Existen tantísimas conceptualizaciones sobre lo que es educación como tantos modelos, corrientes e ideologías pedagógicas. Se afirma que la educación es el pilar de los pueblos, la esperanza del mañana y quien sabe cuántas alegres metáforas que destellan en el amplio mundo de la teoría. A boca suelta tantos gobiernos alrededor del mundo toman como bandera de lucha el tema educativo; lo manosean, lo revuelven dentro de una chistera de banalidades y con rimbombantes campañas afirman hallar la fórmula perfecta para erradicar la ignorancia del pueblo.
El gran problema es que la idea de educación se asocia únicamente con acumulación de conocimientos y desarrollo de habilidades específicas. Se suma a esto, la finalidad básica que nuestra sociedad postmoderna endosa a lo educativo: hacer dinero, lograr un status o mantenerse en una constante competitividad. Obviamente son aspectos inherentes a lo que es hacer educación, pero cuando limitamos el accionar educativo sobre estos únicos fines, llegamos a obtener el gran resultado: Seres humanos para nada humanos; individuos altamente eficientes en lo académico, lo técnico, lo científico, pero en la mayoría de casos, copados de egocentrismo, violencia, insolidaridad; faltos de interés por el bien común, que es a donde debería ir la educación en primerísimo plano.
La educación ante todo es un instrumento de transformación social, pero no se puede generar un cambio en la sociedad si sus componentes no han cambiado. Aquí está el gran reto de la educación de este siglo, un giro global en la ejecución y finalidad de lo educativo que en sentido primordial esté orientado a constituir seres humanos capaces de ser felices en la época que vivimos. No cabe duda que los sistemas educativos de otras épocas nos han permitido extender gigantes pasos en la física, la ingeniería, la robótica, la medicina, las comunicaciones y más áreas del mundo moderno. Surge ahora la gran pregunta: ¿Estos sistemas basados en el conocimiento son suficientes para desarrollar la calidad de vida o superar los problemas de los hombres y mujeres del siglo XXI?
Preguntémonos: ¿La educación que se imparte en nuestras aulas sirve para enfrentar los males que nos acosan, así: El separatismo, es decir la falta de unión entre personas, quienes desde distintos conglomerados, sean estos los minúsculos grupos escolares, hasta verdaderas organizaciones políticas, religiosas, económicas; desde su óptica e intereses buscan su bienestar grupal atacando muchas veces a los demás bajo el argumento de defender su conjunto?
¿Nuestra educación nos prepara para emplear con equilibrio los avances de la ciencia o la tecnología, o esta se vuelve contra nosotros convertida en armas de destrucción masiva, abominables experimentos opuestos a la dignidad y la ética o descarriados juegos electrónicos que nos desconectan de la realidad y nos sumergen en lo ilusorio de la fantasía?
¿Nuestra educación forma en la libertad, la libre expresión, el libre ejercicio del derecho y la igualdad, o es otro mecanismo para domesticar a las jóvenes generaciones que incautas ven entroncarse las dictaduras y el abuso de poder, pese a que se afirme que se vive en democracia?
¿Nuestra educación está formando hombres y mujeres que a futuro sean una garantía para preservar una familia, asegurando así el sano crecimiento de los hijos que es la única manera de contar con una sociedad segura, fuerte y equilibrada, o sólo nos preocupamos de la charlita de orientación sexual desatendiendo valores más esenciales en la convivencia sana de una futura pareja?
Los países deben plantearse con rigurosidad; qué clase de seres humanos quiere formar, considerando como primer punto, que antes que el especialista, el profesional o el artista está la maravillosa persona humana que no puede ser olvidada ni encaminada únicamente al progreso material sino al desarrollo pleno de sus potencialidades.
En todo pueblo o cultura el fin fundamental de la educación debe ser formar seres humanos con capacidad para ser felices para sí mismos y así engendrar felicidad para quienes lo rodean.