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domingo, 27 de febrero de 2011

La Patria y su bandera

Nombrar a la Patria, es nombrar las costumbres, los trabajos, los sueños e ideales que forjan la grandeza de un pueblo. Nombrar a la Patria es volver la mirada hacia hombres y mujeres que desde el inicio de su existencia lucharon por crear un espacio donde sus hijos e hijas puedan vivir con paz y libertad.

La Patria está presente en la Bandera. Emblema de estirpe y tradición; cofre de recuerdos y hazañas gloriosas. Fortaleza de los libertadores que victoriosos pasearon por las cumbres del Pichincha. La Bandera es el alma de la Patria. Es la compañera del soldado, del estudiante, del obrero, del migrante.

Como ecuatorianos exaltamos nuestra Bandera en aquel tricolor que avivó los ojos de inmortales héroes o que lució fecunda en episodios como los de Paquisha y el Cenepa. Mas, como los tiempos cambian, hoy ya no tenemos un enemigo bélico. Tenemos un adversario más implacable: un invasor que desde la red o desde todo medio de comunicación, nos ataca a través de una publicidad descarnada que nos impulsa al consumismo, al relativismo moral, a la deshumanización. Ya no buscan quitarnos nuestro suelo. Pretenden arrancarnos los ideales y la conciencia. Por ello, no quiero estancarme en el pasado glorioso de nuestra nación. ¡Que los muertos velen a sus muertos! Exaltemos a la Patria y a la Bandera de este siglo XXI, donde requerimos el real patriotismo de todos. No un patriotismo barato que se limite a peroratas demagógicas, sino un patriotismo auténtico, donde cada uno piense que sus actos buenos agigantan la sociedad, así como las acciones negativas la empequeñecen.

A pesar del cruento influjo de la globalización, no cambiemos nuestra cultura. No olvidemos nuestra esencia de ecuatorianos y latinoamericanos. No nos dejemos arrastrar por el influjo de otras culturas. No porque pretenda juzgarlas como buenas o malas. Simplemente, porque lo nuestro debe ser primero. Y eso es el patriotismo. Amar la Patria con todas sus bondades y defectos.

Es el momento de tornarnos héroes. No para morir, sino para luchar por nuestra tierra. Utilicemos la inteligencia, el ingenio, la educación para hallar alternativas para nuestros hogares o nuestras vidas. Defendamos a nuestras familias de los males sociales que la empujan a su exterminio. Dejemos que ese amarillo azul y rojo flamee libremente en nuestras ventanas y no tenga que esconderse en los corazones de quienes creen que nuestra nación no sirve.

Si ciertos sectores de nuestra clase política, empresarial, sindical y burocrática ha sido traidora de su propia tierra, nosotros demostremos que sí podemos ser honestos constructores de la Patria. Que ellos sirvan a sus podridas almas. Nosotros serviremos, a nuestros hijos y a nuestras conciencias

viernes, 25 de febrero de 2011

Pueblo vs opresores

Las revueltas en los países árabes, la salida del mandatario egipcio, luego de décadas en el poder, la espantosa represión del gobierno libio en contra de la población que no está de acuerdo con sus acciones, son irrefutables evidencias del grado de conmoción al que puede llegar un país cuando su gente se cansa de la opresión y el abuso.

La historia demuestra que los sistemas fundamentados en el temor, la falacia o la manipuladora propaganda de velar por los desposeídos, tarde o temprano generan enfrentamientos internos que destruyen la unidad de una nación. Es que la mentira no puede perennizarse y los pueblos engañados pueden despertar en cualquier momento y terminar con sus opresores. Lo lamentable, es que esto genera derramamiento de sangre, muerte de inocentes y odios internos difíciles de superar.

Todo lo anterior propiciado por un tipo de egocéntrico gobernante que no depone sus caprichos ante la colectividad que exige cambios. La figura de este espécimen de nefasto líder muy bien coincide con la nerónica personalidad del desquiciado emperador romano quien no reparó en incendiar su propia ciudad con tal de satisfacer sus exigencias personales. La obnubilación por el poder, el maniático deseo de gobernar, período tras período, si es posible hasta su muerte, hace que recurra a estratagemas legales e ilegales con tal de no ceder a su curul. Su misma ambición lo enceguece al punto de considerar a sus gobernados como un tumulto de seres irracionales que pueden perderse si su cuasi dios les llegase a faltar; amparado en el pretexto de defender los intereses del ignorante pueblo, que según él, nunca sabe lo que quiere o necesita, exige permanecer al mando, porque piensa que solo él es el elegido para salvar a la nación de cualquier enemigo real o imaginario que aparezca. Así, este modelo de jerarca se autocorona como redentor, mártir, beato, profeta, defensor de revoluciones necias; dueño de un ideal que la gente ignorante del pueblo no puede entender.

Este tipo de líderes se han bautizado como emperadores, faraones, zares, reyes, revolucionarios. En algunos casos se autonombran “presidentes constitucionales”, pese a que controlan todos los poderes del Estado y su poder pisotea toda figura democrática. Su esencia fascista, su prepotencia, su vanidad, son atributos que sumados a su experta manipulación, anulan a todos quienes se le oponen. Llegan a sentirse indestructibles o perennes en su puesto, mas, olvidan que para consuelo de la humanidad, ninguna perversidad o astucia puede perennizarse, porque frente a ellos está un pueblo que por más sumiso que parezca, en algún momento reaccionará y echará a tierra sus ambiciones. ¡Pobres tiranuelos que no comprenden o recuerdan las lecciones de la historia!

miércoles, 9 de febrero de 2011

Servicio especial

Luego de varios meses del incremento en el precio de los pasajes en la transportación urbana de nuestra ciudad, luego de tantas promesas falsas por parte de los señores buseros quienes, con un destacado rótulo de servicio especial en sus unidades y una corbata que les duró menos de una semana, ofrecieron a voz en cuello mejorar su servicio, el panorama es igual o peor que antes.

La clásica descortesía o mejor dicho patanería de conductores y controladores parece ser requisito indispensable para mantener esta ocupación; no se diga de su irrespeto por la vida humana que no contempla las elementales normas de tránsito y convierte las calles en circuitos de carreras, se estacionan en cualquier sitio, cambian a capricho los recorridos que supuestamente deben cumplir a rigurosidad, pero como vivimos en tierra de nadie, estos señores circulan por donde mejor les parece. Qué decir de su actitud frente a ancianos, mujeres o niños a quienes ofenden y agreden con su intolerancia. Cuántas veces a los más pequeños no los suben en sus unidades o les dejan dos o tres paradas después porque saben que ellos son débiles y no reclaman.

Este es un esbozo de la trasportación urbana de nuestra ciudad. Para algunos puede quedar el consuelo de afirmar que este mal no es privativo de nuestra urbe, sino que corresponde a la realidad del país, pero ante estos hechos deberíamos sentirnos agraviados en lo más profundo de nuestra condición como personas, porque no es aceptable que nos traten de manera vil. Es inaudito que frente a esta institucionalizada forma de violencia nos quedemos callados y finjamos que no existe ningún problema o nos limitemos a pensar en nuestros adentros sobre los atropellos de los que somos víctimas y no protestemos ante lo incorrecto. Peor aún es intolerable nuestra indiferencia, nuestro cómplice silencio que no apoya a quien reclama con justicia y hasta lo censuramos por no estar de acuerdo con la barbarie de atención que tenemos.

Por experiencia vemos que las autoridades poco o nada pueden hacer. Su desidia, su docilidad, su ineficacia, son apoyo para que los conductores hagan de las suyas. Tantas irregularidades se cometen ante los propios ojos de policías de tránsito y estos se limitan a un ligero pitazo en el mejor de los casos y no sancionan las incontables contravenciones de los supuestos profesionales del volante. No queda otra opción que sobrevivir en esta selva “civilizada” y a costa de ser incomprendidos seguir elevando la voz en las unidades de transporte, a riesgo de ser agredidos, y no conformarnos con la condición de abuso de la que somos víctimas.