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lunes, 27 de julio de 2015

De la permisividad para con los hijos


El actual sistema de relación familiar gira sobre un comportamiento que contradice la tradicional figura de autoridad que han tenido los progenitores sobre sus vástagos; es común observar como niños y jóvenes contemporáneos actúan con autonomía desaforada al punto que los límites impuestos en espacios anteriores hoy, al menos en un alto porcentaje de familias, han desaparecido.

El avance en la sicología moderna, las vigentes leyes que amparan a la niñez y adolescencia, la concepción de democracia y libertad que se otorga a las generaciones modernas pueden ser catalogadas como avances en las relaciones de los adultos para con sus descendientes, mas,  se hace evidente como estos nuevos derechos, al ser mal interpretados, generan una absoluta permisividad, una excesiva tolerancia, un libertinaje personal donde niños y jóvenes asimilan que ser libre es actuar como les plazca, sin criterio de respeto a las normas básicas de convivencia e incluso con una idea de censura para con los mismos padres. El resultado negativo de estas formas de conducción familiar ya lo viven los mismos ascendientes que no tienen ninguna autoridad para con sus hijos; son estos quienes toman ahora las decisiones en la familia e imponen reglas, tiempos de diversión, lugares y actividades a realizarse; por lo general opciones basadas en caprichos, en acciones irresponsables, en juegos y entretenimientos que ponen en juego su misma integridad física, moral y emocional. 

Vemos padres y madres temerosos de imponer reglas a sus hijos porque temen que estos se disgusten,  los amenacen con irse de la casa y hasta lo más extremo, los chantajeen con pretender quitarse la vida porque se sienten incomprendidos. Vemos hijos que gritan, maltratan y manipulan a sus progenitores para obtener cuanto quieren, y estos con la idea de que los pequeños pueden verse afectados por algún percance sicológico o simplemente porque no tienen la entereza de enfrentarlos y corregirlos, acceden a ser sus cómplices en la irresponsabilidad, la intolerancia, la violencia en contra de quienes buscan educarlos. Escuelas y colegios son parte de esta realidad, docentes y autoridades educativas son víctimas de esta nueva enfermedad social que mina los principios de convivencia pacífica; generaciones criadas bajo la figura del desacato, de la permisividad dentro de la familia, extienden ese comportamiento a las aulas, que es su entorno más inmediato,  y actúan desatinadamente secundados por sus mismas familias quienes no entienden que una sólida formación humana requiere de límites y firmeza.     


No abogamos por el maltrato físico ni por la reprimenda sin juicio, aunque es evidente como nuestras generaciones contemporáneas han perdido el sentido de respeto hacia la autoridad de casa y esto nos lleva a un descalabro en la disciplina personal que redunda en una niñez y juventud irresponsable y agresiva. Una sociedad cuyos retoños no fundamentan su comportamiento en el respeto individual y colectivo, que no acata normas de convivencia, que no reprende o corrige los errores en la formación de los  hijos está condenada al deterioro moral, a la creación de una era de desorden, banalidad y libertinaje.


Padres y madres debemos comprender que ser amigos de los hijos es una frasecita burocrática que nos aparta de la responsabilidad que tenemos para educarlos bien. Consideramos que una buena mamá o un buen papá es el que está en la honda de los hijos y por tanto les permitimos hacer todo lo que quieren, sin reglas, sin horarios, sin restricciones; un papi o una mami a la moda incluso se viste igual o hasta más juvenilmente que sus hijos, no aparecen en casa porque están de farra con los camaradas o si están se imbuyen también en las redes sociales, en juegos de video o pasatiempos que los convierten en otros adolescentes, apartándose así del compromiso de la guía familiar. Nuestros hijos e hijas no necesitan más amigos porque los tienen en demasía; ellos requieren de padres y madres con autoridad, con testimonio, con firmeza para encauzarlos hacia el correcto proceder para ayudarlos a discernir lo positivo de lo inconveniente. Es hora de apartarnos del autoengaño de creer que somos los mejores progenitores porque secundamos toda acción de los hijos, porque embozamos sus errores y no los dejamos asumir responsabilidades. Sobre cualquier moda o tendencia social contemporánea, la educación que brinda la familia es la base para la construcción de un individuo y una sociedad;  si esta se fundamenta en la permisividad, amargos serán los frutos que cosecharán los mismos padres.