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miércoles, 21 de septiembre de 2011

La nueva jornada laboral docente en Ecuador

Luego de dos semanas del inicio del año escolar en la sierra los efectos de la incauta decisión de las autoridades educativas de incrementar la jornada laboral del Magisterio Nacional ecuatoriano generan previsibles complicaciones que afectan más la esquelética calidad educativa del país. El cambio en el tiempo de trabajo de hora pedagógica a hora reloj - La hora pedagógica se refiere a la hora de clase, es decir de 45 minutos, y la hora reloj a los 60 minutos- acarrea negativos resultados al ámbito educativo. En primer lugar existe un incremento real de trabajo no remunerado, en oposición al engaño de una homologación salarial que no acrecienta los ingresos. La verdad es que se trabaja más y no se percibe una retribución económica que justifique este esfuerzo y que tampoco sería la solución adecuada a la problemática por suscitarse. Por otro lado, en la toma de esta medida no se analizó la profundidad de la labor docente ni el desgaste intelectual, físico y emocional al que se hallan sujetos los educadores quienes por una mañana completa manejan grupos de seres humanos que demandan de sus maestros altos niveles de concentración, manejo de voz, actitud dinámica, esfuerzo creativo, fortaleza emocional y más aptitudes que confluyen en un desgaste físico y emocional elevado. Sin desmedro de la labor de otros empleados públicos, pero la labor de un maestro es altamente intelectual. El educador no se limita a trabajos de mínima aplicación manual. Ser docente implica, desde antes de la jornada laboral, estar listo para recibir un grupo humano que exige prioridad, cuidado orientación, guía y enseñanza.
Ser docente involucra iniciar el trabajo tempranamente frente a uno o varios grupos de niños, niñas o jóvenes que tienen el derecho de recibir una enseñanza profesional y por lo mismo requieren de una actitud docente jovial, alegre, participativa; aspectos que a corto plazo difícilmente se podrán mantener si el educador, luego de siete u ocho períodos de clase tiene que extender su jornada laboral sin una alimentación adecuada, sin el descanso pertinente. Esta descabellada postura gubernamental quizá fue guiada por la típica inclinación a la copia o imitación barata que se suele realizar de otras realidades, sin reparar que cada país tiene su contexto y no puede desarrollarse sobre un modelo ajeno, por excelente que resulte en otro lugar.
Si a esto le agregamos el desarraigo familiar del que han sido víctimas los docentes quienes paradójicamente velan por el bienestar de pequeños y jóvenes pero se olvidan o se ven obligados a abandonar a sus propios hijos para llevar adelante la tarea de educar, tenemos como resultado un cuadro de explotación laboral, cansancio intelectual, desfases alimentarios y más alteraciones biológicas y síquicas que confluirán en una planta docente enferma, desmotivada, resentida socialmente. El sector de la costa ya padece estos problemas. Que unos asalariados digan lo contrario no quita fuerza a la verdad porque los cambios educativos no se los realiza desde un escritorio ni mediante reforma de papeles. La innovación educativa la hace el docente desde las aulas y por eso hay que invertir en su capacitación, evaluarlo como es lógico, pero también tratarlo con dignidad.
Con esta medida, ¿Realmente se quiere mejorar la educación o se busca destruirla para contar con generaciones sumisas a las que se las puede someter sin dificultad alguna?