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jueves, 30 de abril de 2015

Ángel Mardoqueo Silva: El último carretero de Riobamba



Texto y fotografías publicados en: Revista "Riobamba 2015"- 21/04/2015



Uno de los grandes inventos de la humanidad es la rueda; su aparición en antiguas culturas como China y Mesopotamia, que data de hace más de 5.000 años marcó un giro trascendental en la actividad humana. Fue usada como herramienta de alfareros, labriegos, guerreros y gente común quienes desde sus inicios aprovecharon la cualidad del movimiento giratorio para mejorar su sistema de vida en cuanto a trasporte, movilización y trabajo.


Arcilla, madera, piedra, cobre y más elementos  que conformaron las primeras ruedas son testigos de la evolución de este invento, de su perfeccionamiento, de su crucial salto a la modernidad cuando en 1889, el inventor escocés, John Boyd Dunlop patentara su neumático con cámara expandiendo el uso de la rueda en la construcción de nuevas bicicletas y automóviles. Lo posterior pertenece a la era del perfeccionamiento de los inventos mediante la mano de la tecnología donde el neumático se replantea con nuevos materiales y altos estándares de calidad.  


La rueda permitió que algo tan cotidiano como la vista de un animal atiborrado de carga sobre su lomo pudiera cambiarse por la imagen de un carro tirado por este, lo que optimizaría una trasportación con menos tiempo y mayor  cantidad de productos. Y esta, al parecer insignificante imagen anclada en la memoria de varias civilizaciones, revela uno de los grandes oficios de la humanidad: el carretero, definido por el diccionario de la RAE como: “Hombre que guía las caballerías o los bueyes que tiran de tales vehículos”, y que para el efecto de la presente publicación es una pintura en extinción, un recuerdo memorable de algún pasado o un lejano retrato de algún pueblo o ciudad perdida entre los ojos de los ancianos.


Imaginar el tránsito de un carretero en una Riobamba del siglo XXI, donde la era automotriz es evidente en sus calles de circulación caótica, en sus limitados espacios de estacionamiento, en la violencia de conductores, en las patibularias carreras que provocan taxistas y buseros, podría volverse una escena pura de Realismo Mágico, un fragmento de García Márquez similar a la de su Remedios la Bella ascendiendo al cielo  o a la de un Buendía alquimista tratando de trasmutar su alma para luego convertir cualquier metal en inestimable oro. 


Imaginar el recorrido de un carretero en una urbe donde la vida gira en torno a internet, tablets, redes sociales, reality show, podría ser causa de un sueño perturbador, pero esta pintura surrealista, en nuestra ciudad, toma vida por la avenida Lizarzaburu, por el mercado de San Alfonso, por la Veloz, la Junín y otras arterias riobambeñas que entre sábado o miércoles presencian la llegada de Ángel Mardoqueo Silva, con su carreta de madera, con su caballo Lucero, con su solitaria historia que lo convierte en el último carretero de Riobamba.

Don Ángel, hombre de mediana estatura, ojos claros, acrecentada barba, piel blanca bronceada por el sol, voz clara que devela la férrea personalidad de los mortales que han sabido enfrentarse con dignidad  a los rigores de la vida, en una breve entrevista realizada en el traspatio de su vivienda ubicada al norte de la ciudad de Riobamba, en presencia de su caballo Lucero y su carreta, nos recibió con la amabilidad de un sabio, con la ternura de un abuelo, en una mañana del sábado 15 de abril de 2015. Nos contó que es oriundo del cantón Guano, hijo de Javier Silva y Alejandrina Vilema, exactamente no conoce su fecha de nacimiento, sus primeros años los ata a una niñez de pobreza donde por su trabajo recibía dos reales por actividades de venta de dulce de panela y aguardiente. Era la época cuando el pan se vendía al precio de cuatro unidades por medio. 


Posteriormente, entre viajes y retornos por varios puntos de la Provincia de Chimborazo, se dedicaría a la venta de leche, en ese entonces a un precio de un sucre con veinte. Para la trasportación del producto, con sus propias manos fabricó el cajón de su carreta, adaptó los frontales, las ruedas, y la ató a un burrito que tiempo después sería sustituido por un caballo. Esta carreta le serviría además para pequeños trabajos de transporte dentro de la Sultana de los Andes. Tal actividad lo llevó a que el entonces existente Sindicato de carretoneros de la ciudad lo presione para unirse al gremio, así se transformó en uno de los cincuenta dueños de carreta que ejercían su oficio en años cuya memoria no le ayuda a precisar. De la asociación recuerda que estos medios de trasporte, cuya estación se ubicaba en la actual Plaza Alfaro, eran numerados, pagaban impuesto al rodaje y en ocasiones los miembros participaban de celebraciones gremiales donde gastaban lo que recaudaban. 


Las carretas trasportaban gran parte de la carga que llegaba en tren desde la costa; eran contratadas para llevar productos desde la estación  hacia los hogares o puestos de negocio de las personas que las alquilaban; sus servicios comunes fluctuaban entre cuatro o cinco sucres aunque también eran requeridas para trasportar arena u otros materiales para la construcción  donde el valor del trabajo ascendía a diez o quince sucres. Este modo de empleo fue reemplazado paulatinamente por la implementación de los triciclos que sustituyeron a los caballos haciendo que de a poco disminuyan los carretoneros, para quienes resultó imposible continuar con la labor y egreso económico que implicaba mantener a un equino. Don Ángel con nostalgia evoca como el sindicato fue disminuyendo hasta ser únicamente él quien, gracias a una pequeña propiedad con la que contaba en las afueras de la ciudad, pudo cuidar de su caballo y de su carreta que lo acompañan hasta la actualidad.


Hoy la carreta persiste, mas no como el antiguo elemento de trabajo o subsistencia. Es el medio de trasporte que Don Ángel utiliza en especial los días miércoles y sábados cuando necesita ir de compras al mercado. Él y su rocín se han aferrado al trabajo de la tierra. Don Ángel con probables 90 años define que su vida actual es tranquila gracias a todo el trabajo realizado. Lo que ha ganado en sus años de juventud lo ha heredado a sus hijos: Luz Ubaldina, Gloria Elisa,  Ángel Homero y Martha Victoria. Su salud es buena pese a ciertas dolencias que sobrelleva con calma, a ratos le agobia la soledad, la falta de la compañera que perdió hace mucho tiempo, pero conjura la nostalgia trabajando con su azadón en pequeñas siembras que le dan lo necesario para el sustento.  Atrás quedaron sus múltiples actividades de negocio como la reventa de ganado, comercio que lo ejercía entre Guamote y Riobamba. Destaca como en el tiempo que trasportaba aguardiente para la venta, debía necesariamente degustar el licor para comprobar si era “buen trago” y de este forzoso paladeo, entre capacho y capacho, en más de una ocasión terminaba rendido por los efectos secundarios. Con claridad evoca a sus amigos de esta época: Lizardo López, Lucho Ortega, Rubén y Salomón Uvidia, con quienes popularmente compartieron el negocio de la venta del licor.

Don Ángel se define como un hombre de gustos simples al que le agrada todo tipo de comida; quiere a todo animal, así lo aprendió según sus palabras: “Desde guambra chiquito, cuando aprendí a montar en burro y desde ahí fui acompañado por el burro, la mula, el caballo”. Recuerda las fiestas de San Pedro, las invitaciones de los priostes, las peleas de gallos. En un momento de la entrevista mira con detenimiento a su caballo del que afirma “puede ser el último”. Evoca a sus antiguos alazanes: Polvorín, Fulminante, El choroto y sobre Lucero cuenta que lo compró hace tres años en Guamote por ciento sesenta dólares. Hay veces que su animal, gracias a su mansedumbre, es requerido en tiempos de fiestas para tirar de una carroza, pero esta costumbre al igual que el oficio de las carretas también se arrincona en el olvido.


Con una ojeada a su carreta que parece agobiada en la mitad del patio, con unas fotografías junto a Don Ángel y Lucero concluimos tan amena plática unida a nuestra sentida gratitud. Fue un retorno al ayer de un oficio que en su momento aportó al progreso general, pero que tras la evolución del tiempo se extravía en la memoria colectiva. 








Un hombre de barba blanca

viaja sereno con su carreta peregrina
con sus ojos profundos
con su soledad insondable
con su caballo que es pacífico aleteo.
Lo escuchamos transitar tras el río de los autos
escuchen lo que dicen las patas de su caballo
sus herraduras,
cicatrices hondas en el asfalto de la tierra.
Mírenlo volar bajo la lluvia
mírenlo conquistar la cumbre de la serranía
coronarse como el jinete puro
junto al rocín que trasciende. 
Escuchen su galope que es el mar
su libertad que es un himno;
escuchen como la carreta asciende,
como su herradura silenciosa
nos espolea tras otras latitudes.
Miren a este Quijote que sin Sancho ni Dulcinea
nos convida la esperanza y la memoria.
 

jueves, 16 de abril de 2015

El difícil trabajo de promover la Literatura

Entre los días 8, 9 y 10 de abril, nuestra Riobamba tuvo la grata suerte de vivir un trascendental evento literario al que se denominó 1er Encuentro Internacional de Literatura Infantil. Este acontecimiento, contó con la presencia de importantes personalidades literarias de la talla de Hernán Rodríguez Castelo, Jorge Dávila Vásquez, Edna Iturralde, Leonor Bravo, por citar algunos nombres, que no por mentarlos desmerece el accionar de los otros participantes nacionales e internacionales. 

Quizá por caracterizarnos como una sociedad de nula o escaza avidez lectora este tipo de acontecimientos no trascienden, pese a que atrás de ellos existe un esforzado trabajo, en este caso el aporte de Genoveva Ponce Naranjo, destacada riobambeña que desde diversas perspectivas profesionales ha dado testimonio de servicio a la cultura de nuestra ciudad  y pese a que su esfuerzo de golondrina en medio de este verano de desidia y quemeimportismo intelectual no tuvo la aceptación en el público docente, ni en una gran mayoría de personas que debieron sentirse complacidas por la realización de un acontecimiento que rompería el anclaje intelectual que nos agobia, debo decir que  acciones como estas deben replicarse a costa de todo aparente bajo resultado, porque la única manera de llegar a una formidable realización arranca con un diminuto paso que por lo general es el más difícil, el que nadie se atreve a dar, el paso incomprendido o criticado, pero al fin un paso que luego puede volverse historia y legado.

Desde otra perspectiva aplaudo la presencia de un público con marcada sensibilidad, visión amplia, criterios firmes, que disfrutó de la presencia de los escritores, aplaudió las ponencias, participó activamente en los talleres y de seguro se retiró con la satisfacción de haber vivido una experiencia literaria trascendental, un aprendizaje  poco común y una realización personal porque al final la literatura no es otra cosa que un crecimiento interior desde la perspectiva de la palabra de otros. 

Promover la literatura es empresa quijotesca frente a la espectacularidad de la diversión cinematográfica, el hipnotismo de los videojuegos, la sensual y disparatada programación televisiva; a costa de esto anhelamos que a futuro este encuentro Internacional de Literatura Infantil se institucionalice y tome forma de una bienal. Aspiramos un público de mayor empeño en la lectura, unas autoridades educativas con criterios de apoyo a la capacitación, a la mejora docente y un profesorado motivado hacia el mundo de los libros.