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domingo, 23 de marzo de 2014

Quiero ser Maestro, una segunda opción

Para nadie es ajena la en extremo mentada importancia que tiene el educador en la vida de una sociedad. Complejos estudios académicos, diversos artículos, pomposas sentencias, hiperbólicos versos, y lo que queramos imaginar, se agolpan en nuestro cerebro para exaltar tan noble profesión. Tal es así, que en nuestro país el puntaje para el acceso a esta carrera universitaria es bastante considerable, en relación a otras profesiones, lo que da espacio para creer que esta es una de las metas profesionales con mayor demanda en la población, y que son muchas las personas que anhelan llegar a las aulas para compartir sus conocimientos. Quizá con esta perspectiva, en su momento, el gobierno nacional pretendió instaurar la idea de que todo aspirante a docente posea títulos estrictamente pedagógicos para así laborar con efectividad en las líneas del magisterio.

Siguiendo los pasos de la historia, meses atrás, por medio de diversos espacios comunicativos, se abrió la convocatoria para “La profesión de las profesiones” y no era raro encontrarnos con deslumbrantes pancartas, anuncios vía internet o spots en televisión pagada, invitando a participar en este proceso, pero, ahora ya no únicamente a profesionales con título docente, sino a cualquier interesado en la rama educativa, con este, al parecer, trivial antecedente, surge una de las abismales debilidades del sistema educativo. Muchos de los neo aspirantes han sido capacitados en otras carreras y sus perspectivas, de seguro, no estaban encaminadas hacia la cátedra. En pocas palabras, existen un sinnúmero de profesionales que, sin desmerecer sus experiencias o habilidades en sus áreas específicas, no cuentan con una sólida formación ni aptitud pedagógica. 

Es indiscutible que en Ecuador se han dado necesarios cambios en el quehacer educativo. Aspectos como: la implementación de un nuevo currículo, creación de diversos programas escolares, entrega de textos y uniformes, evaluación de aprendizajes, gestiones educativas y desempeño docente, son puntos que necesariamente debían abordarse, pese a que en estas reformas se nota la falta de coherencia de quienes, a la vanguardia de los cambios, parecen no haber jamás pisado un aula escolar y direccionan erradamente sin conocer la realidad educativa del país. Pecado perdonable, si pensamos que cada gobierno tiene su visión propia de la educación, y esta, aún no es manejada como una política de Estado que busque favorecer desinteresadamente al pueblo.

Pero, lo imperdonable en esta reconfiguración educativa, se produce en su parte medular. El docente, los queridos maestros y maestras de mi Patria, en su gran mayoría, porque nadie puede excluir las innatas vocaciones, acceden a las aulas como una segunda opción, es un: “me hago profesor porque ya no hay más”,  “tengo qué ocuparme en algo” o “si no consigues trabajo en la profesión que estudiaste, sería bueno que te hagas aunque sea profesor”. Sé que ante esta postura surgirán cientos de detractores que refuten, a costa de defender sus intereses, lo que afirmo, pero si hablamos con honradez, esto ocurre en nuestro sistema educativo, y mientras no se mejoren las condiciones de empleo, los niveles de calidad en el ingreso económico y se levante la autoestima del educador, de nada servirá que se erijan elefantes blancos  con el nombre de “escuelas del milenio” o universidades de educación. Mientras se siga en la perspectiva de que ser maestro es una profesión para pobres que no tienen otra opción de empleo, de nada servirán las cargas de informes, planificaciones ilusas o reformas que disfracen este gran mal del sistema educativo ecuatoriano,  porque la educación en las aulas la hace el maestro y no los burócratas que planifican sin norte ni juicio, peor aún aquellos, que a sabiendas que un pueblo ignorante es fácilmente gobernable, buscan generar mayor pobreza intelectual.