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jueves, 7 de mayo de 2009

Educando en el Siglo XXI


Existen tantísimas conceptualizaciones sobre lo que es educación como tantos modelos, corrientes e ideologías pedagógicas. Se afirma que la educación es el pilar de los pueblos, la esperanza del mañana y quien sabe cuántas alegres metáforas que destellan en el amplio mundo de la teoría. A boca suelta tantos gobiernos alrededor del mundo toman como bandera de lucha el tema educativo; lo manosean, lo revuelven dentro de una chistera de banalidades y con rimbombantes campañas afirman hallar la fórmula perfecta para erradicar la ignorancia del pueblo.
El gran problema es que la idea de educación se asocia únicamente con acumulación de conocimientos y desarrollo de habilidades específicas. Se suma a esto, la finalidad básica que nuestra sociedad postmoderna endosa a lo educativo: hacer dinero, lograr un status o mantenerse en una constante competitividad. Obviamente son aspectos inherentes a lo que es hacer educación, pero cuando limitamos el accionar educativo sobre estos únicos fines, llegamos a obtener el gran resultado: Seres humanos para nada humanos; individuos altamente eficientes en lo académico, lo técnico, lo científico, pero en la mayoría de casos, copados de egocentrismo, violencia, insolidaridad; faltos de interés por el bien común, que es a donde debería ir la educación en primerísimo plano.
La educación ante todo es un instrumento de transformación social, pero no se puede generar un cambio en la sociedad si sus componentes no han cambiado. Aquí está el gran reto de la educación de este siglo, un giro global en la ejecución y finalidad de lo educativo que en sentido primordial esté orientado a constituir seres humanos capaces de ser felices en la época que vivimos. No cabe duda que los sistemas educativos de otras épocas nos han permitido extender gigantes pasos en la física, la ingeniería, la robótica, la medicina, las comunicaciones y más áreas del mundo moderno. Surge ahora la gran pregunta: ¿Estos sistemas basados en el conocimiento son suficientes para desarrollar la calidad de vida o superar los problemas de los hombres y mujeres del siglo XXI?
Preguntémonos: ¿La educación que se imparte en nuestras aulas sirve para enfrentar los males que nos acosan, así: El separatismo, es decir la falta de unión entre personas, quienes desde distintos conglomerados, sean estos los minúsculos grupos escolares, hasta verdaderas organizaciones políticas, religiosas, económicas; desde su óptica e intereses buscan su bienestar grupal atacando muchas veces a los demás bajo el argumento de defender su conjunto?
¿Nuestra educación nos prepara para emplear con equilibrio los avances de la ciencia o la tecnología, o esta se vuelve contra nosotros convertida en armas de destrucción masiva, abominables experimentos opuestos a la dignidad y la ética o descarriados juegos electrónicos que nos desconectan de la realidad y nos sumergen en lo ilusorio de la fantasía?
¿Nuestra educación forma en la libertad, la libre expresión, el libre ejercicio del derecho y la igualdad, o es otro mecanismo para domesticar a las jóvenes generaciones que incautas ven entroncarse las dictaduras y el abuso de poder, pese a que se afirme que se vive en democracia?
¿Nuestra educación está formando hombres y mujeres que a futuro sean una garantía para preservar una familia, asegurando así el sano crecimiento de los hijos que es la única manera de contar con una sociedad segura, fuerte y equilibrada, o sólo nos preocupamos de la charlita de orientación sexual desatendiendo valores más esenciales en la convivencia sana de una futura pareja?
Los países deben plantearse con rigurosidad; qué clase de seres humanos quiere formar, considerando como primer punto, que antes que el especialista, el profesional o el artista está la maravillosa persona humana que no puede ser olvidada ni encaminada únicamente al progreso material sino al desarrollo pleno de sus potencialidades.
En todo pueblo o cultura el fin fundamental de la educación debe ser formar seres humanos con capacidad para ser felices para sí mismos y así engendrar felicidad para quienes lo rodean.

SÓLO LA MUJER

Somos la sociedad del siglo XXI, una sociedad que se ha desarrollado entre escombros, políticas y revoluciones. Una sociedad que en tantas ocasiones ha sido asaltada por los monstruos de la guerra, la delincuencia, la violencia absurda y la soledad. Pero entre todas estas contrariedades siempre ha existido una luz que recibe el nombre de mujer.


Desde los albores del tiempo, la imagen de la mujer ha sido la orientación para el nacimiento de los grandes pueblos. Desde la lejana comunidad primitiva donde su labor era medida en razón de su divinidad para producir la tierra; hasta el mismo mundo contemporáneo, que con su carga de dificultades y evoluciones requiere de la energía, la paciencia y la entrega que muchas veces solo una mujer es capaz de darla.


Tan valioso es el aporte que la mujer ha dado a la sociedad, que personalmente me atrevo a decir que sin mujer no existiría sociedad, porque la sociedad es el resultado de todo ese cúmulo de paciencia fomentada al pie de una cuna en largas noches de desvelos y fatigas que a la mujer la convierten en madre.

No con esto quiero decir que la maternidad es el único camino para la realización de la mujer porque en sus manos yace el compromiso innato de construir un mundo diferente, de formar una sociedad distinta, donde por fin se sepulten los individualismo y mezquindades que a pocos ha decorado con el bienestar de la opulencia, mientras la mayoría lleva en los ojos la sombra de la tristeza diaria que muchas veces tiene el sabor de un pan ausente o la risa triste del niño desnutrido.


No pretendo escribir sobre feminismo o machismo, porque esas son las fuerzas negras que impiden que nuestra sociedad avance. Pretendo escribir sobre igualdad, es decir, presente y futuro. No podemos quedarnos atados a un pasado donde el sexo femenino fue pisoteado de manera absurda y no por culpa única de los hombres, sino también de las mismas mujeres que con su silencio y pasividad se convierten en cómplices del atropello.


Urge una sociedad libre que no se siga hundiendo en el fango de una violencia atroz e injustificada en contra del sexo femenino. De una sociedad nueva que realmente valore todos los triunfos y éxitos que la mujer ha conquistado en los distintos campos políticos, científicos, intelectuales y sociales.


La mujer siempre presente en todas las épocas. Hoy más que nunca con el reto de enfrentar la responsabilidad del trabajo diario y al mismo tiempo de luchar contra la tiranía, la violencia, la pornografía o la droga. Mujer ser dimensional y planetario que aquí como en el último rincón del mundo entretejes los ideales porque sabes que no hacen falta alas para hacer un sueño, basta con las manos y con el empeño. No hacen falta alas para ser más bellos, basta el buen sentido del amor inmenso.
Ser mujer significa saber que la vida solo tiene sentido, si nos comprometemos a dejar este mundo que nos tocó vivir, mejor de lo que lo encontramos.

Mujer: eres forjadora de tu destino, tus metas, tus ideales. En tus manos y corazón están presentes todas aquellas almas que te hicieron la conquistadora de un nuevo tiempo y que te dan la convicción de llamar al hombre para que sea verdadero compañero en el transitar de la existencia. Hemos conquistado el espacio, el tiempo, la gravedad, y tantos secretos que la naturaleza esconde, pero es el momento de conquistar el don de la pareja humana regida en igualdad de pensamiento, sentimiento deberes y derechos.

MAYO MISERABLE

No hay lugar más sombrío y triste que el hogar donde no pronunciamos madre. La casa deja de llamarse tal, vuélvese apagada, taciturna, perdida de sonidos frescos, arrugada como una vieja manzana a quien por descuido olvidaron al filo de una rama. Pensamos que la ternura no declina, que la fortaleza dura perennemente. Un errante ángel llega, derrumba del hogar la lámpara y sólo allí sentimos los garfios de un naufragio, la infranqueable ola de soledad bordeando el jardín, la cocina, el dormitorio, las mismas puertas vencidas para quienes los fantasmas del recuerdo toman formas de polvo y telaraña.

Muchos, pocos o nadie llegarán a la mesa; el pan seguirá creciendo para los hijos y los ojos, pero no puede llamarse pan a la amargura de un sitial vacío. Si decimos agua, esta entraña de hielo, tierra, hilos de nube, crecerá en alguna garganta insípida, desplumada de la mano tenue que tarareaba una tonada alegre y silenciosa. No puede decirse agua si faltan los pómulos, los cabellos encanecidos, la sangre derrotada entre rocas, olvidos, despedidas.

Mayo suena a pedrada. Mariachis usureros pervierten el corazón de la noche; consagran la muerte, el ranchito, el bulevar, los tugurios donde la madre huele a vértebras heridas, a explotación, a miseria, a país carcomido por politiqueros buitres: Bajo el brazo musical de la guitarra y la serenata, crece un insensato latigazo de ebriedad; maligna noche de piedra para quien el amor es sombra, pedernal; un extinto tizón que seguirá apagando su boca en el amanecer, en los meses, en el año henchido de violencia, ingratitud, desamor.

Sin mayo miserable, nadie o casi nadie irán a visitarla. La plegaria, la voz quedita, los ojos encendidos con la llegada de los hijos, para quienes mayo huele a fundas de regalo, rosas perfumadas con antiecológicos ambientales, doblegados abrazos sin alma, sin paz. Miserable mes, siniestro remolino donde el dinero se disfraza de ternura. ¡Ha vencido el imperio! Nos venden el amor: rostros de cemento, corazones de metal

Madre, juegas a que te amen, juegas a la simple comprensión de la ausencia de tu carne; te hablan del trabajo, el tiempo que no rinde, las tardes que resbalan como peces sobre la insensible cabeza del reloj. Disculpas el olvido, la llamada que no llega; tal vez un consuelo extraño entiende el inquebrantable día donde una fría loza se vestirá de rosas; te llamarán ángel, arrullo, pensamiento. Serás lágrima, estandarte, devoción de los descarnados para quienes el mundo seguirá siendo inmundicia. Y qué peor malicia que este embozado corazón donde no te guardo ni te espero.

Madre: hay un sentimiento que se llama amor; lo conocí a través de ti y lo perdí bajo la publicidad leprosa la música barata, las hipotecas, los impuestos, la Internet. La Tierra sigue su cíclica embriaguez, caen los eneros, los diciembres, el mayo miserable que cada vez se vuelve más extraño.

En el país de los ciegos

¡Oh la triste ceguera que nos priva de la luz! La ceguera donde nuestros ojos se extinguen en medio de la luminosidad y se vuelven sombras aún entre los diáfanos instantes que circunda el sol. Ya sin ojos nos enredamos con nosotros mismos, extendemos las manos trémulas y nuestras palmas chocan con los muros, las puertas o el aire que ahora lo conocemos por el oído o por su sabor a soledad. Desterrados de la luz corresponde abordar el hombro de algún familiar, de algún amigo. Asirnos a un bastón; caminar entre voces, autobuses, miradas que no vemos, pero nos ven, y quizá se derraman en compasión, quedándose en aquello: una compasión inservible que no ayuda, una compasión que nos vuelve más ciegos, más inútiles, más olvidados.
Pero hay una ceguera más extrema. Una ceguera que a más de sepultar las pupilas, degrada el espíritu, entorpece el intelecto, anula la recta cordura, esclaviza y nos vuelve siervos de lo que vemos y rehuimos. La ceguera de la razón es la peor de las cegueras humanas. Tras ella se levantan imperios de opresión, de violencia, de tiranía. Esta ceguera es progenitora de la miseria de los pueblos, del analfabetismo intelectual de los llamados letrados. La ceguera de la razón asesina al sentido común; transforma a quienes la padecen en potenciales engendradores o cómplices de la mentira, la hipocresía, el miedo.
En un país de de no videntes de la razón, se conjura la libertad, se confina a todo aquel que ose elevar la voz, porque en pueblos enceguecidos no existe peor delito que la libertad de pensar y expresar lo que se siente. Para acallar a sus detractores, los ciegos de la razón suelen gritar, ofender, injuriar sin reparo; sólo escuchan su propia voz o las voces de quienes aprueban sus desatinos; En aberrante amalgama se abrazan, se promocionan; con burlesca ronda bailan alrededor de sus desaciertos, esperando que los demás ciegos sigan su ritmo, les aplaudan, les rindan homenaje, voten por ellos y los laureen como salvadores de una desgracia que con malicia o ignorancia han causado ellos mismos.
Igual de peligrosa es aquella ceguera de quienes ven pero fingen no hacerlo; se cruzan de brazos como si la injusticia, la corrupción u otras pandemias fuesen normales. Son seres de mediana especie sin ideas propias, aceptan lo que el ciego mayor dictamina y como fórmula para acallar su cobarde conciencia defienden la inmoralidad con peroratas inadmisibles. Tienen la procacidad de pregonar a los cuatro vientos el nombre de sus adalides ciegos, a quienes adjuntan la bandera de la verdad, a sabiendas que los actos de éstos, son incomparables monumentos al fraude y la mentira.
Un país de ciegos físicos podría enrumbarse hacia los caminos de la luz. En cambio, un reino infestado con la ceguera de la razón y la moral está condenado al naufragio.

Riobamba: Imagen y palabra de una ciudad.


La fotografía es uno de los grandes instrumentos de comunicación que combina el conocimiento y el arte; es el testimonio no siempre apreciado de la vida social y urbana que perenniza en imágenes la sociedad, el momento o el hecho que retrata. La relación entre fotografía y evolución social es innegable, al punto que se puede considerar a la primera como demostración del tiempo que fue, del tiempo que poseemos y una proyección para la sociedad venidera. Si bien es cierto que en sus inicios la fotografía expresaba deseos y necesidades de capas sociales dominantes, e interpretaba a su manera los acontecimientos de la vida social, también patentiza las costumbres, el sentir y la vida misma del pueblo común que, de manera fortuita o inesperada, pervive también en imágenes que serán testimonio de un tiempo determinado.

En el caso de Riobamba han existido diversas tentativas por comunicar su historia en imágenes, pero, vale señalar que, a pesar de bien intencionados propósitos, éstas no se han cristalizado en un trabajo de sólida base investigativa, amplia recopilación y selección, así como un renovado criterio para manejar la imagen. Frente a lo dicho, un importante trabajo fotográfico, histórico e investigativo llega para enriquecer y perennizar esta esfera cultural de la noble Sultana de los Andes. Una obra encargada a un reconocido intelectual riobambeño: Franklin Cepeda Astudillo, quien, dentro del programa editorial del Banco Central del Ecuador, ha concluido el libro Riobamba: Imagen y palabra de una ciudad, obra que emerge como impostergable puntal para la preservación de la historia riobambeña. No es un improvisado libro de fotografías; es la suma de recuerdos alegrías, tristezas y conquistas de una urbe que, más allá del tiempo, la dicha o la tragedia, no ha renunciado a trascender.

La interesante propuesta de presentación del libro, cuyo borrador tiene 288 páginas, se asemeja a una velada teatral con “obertura”, tres “actos” y un “gran final”. El grabado inicial irradia una dulce nostalgia y antecede a relatos de viajeros del S. XIX. El Acto Primero: “Despertando a un nuevo siglo”, ofrece fascinantes fotografías de la ciudad de antaño y, al igual que el viento de Miguel Ángel León, entra sigiloso desde fines del S. XIX hasta la primera mitad del XX; el mismo viento, tiritando por la calles descubre sus primeros edificios, los templos, las plazas, las retretas, el delirio de Bolívar o los parques donde los hombres de aristocrático sombrero se sientan o se detienen para mirar el lento avance del progreso, sin sospechar que sobre esos taciturnos tejados, calladamente podría rondar la peste, la leyenda de Calero o el eco de la agresión a la capilla de San Felipe.

Un atractivo intermedio de anuncios publicitarios de inicios del S. XX, sirve como antesala para el acto segundo: “Álbum de familia”, que conjuga los rostros de hombres y mujeres esparcidos en lo cotidiano y lo taurino, la religiosidad, las decorativas piletas de los parques centrales, las expresiones del campesino, los bien abarrotados negocios o los inolvidables hilados y tejidos de la fábrica “El Prado”.

Semblantes de religiosos y seglares, mujeres y niños, la “alta sociedad”, los personajes políticos del momento, las principales autoridades posan para el quebradizo ojo de la historia; disfrutan del paseo familiar, el matrimonio, la emoción del fútbol, los desfiles, las coreografías con vistosos trajes. Todos ellos olvidando por un instante la gran tragedia humana de la muerte, que también se fotografía como un espacio necesario para todos los mortales. Entre orquestas, bandas y canciones, Riobamba teje con los hilos de la imagen su devoción al magnánimo Señor del Buen Suceso; vivifica su mítica denominación de “León dormido” recordando la época, donde todas las voces eran una y cada voz una esperanza; son los tricicleros, los taxistas, los ferroviarios de “La Estación”, quienes, al ritmo de la locomotora y bajo el aire de los mágicos nevados, viajan en este espacio para confluir en la nueva era.

El tiempo reciente rememora la celebración del Sesquicentenario de la Primera Constituyente en 1980, la inauguración del monumento a Bolívar en 1984, la Asamblea Constituyente de 1998, el Olmedo campeón del 2000. Brotan alegrías de los ojos de los riobambeños y, bajo este péndulo de gozo y nostalgia, el terror invade con la pavorosa explosión del polvorín de la Brigada Galápagos, un fatídico 20 de noviembre de 2002. El fantasma de la tragedia tan sólo se aletarga para celebrar la presentación de la primera edición ecuatoriana de El Quijote en 2004 y da paso a nuevas desventuras con el atraco al Museo de la Concepción en 2007 y el flagelo en el Colegio San Vicente de Paúl, ya en nuestro 2009.

Un segundo intermedio con “La vida de cada día”, compuesto por nuevos anuncios publicitarios, es el preludio para el acto tercero: “En pos de nuevas historias”. Un segmento de sabor agridulce donde confluye lo apacible de tibios arañazos que pretendieron dar otro horizonte a la capital de Chimborazo, pero no trascendieron a una verdadera dimensión de progreso. Son las fotografías quienes hablan, reclaman, evidencian y denuncian un estancamiento del cual nuestra urbe no ha podido escapar. Los adoquines de las calles principales, levantados en los ochenta, son la misma imagen de las calles del 2009. Un crecimiento urbano desordenado, edificaciones patrimoniales derribadas, obras municipales de poca o ninguna trascendencia, hacen que quizá evoquemos con mayor nostalgia a la Riobamba de antaño.

Con esta certeza, o mejor aún con el reto de trascender, llegamos al “Gran Final”: fotografías antiguas y actuales en color, tomas aéreas y una que puede ser vista en 360 grados: un verdadero regalo para todos aquellos que disfrutan de la imagen y que van en pos de la Riobamba de futuro, perfeccionamiento y belleza que nos merecemos.
 
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