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viernes, 27 de agosto de 2010

La voz que calla

Con honda consternación, las almas libres de Ecuador escuchamos la despedida de un periodista de alta categoría, quien a pesar de las reprimendas, las injurias y la persecución supo elevar la voz para intentar frenar las iniquidades. Era “La voz que clama en el desierto”; era la objetividad y la verticalidad de un comunicador que solía hablar con criterios de verdad, a sabiendas que ésta ofende a quienes, por conveniencias mezquinas, buscan esconderla.
Jorge Ortiz se despide de Teleamazonas, pero deja un legado para comunicadores actuales y futuros: La convicción de no ser siervo de opresores, ni vasallo de mentirosos como principio primero de todo buen periodista. Su amplio recorrido por las pantallas televisivas fue una brújula para no perdernos en medio de las falsedades; su tono a veces hiriente, enérgico, risueño en tantas ocasiones, nos permitía imaginar que aún en el país existía un vestigio de democracia. Su despedida deja un sabor de derrota para quienes iniciábamos el día con un respiro de libertad, con la esperanza de construir y vivir en una nación verdaderamente anti dictatorial, donde la seguridad de la libre expresión, el trabajo y la vida sean máximas garantías.
Una valiente voz de libertad que se acalla, significa el silencio de infinidad de voces que temen opinar. Es oscuridad para tantos hombres y mujeres que en las calles apenas pueden comentar entre sí su inconformidad, pero que no tienen los recursos ni la oportunidad de manifestar lo que creen o sienten. Este suceso no es una cuestión política, es un golpe a la legitimidad de cualquier pueblo, porque en cualquier lugar del mundo donde un comunicador digno es obligado o persuadido a dejar de manifestarse, se puede decir que esa comunidad ha perdido una parte de su propia integridad.
Vaya nuestro deseo, a que por una voz decente que se silencia, se eleven muchísimas otras. Que la despedida de Jorge Ortiz sea el remezón que necesitamos para sacudirnos del encantamiento al que hemos sido sometidos mediante irreverentes propagandas que pretenden convencernos de vivir en la tierra prometida, cuando en realidad somos un pueblo sin certeza de trabajo, acorralados por la delincuencia, perdidos en el mar de la incertidumbre económica. Esperamos también que la voz del señor Ortiz, de una u otra manera siga avivando los ideales del periodismo independiente y que para bien de la dignidad, no desaparezca del escenario de nuestro país.