalama invita a la trascendental búsqueda de la cultura, irrenunciable patrimonio al que debemos aferrarnos a pesar del ataque globalizante de megatendencias que pretenden despojarnos de nuestra identidad individual o colectiva. Sólo revisando y valorando el pasado podemos vivir con acierto el presente y proyectarnos a un futuro donde no se redunde en los yerros cometidos. Esto es posible con aproximación y aprecio a la cultura. Coincidimos así, en lo que uno de los personajes de la obra afirma: “Un pueblo sin tradición simplemente no tiene raíces, pero un pueblo sin cultura ha perdido para siempre su destino”.

Réquiem por la lluvia

El teatro ecuatoriano contiene interesantes obras que reflejan realidades y vivencias del pueblo. EL Teatro no es otra cosa sino la representación del mundo mismo, con el que nos despertamos, respiramos y dormimos. Incluso cada ser humano puede ser considerado como el gran actor dentro del escenario de la vida. Uno de nuestros renombrados escritores dramáticos, es sin duda José Martínez Queirolo, autor de piezas teatrales que han sido escenificadas en distintos tablados del país. Así: La Casa del qué dirán, La dama meona y Réquiem por la lluvia han llevado su mensaje con un tono claro y muy particular. En el caso de la última, se entremezcla el drama con la ironía para presentar el vació que deja la muerte de una lavandera. Jesusa, muere víctima no de las intensas fatigas de lavandería; su muerte es una culpa colectiva que directa o indirectamente inmiscuye a todos, sea desde el plano de explotadores, tramposos que no pagan sus deudas o indiferentes a quienes en nada les afecta el dolor humano o la miseria a la que muchas personas de nuestras proximidades son sometidas.

“La matamos todos” asevera una de sus frases, como afirmación de la burda realidad que como país atravesamos, en donde la pobreza, el desempleo, la desidia reinan por doquier dando paso al incremento delincuencial, la mendicidad de niños y ancianos entre otros males. Mas, si analizamos el verdadero origen de la problemática, creo que coincidiremos en una culpa colectiva. El hecho de siempre quejarnos y no obrar es la primera manifestación de retraso. Culpar a otros de nuestro fracaso es una manera de subdesarrollo mental; No arriesgarnos a emprender un proyecto puede estar bien si nos dejamos llevar por el temor, pero frenar o entorpecer los proyectos positivos de otros, sí es imperdonable. Acciones como lastimar un monumento público, trabar una cabina telefónica, rayar el asiento de un bus, pueden parecer triviales, pero si analizamos los resultados, llegaremos a la conclusión de que estos gestos no aportan al crecimiento de nuestra sociedad y es una forma de matarnos con la espada de la “ignorancia”.

El subdesarrollo no obedece solo a un grupo dominante. Cada individuo que no crece para sí mismo es cómplice del retraso global, todos somos pieza indispensable en el funcionamiento social; al fallar una de las partes, la sociedad se estanca. De pronto puedo parecer amarillista, pero si a esto le agregamos la relación padres e hijos, notaremos que ahí se presenta el mayor desfase cuando por nuestra incapacidad materna o paterna entregamos al mundo seres humanos infelices, criados en un ambiente de desamor, soledad y abandono. No se requiere ser vándalo, antisocial o politiquero para entrar en la lista de quienes arruinan un Estado. La actitud de “no hacer nada o no opinar para no meterme en problemas” puede y de hecho es la gran manera de asesinar los intereses del mismo pueblo porque nadie puede permanecer fuera de la responsabilidad histórica que tiene para con el mundo que habita.

La Emancipada

Para la literatura de nuestro país, La Emancipada es considerada como la primera novela ecuatoriana. Su autor Miguel Riofrío narra en sus líneas una sociedad netamente machista y patriarcal, donde la mujer se ve privada de sus más elementales derechos. En una de sus partes, se expresa: “El hombre ha sido creado para el servicio y la gloria de Dios, mientras que la mujer ha sido creada para la gloria y el servicio del hombre”. En medio de este ambiente surge la protagonista de la obra, quien se consolida como “La emancipada”, es decir la mujer que se libera del abuso y el maltrato masculino.

Lo paradójico está, en que tal temática expuesta como trama de otro siglo, se sigue viviendo en nuestra actualidad. Nos decimos gente del siglo XXI, ciudadanos de una aldea global, pero por desgracia, la mujer aún sigue siendo víctima de abuso por parte del varón. Una estadística publicada por la Comisaría de la Mujer, revela como cada 15 segundos una mujer es golpeada; cada 12 minutos una mujer es violada; a nivel mundial el 95% de abusos físicos, emocionales y sexuales los sufren mujeres y niñas. Se habla mucho de la equidad de género, pero a pesar de los innumerables logros que han tenido la mujer en los últimos años, considero que aún existe mucho camino por recorrer.

Ser mujer es una condición sublime, pero es también una gran responsabilidad. En la mujer está la base de la sociedad. La mujer es quien educa y guía a la familia; es el alma de la casa, la pasión del hogar, el fuego que aviva el desaliento de los hijos; por ello es justo ubicarla en el sitial de igualdad de derechos que tiene junto al varón. Por su parte la mujer está en el deber de ser escultora de su propia condición femenina, porque igualdad junto al varón no consiste en imitar lo malo de éste, sino fortalecer los valores de dignidad, respeto y autoestima pertinentes a toda condición humana.

Es verdad que aún la mujer sigue siendo crucificada por la violencia absurda, por la publicidad mediocre que mira únicamente el cuerpo bello o la cara de ángel olvidando que la mujer no es un simple modelo de belleza física. Mujer es ideal, camino, refugio u horizonte. Mujer es ejemplo vivo retratado en destellantes figuras como: Mariana de Jesús, Heroína Nacional, Piedad Zuru, primera representante de la mujer en la OEA. Indira Gandy, Primera Ministra de la India; Golda Meyer, Primera Ministra de Israel; Angela Davis, mujer de color que luchó sin tregua por la liberación de los negros. Rigoberta Menchú, Eva Perón, Teresa de Calcuta, y tantas mujeres que con su corazón abnegado lucharon sin tregua por una comunidad mejor.

Posiblemente alguien opine que este artículo estaría acorde con la celebración del 8 de Marzo que es el Día Internacional de la Mujer; pero la mujer no es motivo para un día; es motivo para diariamente recordar nuestra sensibilidad para amar y respetar al sexo femenino, por ser todos extensiones del mismo.

Que cada mujer nos recuerde el retrato de la madre, de la hija, la esposa o el amor que nos encandiló en alguna ocasión el alma.