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viernes, 2 de septiembre de 2016

EL IMPERIO DE LA MORDAZA



Hay un imperio donde se vuelve delito manifestar lo que se piensa; donde elevar la voz en contra de lo irracional se pena con la persecución, la clausura de la conciencia, el cierre de las tribunas de expresión. Un imperio cegado por la ambición, por el odio insensato, por la desmedida ambición por el poder. En este reino las bocas que pronuncian la palabra libertad son condenadas como inoperantes o mentirosas, por la única razón de no pensar igual que el líder del reinado. 

 Brota entonces el temor en los ciudadanos, la gente se vuelve lánguida, silenciosa, como si esperase un estruendo para despertar del aletargamiento en el que ha caído, luego que las bocas de muchos de sus coterráneos han sido amordazadas o desaparecidas. 

Cuando las mordazas cunden, se afirma con certeza que impera la tiranía. Esclavizar la voz, censurar la palabra, poner cadenas a los pensamientos es el peor veneno en contra de un pueblo.  A la vez, un pueblo que se deja silenciar,  se vuelve un nido de cobardes y donde hay cobardía no pueden existir mínimos derechos.

Tiranos en contra de la libertar de expresión han existido y seguirán existiendo en cualquier época. Ellos son resultado del autoritarismo individual, de la prepotencia que no les permite respetar el decir de otros. Son seres limitados que se sienten inferiores cuando alguien pone reparo a sus actos, y generalmente con violencia acallan a quienes los critican.

Si es un ciudadano común, el tirano de la palabra, a la menor ocasión embiste con ferocidad en contra de sus detractores. Aunque ofende y hiere, su limitado comportamiento no va más allá de las lindes de su entorno.  Mas, si este individuo, el opresor de la palabra,  esta atrincherado en algún escaño de autoridad, entonces es potencial peligro para sus gobernados, de quienes no tendrá misericordia; a quienes acallará con insultos, reprimendas, destierros, clausuras u otros medios de represión. Todo esto, amparado en corroídas leyes que falsamente respaldarán sus actos. 

¡Triste pueblo! ¡Triste individuo el que ha sido vencido por la mordaza! Las mordazas no solo frenan la palabra: Estancan la razón, desmedran el progreso de la intelectualidad, estancan la grandeza del espíritu. Los amordazados beben su propia tristeza o injusticia. Es por ello que ante los atropellos no debemos callar. Cuando hay represión es cuando más debemos gritar. Cuando se nos ordene silencio a sabiendas que impera la falsedad, es cuando debemos ser las luminosas lenguas de la verdad. Y si refrenan nuestra oralidad, tenemos las letras que arden al igual que la voz.  

Si conocemos un imperio así. Si somos acosados por manos que pretendan estrujar nuestros labios. ¡No callemos! Unámonos junto a quienes quieren ser silenciados y seamos el más agudo grito en contra de la intolerancia.  Que nadie censure nuestra palabra porque está escrito: “Cuando los bárbaros ordenen callar al pueblo para entronizar sus injusticias, las mismas piedras hablarán a favor de la verdad”.