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jueves, 18 de septiembre de 2014

Una voz que se apaga


Si bien la muerte es la ineludible limitación del ser humano, esta no deja de ser impenetrable y dolorosa; se lleva sin dilaciones las voces, las palabras, los pasos, que de alguna manera deambulan por las calles; pero lo que no puede llevarse es la presencia emocional, el recuerdo, el legado que tras sí deja un ser humano. En esta semana la ciudad de Riobamba y el mundo musical ecuatoriano pierden a uno de sus notables cantautores: Ángel Serafín Urquizo Huilcapi, gran artista de la música nacional, distinguido maestro universitario, hombre de voz sensible y melodiosa, que en los escenarios agigantó el pentagrama del Ecuador con composiciones de variados géneros, mismas que hallaron su inicio por el año de 1966 en Radio Central de la Sultana de los Andes.


De acuerdo a datos proporcionados por el musicólogo Mario Godoy Aguirre, el Dr. Urquizo aprendió la guitarra con los maestros: Raúl Calderón, Juan Viteri, Pepe Galán y Hugo Terán. Conformó un trío vocal con Rosita Cárdenas y Wilfrido Maggi. Su primera composición fue el vals “Amémonos”. Ha musicalizado la poesía de Carlos Vinueza, Iván Vásconez y Mario Godoy. Grabó para Discos Onix de Guayaquil y Aravec de Riobamba. “Idilio”, pasillo de su autoría, es su obra más conocida.


Pero si su labor musical fue fecunda, su mayor logro lo tuvo en su calidad humana. Lo recuerdo con su rostro apacible, su mirada reposada, sus cortas y esenciales palabras, y sobretodo su humildad de persona grande, abierta a la generosidad, a compartir su conocimiento, a ejercer su cátedra de la matemática con la simplicidad de un sabio que no discrimina a un universitario de un adolescente de colegio y a los que enseñaba con igual cariño. Un joven amigo que tuvo la oportunidad de recibir su clase lo recuerda como un maestro inteligente, un señor educado a quien se le comprende con claridad cada explicación, un ser humano libre de egoísmo a quien lo único que importaba era enseñar a otros.


Ese fue Ángel Urquizo. Así lo miré pocos meses atrás cuando tuvo la gentileza de recibirme en su hogar en donde, en medio de la plática, observé como la dolencia física había minado su cuerpo más no la luz de sus ojos que traslucían el testimonio de un hombre que había sido útil al mundo, y si físicamente podía extinguirse, sabía y sé que los legados construidos con amor para una comunidad crecen hasta tornarse faro para generaciones ulteriores.   


“El corazón no miente”, es el título de uno de sus albazos. Con el corazón, nos unimos al pesar por la partida de un gran artista, de un maestro, de un amigo, de un padre y esposo cariñoso. Unos lo haremos desde las letras, otros desde el lenguaje de las flores. Muchos estarán: “Cantando por no llorar”, con “Espinitas”, con  “Un beso y un clavel”, con “Añoranza”, “Amor bendito”, “Amor infinito”, “Dulce recuerdo” o cualquier otra de sus múltiples canciones que no dejarán que muera el Cantautor del pueblo.