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domingo, 5 de abril de 2009

Sobre el libro infantil

El dos de abril ha sido destinado para la conmemoración del Día del Libro infantil. Desconozco cómo se lo celebre en otros lugares, pero espero que en nuestro medio se dé el valor respectivo a la actividad lectora como uno de los sistemas óptimos de aprendizaje para el ser humano.

La lectura en el mundo infantil es la base para los grandes intelectuales del mañana; es necesario potenciar el gusto por leer desde tempranas edades porque sólo así podremos esperar un desarrollo intelectual en nuestras posteriores generaciones. El incentivo para los futuros lectores no es tarea de la escuela; el afán por la lectura nace en los primeros años; la niñez es la etapa para enseñar el amor por la lectura; junto a la cuna se tejen las grandes historias y se despierta la curiosidad por el descubrimiento de incontables universos. Luego en el hogar la inclinación por leer se consolida cuando los adultos creamos espacios para esta actividad, mediante la adquisición de periódicos, revistas, libros atractivos para los pequeños/as. Pero, enseñamos a leer cuando nosotros también lo hacemos; en sus primeros años el niño/a basa gran parte de su aprendizaje en la imitación; al vernos a nosotros tratar con encanto, con atención, con cariño un libro, ellos/as aprenden lo valioso de la lectura y sólo así, habremos enseñado el secreto para la autoeducación.

Sería inaudito creer que nuestra educación forja talentos; la historia ha demostrado que los grandes pensadores de nuestra tierra son fruto de su afán por la lectura y la búsqueda constante del conocimiento a través de los textos. Un solo ejemplo para no mentar una larga lista, es nuestro orgullo ecuatoriano: El Dr. Eugenio Espejo, quien viviendo en una época sin la facilidad tecnológica e investigativa que hoy poseemos, supo adelantarse a la historia y a la ciencia en muchos años. La respuesta al origen de su sapiencia es fácil: Los libros, tanto aquellos impresos por el hombre como el gran libro de la naturaleza que también nos olvidamos de leer.

Vale cuida también el tipo de material que acercamos a nuestros pequeños/as, lastimosamente muchas publicaciones buscan un mero fin comercial y por ello ofrecen productos editoriales de buenas presentación, atractivos colores pero vacíos de ideas o valores; No caigamos en trampas comerciales al adquirir textos donde se destaque la violencia, el odio, la vida sin esfuerzo. La principal característica a considerar al comprar un libro para niños/as, es el contenido; la guía espiritual o humana que este puede dar al naciente lector.

Creemos en nuestros hogares un espacio especial para los libros. Así como en el hogar no puede faltar el pan, tampoco pueden faltar los libros. Desechemos el criterio o el desgano que manifestamos cuando se trata de adquirir uno; pensemos como en innumerables ocasiones hemos gastado con más alegría en una botella de licor o en alguna baratija que luego yace abandonada en algún sitio de la casa y cuántas veces hemos menospreciado la compra de un texto. Finalmente, considero que una gran manera de sembrar recuerdos en nuestros menores es vencer por un momento el sueño o el cansancio de la noche y con ellos perdernos en la magia de una historia donde quizá se hable de libertad, esperanza, amor por nuestra tierra o la simple idea de vivir en paz.

LA PESTE

Frente a la palabra peste, la gente suele escandalizarse inconscientemente, relacionando el término con la enfermedad o el infortunio. En este caso, La Peste, es el título de una obra escrita por el autor francés Albert Camús. Novela que se la clasifica dentro de la llamada narrativa existencial, porque confronta al ser humano con la gran responsabilidad de vivir, entendiéndose que el existir es dejar alguna huella de nuestro paso por el mundo.

La peste es una alegoría que nos enfrenta a todas las debilidades que como sociedad o individuos transportamos en nuestra idiosincrasia. La peste dentro de la obra no puede ser entendida como una plaga que asola con la vida de una ciudad, sino es el extenso conjunto de vivencias de cada pueblo, que partiendo de un ser colectivo marca hondas huellas en el pensamiento y comportamiento de sus habitantes.

Qué forma tan horrenda de peste es la corrupción que campea en los diversos estratos sociales, y más grave aún la impunidad con la que se premia a tantos estafadores del dinero público. Formas de peste son las guerras que en ningún tiempo y bajo ninguna circunstancia tendrán justificativo porque en el fondo son obscuros motivos de un grupo reducido de gente los que empuja a una mayoría inocente a verse privados de hijos, padres y amigos.

La peste la llevamos cada uno en aquella insolidaridad o egoísmo que nos impide trabajar en equipo para cumplir ideales comunes. Preferimos una conveniencia personal antes que un interés colectivo, y de esta manera nos vemos anclados en un subdesarrollo intrascendente, porque no es que nos falten recursos o capacidades. Es un serio problema de mentalidad.

Cuando aceptemos que nuestro deber bien cumplido o nuestro trabajo bien desarrollado es la mejor forma de servir a los otros, llegaremos sin darnos cuenta a la excelencia de la convivencia.

Cuando Camús, escribió su obra en la primera mitad del siglo XX, la metaforizó con variados elementos que ya he citado; pero ahora esta comparación se amplia, si miramos como la peste de la pornografía, la explotación infantil, la droga, y otros elementos nocivos, van minando nuestra endeble estructura social al punto que en vida vemos morir ideales, anhelos y aspiraciones justas para cualquier familia o ser humano.

La peste está a la vista en los rostros de tantos desempleados, de ancianos que no reciben un trato digno, de mujeres maltratadas o madres ofendidas. “HAY EN LOS HOMBRES MÁS COSAS DIGNAS DE ADMIRACIÓN QUE DE DESPRECIO”, decía Camús, y estoy convencido que como seres humanos podemos construir los sueños que queramos.

“La salud, la voluntad y la pureza, son el resultado de la voluntad”. Camús amaba profundamente la vida y todo su trabajo se dirigió al empeño de salvar al hombre del dolor y de la muerte; creo que de este modo la literatura y las obras de los grandes autores contribuyen a mirar el mundo con otra perspectiva.

Crear una nueva sociedad es el reto de todos.

FE O PAGANISMO

Cuando se trata de religión, son muy respetables las tendencias que cada creencia religiosa profesa, pero, al mismo tiempo vale la pena destacar los desvaríos que solemos cometer ya sea por ignorancia, superstición o manipulación mental. De una u otra manera, en mayor o menor proporción, las religiones no dejan de ser aquel opio del pueblo y de la conciencia del que hablaba Marx. Nos guste o no, las religiones en alguna parte de sus estructuras, buscan crear un ser humano ajeno a la realidad atado a dogmas imaginarios que apartan al individuo de lo biológico, lo intelectual y lo natural.

Qué fácil es ofrecer lo que no se puede dar. Qué fácil es predicar serenidad cuando no hay preocupación por el pan de los hijos, el empleo, los retos de la vida diaria, y se disfruta plácidamente de todas las comodidades posibles. Qué fácil es pedir a una persona resignación, paciencia, sacrificio, con la idea de una felicidad después de la muerte. Una trampa tan sutil para que ninguna doctrina sea rebatida; una trampa que nos impide discutir y hasta dudar, so pena de ser tildados como herejes o pecadores. Mientras tanto, el hambre, la miseria, el irrespeto a la misma felicidad humana sigue latente en tantas doblegadas cabezas que desde que nacieron les imputaron la marca de un “pecado”.

No es que niegue a Dios, pero no podemos predicar fe, compasión, santidad hacia lo que no vemos, cuando en el plano de la realidad, destrozamos la humanidad que podemos palpar y contemplar. Cómo se puede hablar de pobreza tras el púlpito de la opulencia, de misericordia, tras la cortina del juzgamiento irracional a los hombres y a las cosas. Cuántas veces se han edificado santuarios y catedrales para venerar un trozo de yeso o de madera mientras en su puerta la ignominia de la mendicidad es su primer azote.

Las religiones nos exigen tanto, pero, al mismo tiempo deberíamos preguntarnos: ¿Qué nos da la iglesia? ¿Qué hace la iglesia por el pueblo? A más de la irrebatible promesa de una dicha eterna (no comprobable por supuesto), ¿cuál es la verdadera función de las religiones? Dios no necesita intermediarios. Dios no necesita farsas como las que se suelen levantar por motivo de determinadas fechas, que en lugar de prácticas religiosas, son eventos comerciales y folclóricos.

En Riobamba es una vergüenza, la manera como a través de la imagen del llamado Rey de Reyes, se trafica con la conciencia de la gente. Es intolerable que en el siglo XXI se levanten criterios de imágenes genuinas e imitaciones sin valor. ¿Acaso esto no es una adoración pagana similar al llamado becerro de oro que se cita en la misma Biblia?

Es una locura despilfarrar ingentes sumas de dinero para promover desfiles, lances artísticos y otras actividades que bien se podrían realizar sin incluir el tema de la divinidad. Si tanto se dice venerar a Dios a través de una mal encaminada devoción, por qué no invertir este esfuerzo económico en casas de salud, orfanatos, asilos u otros planes de apoyo social. Dios está en el ser humano que necesita recuperar su condición de tal; un ser humano al que nadie debe mirar con compasión porque el promover el crecimiento material y personal de otras personas, es un deber moral para con el medio y el instante histórico donde nos desarrollamos.

No por seguidores de una religión, devotos de algún santo, o el efímero espíritu navideño velamos por el bienestar de otros. Libre de cualquier creencia religiosa, El Estado, la sociedad y cada individuo tiene la responsabilidad de promover mejores situaciones de vida para la gente con la que cohabita. La opción al empleo, a una ancianidad o niñez donde se respeten los espacios y características propias de cada edad, un servicio de salud profesional y no extorsionador, un plan de vivienda que finalmente saque de las calles o de los tugurios a tantas personas, un aire de libertad en todas sus extensiones: pensamiento, acción, creencia, expresión; una educación humanística, desrobotizada y despolitizada, es lo que debería predicarse o entenderse como señal de amor a un Dios sea cual fuere.

Con cánticos, limosnas, imágenes o pregones el mundo no puede cambiar. Dios es el hombre y el hombre es Dios.

El mono que piensa II

En el arduo camino para el desarrollo del pensamiento humano, el cultivo de la inteligencia ha sido preocupación vital para muchas culturas; los griegos dejan el gran legado para el mundo occidental con su humanismo y el amor al arte, a la filosofía. En sí, el ser humano es el centro del universo; sobre él, giran todos los cambios para su bienestar presente y futuro.

Hoy la persona humana se ve desplazada por lo material, el dinero, la imagen exterior que muchas veces esconde seres vacíos y fracasados. En un programa televisivo, una adolescente afirmaba: “no pretendo estudiar, porque con mi belleza física me basta”. Vivimos la era del escaparate, donde se da valor a lo externo, sin interesar el mundo interior. Somos fácil presa de cualquier novelería que se publicite por la radio o la televisión. Los valores siguen existiendo pero los manejamos de acuerdo a nuestra conveniencia fomentando así el deterioro de libertad, paz y conciencia.

El origen de todo se dirige al mal uso (o no uso) de la inteligencia. En un artículo anterior mentaba como este don sitúa a nuestra especie en el plano más alto de las especies, pero también el empleo inadecuado de la misma nos ubica entre los niveles más degradantes de lo creado. Guerras, fratricidios, asesinatos, abortos, mendicidad y otros males son el resultado de una inteligencia desviada al bienestar o satisfacción de uno o unos pocos, en perjuicio de un inmenso conglomerado.

Miles de años de evolución han perfeccionado la tecnología mas no podemos hablar de civilización si tenemos calles pobladas de mendigos (mendigos de dinero, de trabajo, de oportunidades y hasta de besos), familias desintegradas, hambre (de comida, de tiempo, de cariño), una imperiosa necesidad de sabernos personas y no objetos de comercio a quienes economistas y analistas clasifican como fuerza de trabajo, consumidores o desempleados.

Nuestra inteligencia jamás debería admitir la crucifixión de tantos niños/as en parques o plazas. Debemos reorientar la inteligencia humana a la búsqueda de un servicio colectivo. Entender que no tenemos existencia inmortal y por tanto es absurda la desmesurada acumulación de riquezas materiales a cambio de bienestar personal. Entender que en nuestro cerebro está la opción de vivir esclavizados o no al condicionamiento de grupos poderosos que manejan nuestra conciencia y nuestra vida con sus ofertas o productos que no son realmente necesarios.

El interrogarnos a nosotros mismos sobre el porqué o para qué realizamos tal o cual acción, incluso el porqué de uno u otro estado emocional nos llevaría con el tiempo a un principio de sabiduría que en sí, es el correcto uso de la inteligencia. Si usamos bien la inteligencia habremos triunfado para nosotros y el triunfo de cualquier ser humano es un triunfo para el mundo.

El mono que piensa I

El mono que piensa I

Si nos basamos en la teoría de la evolución, hace miles de años, en algún momento de la historia, en algún lugar, un primate cualquiera, quizá sin saberlo pensó por primera vez. Aún no se había inventado ni siquiera la definición de pensar o pensamiento, pero este mono cualquiera, con una acción simple como el no colgarse de rama en rama para buscar alimento y servirse de lo que tenía a la mano sin necesidad de esfuerzo, creo una nueva forma de vivir. Más tarde su inteligencia (que para entonces, tampoco sabía que la tenía), evolucionó hasta desarrollar el mundo que vivimos. (Obviamente no fue de la noche a la mañana, fueron siglos de caídas, errores, fracasos, pero, el mundo debía ser diferente).

La historia demuestra como el gran valor para el progreso del ser humano es la inteligencia. Todo lo material que miramos a nuestro alrededor, desde el mínimo alfiler hasta la más sofisticada nave espacial es producto del ingenio del hombre. Los grandes pueblos de la antigüedad, no necesariamente vencieron o dominaron por la fuerza sino por la inteligencia de individuos que revolucionaron la guerra con nuevas armas, o tácticas e incluso sobre ello se impuso el peso de la cultura como el caso de los romanos que habiendo vencido militarmente a los griegos, más tarde sucumbirían a la cultura de estos.

El poder de la inteligencia, motivó grandes transformaciones sociales; antes de cualquier revolución, por necesidad existieron las ideas. De forma lamentable, debemos reconocer que no siempre la inteligencia ha estado al servicio del bien y por ello los anales históricos también se tiñeron de sangre, destrucción y robo por parte de cerebros que no emplearon su talento para el bien colectivo.

El mundo moderno no ha sido conquistado con guerras ni armas. El poder de la inteligencia empleada para enriquecer a unos pocos a costa de la ingenuidad de la “manipulable masa”, es la tangible demostración de un poderío que se ejerce a través de la publicidad y la tecnología. ¿Quién puede negar la hegemonía japonesa en el mundo?; y de seguro todos sabemos que fue el gran país devastado en la Segunda Guerra mundial. ¿De donde vino su poderío?, ¿de dónde su fuerza y su potencialidad actual? La respuesta es fácil: todo parte de la inteligencia, las ideas, aquella parte de nuestro cuerpo llamada cerebro y que no explotamos en toda su magnitud.

No vamos a cambiar nuestra vida, ni nuestra familia, peor aún la sociedad, si no cambiamos nuestra manera de pensar. El éxito o el fracaso vienen de nuestro interior. Es el cerebro quien ordena sentirnos felices o amargados; las ideas positivas o negativas se originan en el pensamiento, de allí la frase: “Si piensas que estás vencido, lo estás”.

Existen múltiples formas de enriquecer la inteligencia. Me aventuro a recomendar la lectura como un gran mecanismo para pensar. No una lectura semanal del periódico o una lectura de temas inútiles. Exijámonos leer temas desconocidos, artículos difíciles, textos complicados que obliguen a nuestro cerebro a concentrarse, releer, investigar hasta comprender mensajes y significados. Al inicio, no parece una actividad atrayente ni entretenida. Pero la constancia y el tiempo podrán convencerte que solo en ti está el poder de transformarte. (Continuará)

DEL HOMBRE CREADOR

¿Acaso la creación es la búsqueda de lo desconocido, y a partir de ella, la búsqueda del entendimiento de uno mismo? Todos los cambios humanos que han afectado a la humanidad son fruto de la creación; la creatividad se vuelve real cuando tocamos el objeto, el cuadro, el ser creado. Así, todos somos creadores. No importa el lugar, la generación o la edad desde donde percibimos el mundo.

Tan creador es el niño/a que inventa, juega o recrea su orbe, como el científico que escudriña los enigmas de una galaxia. No podemos crear desde lo externo hacia adentro. Toda nueva forma de ser o existir nace desde la interioridad. Antes de que Da Vinci, Miguel Àngel o cualquier genio construyeran las obras que conocemos, ellos edificaron su espacio interior. El limbo de la conciencia, la inteligencia, la armonía consigo mismo y luego el equilibrio con lo extrínseco.

Nuestra vía humana debe llevarnos a la creación de la nueva persona. El ser que nunca debe ser igual al de ayer. Cada día es una evolución, un no conformarse con lo ganado o lo perdido sino buscar un peldaño más para el desarrollo intelectual o espiritual. El descubrimiento de nuevos libros, la lectura de textos que obliguen a mirar la realidad desde otras realidades, conlleva a un nuevo nacimiento. Cada día morimos para renacer en una nueva categoría de hombres. El ejercicio de nuestra profesión no se asemejará para nada a lo practicado en otros instantes, pese a los grandes resultados alcanzados. La convivencia como amigos, hermanos, padres, hijos, jamás se repetirá en los días posteriores porque de ocurrir así, estamos detenidos en la evolución humana. Si no cambias te destruyes, si no evolucionas, quedas fuera del mismo ciclo de la vida.

La práctica del silencio, la meditación, el encuentro con las palabras o pensamientos de intelectuales, filósofos o pensadores del recorrido humano debe auspiciar nuestro despertar, una forma de vivir distinta para cada tiempo. Para quien ama, la misma manera de amar no se repite, trasciende luego de cada momento compartido; se vuelve madura, equilibrada, al punto de provocarnos paz absoluta, porque el amor no es otra cosa que la paz que dos almas se producen mutuamente, estén juntas o no. De no ser así, deja de ser amor y se pierde en el abismo de la rutina que nos condena al fracaso.

Finalmente, todo el que busca ser creador, partirá de la destrucción. La luz nace de las sombras, el equilibrio del caos, la armonía de la desazón. Destruye tu modo de trabajar y busca una nueva forma de producir. Olvida la ruta que recorres a diario, los mismos tipos de lectura, las personas que frecuentas; arriésgate a ingerir un alimento que nunca has consumido o asiste a un sitio al que jamás has ido. Escucha nuevos ritmos, inventa nuevas formas de vestir, peinarte; da una alzada de hombros a quien te alaba o te critica y sólo así llegará la construcción del hombre o la mujer que eres realmente, es decir, el ente que se construyó a sí mismo sobre la base de su experiencia, sus vivencias y no la imposición de vidas o costumbres ajenas. El ser humano crece en la medida de las seguridades que esté dispuesto a sacrificar o destruir para ir en pos del horizonte desconocido.

Así no es la vida

Vivimos la era de la comunicación, la imagen, la modernidad; varios aspectos constitutivos de un mundo donde cuesta adaptarse con facilidad por la vertiginosidad con que los cambios ocurren. Se asevera que en nuestra época el tiempo transita más a prisa; la aldea global une a la humanidad; libres de fronteras somos los grandes ciudadanos del planeta Tierra.

Afirmaciones innegables, pero, altamente cuestionables si nos atenemos a la premisa de que sin importar la era, los cambios, las revoluciones científicas o las conquistas estelares, el ser humano no puede dejar de ser tal, ni convertirse en un espécimen degradado dentro de la cadena evolutiva. Pertenecemos al ciclo de la revolución científica, pero nos hallamos inmersos en la decadencia espiritual y humana. Crimen organizado, asesinatos, atracos, violaciones, explotación sexual y otros elementos deshumanizantes, se exhiben con cotidianidad en pantallas de televisión, vallas publicitarias y otros medios de comunicación. A fuerza de verlos hemos perdido la capacidad de asombro. Así: el irrespeto por la vida, la dignidad, los derechos humanos son tan justificables y para nada reprochables.

No se trata de condenar la labor de los medios de comunicación, pero si urge implementar otras alternativas para la promoción de los mismos. Como empresas, sus acciones están orientadas al rédito económico, mas, no tienen el privilegio de atropellar y desbaratar la conciencia e intelecto, sobretodo de las generaciones infantiles y juveniles que son las más perjudicadas por la alienación mental que sobre ellas ejerce la televisión y la publicidad.

Mediante una programación de objetivo netamente comercial, se plantea modelos ilusorios de vida, donde el comodismo, el desenfreno, el relativismo moral y la exaltación del placer y la fiesta presentan prototipos de quiméricas existencias. Es inaudito como se ofertan telenovelas ofensivas a nuestro nivel espiritual, intelectual y humano. En la vida real hay que dejar de beber el cafecito para ir a trabajar. El éxito se lo alcanza con esfuerzo, perseverancia. La felicidad o estabilidad emocional son resultado del acierto en nuestras decisiones y la continua retrospección sobre la propia vida proyectada al crecimiento interior y a la óptima relación con nuestros semejantes.

Si como generación adulta ya caímos en la trampa de una coexistencia abarrotada de sinsentido, carente de compromiso familiar y deterioro de valores, no permitamos que nuestros hijos e hijas se destruyan todavía más. Si las generaciones que nos antecedieron no fueron responsables con lo que iba a ser nuestra manera de pensar y actuar, no optemos por el mismo camino de quemeimportismo al dejar que niños/as y jóvenes creen para sí una imagen distorsionada del mundo y luego se estrellen con una realidad que no conocieron ni aprendieron a enfrentar.

No es suficiente con al inicio de una programación enfatizar una letra con un tipo de censura que motiva mayores brechas de interés para los televidentes menores. No es suficiente con manifestar que tal o cual programación debe ser vista bajo la supervisión de adultos cuando en gran parte de los casos el adulto no se encuentra en el hogar o yace entretenido con igual o distinta programación en otra habitación de la misma casa. El Estado debe exigir a los canales de televisión la depuración de lo que exhibe, así como la inclusión obligatoria de programas relativos a la cultura, la ciencia, el conocimiento y la identidad de cada país. Por último, la selección de la programación debe ser el resultado de un detenido estudio por parte de sociólogos, sicólogos y educadores. Sólo de esta manera estaremos actuando con responsabilidad social, salvaguardando la integridad cognitiva y afectiva de quienes posteriormente regirán la sociedad.