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domingo, 20 de mayo de 2012

UN BRILLANTE ECONOMISTA

El otro día, a manera de broma, se me ocurrió manifestar a un niño de nueve años, que estaba sentado junto a mí, una pregunta un tanto absurda, según yo; Le dije: ¿Qué piensas de la situación económica de nuestro país? El pequeño tornó su faz severa, caviló un momento, aclaró la voz y dijo: “Yo creo que en nuestro país todo está mal; las cosas están muy caras; yo compraba antes unas empanaditas a diez centavos, hoy cuestan quince, son más pequeñas y ya no son tan ricas como antes”. Una respuesta al parecer trivial, pero que refleja las reales condiciones sobre lo que sucede hoy en nuestro Ecuador. No creo necesario ser economista o analista financiero para percibir la crisis económica en la que estamos sumergidos. A pesar de las múltiples campañas que publicitan a nuestro país como la tierra de las maravillas, sin Alicia porque ella detesta la politiquería; somos el pueblo común quienes sentimos la presión, el esfuerzo por sobrevivir en un medio donde cada día se pierde la capacidad adquisitiva, donde la inestabilidad laboral es un fantasma que ronda para engendrar angustia ante un futuro incierto. Somos los simples ciudadanos: los que caminamos por los mercados, los que fiamos en las tiendas, los que tenemos que alimentar y solventar el estudio, vestuario y salud de nuestros hijos, quienes sentimos que los canales de desarrollo económico del Ecuador marchan a ritmo de cangrejo. A pesar de los cuadros estadísticos, el promedio porcentual o el rimbombante informe a la nación que cuenta en números una mejora en el nivel de vida de nuestra gente, los cierto es que nos encaminamos al barranco de la miseria. Como pueblo nos interesa la seguridad económica del país, la certeza de hallar trabajo si lo buscamos y la garantía de que más tarde nuestros hijos logren afianzarse con un título universitario, pero sobretodo que ese título no quede en un rincón porque sencillamente no existen fuentes de empleo. Nos guste o no, nuestro Estado por sí solo no puede generar producción, necesitamos del aporte de la empresa privada a la que hay que incentivar para que se desarrolle y no oprimirla para que cierre sus puertas y se vaya. Nos guste o no, somos un país capitalista, dependemos de este sistema; soñar con socialismos, aunque lo llamemos del Siglo XXI, para quitarle lo viejo, fracasado e inútil no tiene sentido. No podemos seguir entre bonos, subsidios o remiendos económicos, no podemos y no debemos seguir una política mercantil que descarte el roce con las grandes potencias financieras; es a ellas justamente a quienes debemos venderles y con quienes debemos negociar, aunque sean clientes de poco agrado. ¡Nada ganamos comerciando ni haciendo pactos comerciales entre mendigos! Escudarse en el discurso de “igualdad para todos” es la gran mentira de toda clase de poder que busca mantenerse en el gobierno para satisfacer sus mezquindades a costa del sacrificio de la mayoría; es decir siempre existirán gobernantes acomodados, libres de austeridad, repletos de privilegios, que gocen el beneficio de su puesto y por otra parte siempre estará la gran masa de los de abajo, los que anhelan que sus mandatarios sean visionarios, de sentido común, honestos en el actuar para no terminar en la ruina, que obviamente no perjudica a ellos, porque sabemos que los que están arriba, así como las aves, de cualquier manera emprenderán el vuelo, pero a su paso echarán su inmundicia a quienes estamos abajo.

miércoles, 9 de mayo de 2012

MAYO MISERABLE

No hay lugar más sombrío y triste que el hogar donde no pronunciamos madre. La casa deja de llamarse tal, vuélvese apagada, taciturna, perdida de sonidos frescos, arrugada como una vieja manzana a quien por descuido olvidaron al filo de una rama. Pensamos que la ternura no declina, que la fortaleza dura perennemente. Un errante ángel llega, derrumba del hogar la lámpara y sólo allí sentimos los garfios de un naufragio, la infranqueable ola de soledad bordeando el jardín, la cocina, el dormitorio, las mismas puertas vencidas para quienes los fantasmas del recuerdo toman formas de polvo y telaraña. Muchos, pocos o nadie llegarán a la mesa; el pan seguirá creciendo para los hijos y los ojos, pero no puede llamarse pan a la amargura de un sitial vacío. Si decimos agua, esta entraña de hielo, tierra, hilos de nube, crecerá en alguna garganta insípida, desplumada de la mano tenue que tarareaba una tonada alegre y silenciosa. No puede decirse agua si faltan los pómulos, los cabellos encanecidos, la sangre derrotada entre rocas, olvidos, despedidas. Mayo suena a pedrada. Mariachis usureros pervierten el corazón de la noche; consagran la muerte, el ranchito, el bulevar, los tugurios donde la madre huele a vértebras heridas, a explotación, a miseria, a país carcomido por politiqueros buitres: Bajo el brazo musical de la guitarra y la serenata, crece un insensato latigazo de ebriedad; maligna noche de piedra para quien el amor es sombra, pedernal; un extinto tizón que seguirá apagando su boca en el amanecer, en los meses, en el año henchido de violencia, ingratitud, desamor. Sin mayo miserable, nadie o casi nadie irán a visitarla. La plegaria, la voz quedita, los ojos encendidos con la llegada de los hijos, para quienes mayo huele a fundas de regalo, rosas perfumadas con antiecológicos ambientales, doblegados abrazos sin alma, sin paz. Miserable mes, siniestro remolino donde el dinero se disfraza de ternura. ¡Ha vencido el imperio del dinero y el poder! Nos venden el amor: rostros de cemento, corazones de metal Madre, juegas a que te amen, juegas a la simple comprensión de la ausencia de tu carne; te hablan del trabajo, el tiempo que no rinde, las tardes que resbalan como peces sobre la insensible cabeza del reloj. Disculpas el olvido, la llamada que no llega; tal vez un consuelo extraño entiende el inquebrantable día donde una fría loza se vestirá de rosas; te llamarán ángel, arrullo, pensamiento. Serás lágrima, estandarte, devoción de los descarnados para quienes el mundo seguirá siendo inmundicia. Y qué peor malicia que este embozado corazón donde no te guardo ni te espero. Madre: hay un sentimiento que se llama amor; lo conocí a través de ti y lo perdí bajo la publicidad leprosa la música barata, las hipotecas, los impuestos, la Internet. La Tierra sigue su cíclica embriaguez, caen los eneros, los diciembres, el mayo miserable que cada vez se vuelve más extraño.