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jueves, 26 de abril de 2012

Cuando un amigo se va

Los seres humanos somos efímeros, pero la huella de nuestro paso por la tierra puede ser imperecedera. A medida que vivimos sembramos en la mente y en el alma de quien transita junto a nosotros, memorias agradables, espacios perdurables no cimentados en el aporte material o económico, sino en aquello que a la vista fría es trivial, pero que germina y se perpetúa en la memoria de quien lo recibe. La amistad es la suprema dádiva a compartirse bajo el seno del desinterés o la codicia; es el pedestal donde se afianzan las mejores virtudes del ser humano, especialmente si se ha disfrutado o tenido el privilegio de sentirse amigo de una persona que trasciende por la claridad de la mente, por la fortaleza del corazón y por la generosidad de los actos. Desde hace muchos años Riobamba contó con el privilegio de sentir por sus calles e importantes instituciones el paso de un hombre de andar ligero, de voz pausada, de espíritu vibrante e inmensa sabiduría: El distinguido Gustavo López Monge: Periodista, docente, educador de primera línea y noble ciudadano quien compartió su jovial personalidad con cientos de ciudadanos de nuestra ciudad. Así, desde el ilustre personaje hasta el reo menospreciado, a quien nadie visita, recibieron la palabra que alienta, el oportuno consejo, la invitación a seguir a un Cristo que muchos desconocemos, pero que para Gustavo López fue la inspiración más grande de su vida y que lo glorificó con obras, con testimonio de vida, trabajo y solidaridad. Del quehacer de este insigne ciudadano se puede escribir páginas y libros enteros, pese que su humildad no lo requiere, porque las almas nobles no viven del aplauso efímero, del fugaz agasajo, peor aún de la cruel ingratitud. Me remito a su tránsito como docente del Colegio Santa Mariana de Jesús de Riobamba, donde dejó un legado de trabajo, de buen ejemplo, de modelo de maestro a quien como a todo educador venció la enfermedad y el tiempo, mas no el ideal de servir a la sociedad. ¡Absurda la vanagloria, la politiquería, la mezquindad del poder si no sé es útil para nadie! Este preclaro periodista no requirió ejercer dignidades parlamentarias, no demandó auspicios ni presupuestos para levantar almas. No edificó carreteras ni edificios, pero construyó monumentales templos en el alma y la mente de cuantos lo conocimos. Cuantiosos son los momentos de la vida humana revestidos de alegría y más aquellos empañados con la nostalgia del dolor inevitable de la muerte. Un gran amigo, un ilustre ecuatoriano ha entregado sus ojos a la eternidad. En su faceta de andinista debe ahora escalar las nubes y de seguro ha hollado la más privilegiada de las cimas: El encuentro con el altísimo, con ese Cristo que lo acompañó por ochenta y siete años y que también le dirá: Gracias por haber sido la voz que reconfortó, la sonrisa diáfana, la quijotesca mano del caballero extendida a la amistad y a la misericordia.   Gracias Maestro marianita, caballero noble y amigo ejemplar.
El personal, docente, administrativo y de apoyo del Colegio Santa Mariana de Jesús de Riobamba, expresan su hondo pesar ante la pérdida de tan respetable periodista, docente y caballero.

sábado, 21 de abril de 2012

RIOBAMBA - Por: Rowny Pulgar Noboa



Nací en la tierra de milenarios montes
donde el eco del cóndor liberado
vibra vigoroso entre el glacial aliento.
Enrumbaron mi garganta: el rondador, el pasacalle, el yaraví;
la estrecha diez de agosto, la Merced, la Concepción.
En el iris de este niño fragmentado
se alarga el Neptuno de tridente roto
los ángeles derrotados
las piedras de calles taciturnas
el tren, la bohemia y la Estación.

Crecí y amé estos cielos de mirlo, tuna y colibrí;
cobijome el abuelo blanco con su nieve triangular
con su agua virginal, con su aroma de Delirio.
Capulíes empedraron mi niñez
junto al eco de la abuela mía
donde el descabezado galopaba misterioso
y el Luterano doblegaba su cerviz.

Entre candiles, estrellas y palabras
recorrí la villa de callejas divididas
el Cullca amargo pregonero de la muerte
el febrero de alaridos apagados.

Crecí con mi hermana la lluvia
aprendí las figuras del aire,
bebí quebradas, piedras, chaquiñanes,
leyendas puruhaes, rebeldía, desencanto.
Así brotaron granadillas en mis ojos
así llegaron raíces a mis venas
amor por tus primicias
telar incalculable de laureles eternos.

Riobamba:
la barca de los Andes
la esposa de los montes.
Tu nombre de mujer me inunda de ternura
acongojado y solo entre la modernidad absurda
entre politiqueros brujos que deshojan tu memoria
sin progreso, patrimonio, ni Custodia.

Riobamba:
no te quiero sepulcral, sola, enmarañada…
te quiero con sonido de campana
con frontera de cielo.
Te quiero con tu tránsito de agua
tu granero de constelaciones,
tu arena emplumada de jilgueros
y tu nupcial vientre fecundado de esperanza.

Riobamba mía:
eleva tus alas de paloma.
Sé el cóndor, la libertad,
hoguera blanca para mi Ecuador rendido
luminosa mano de Noviembre eterno,
abrileña espada para el tirano infernal.
Sé la esposa perdurable, la luz crepuscular,
el trigo manso de mis hijos y del mundo.

La leyenda del Luterano

Cuando mucha gente de la generación actual contempla el Escudo de Riobamba surge la inevitable pregunta sobre el significado de aquella cabeza prendida por dos espadas. Y como estamos en época en donde todo lo patrimonial e histórico parece no importar a nadie, rescato esta amena historia que cobija los orígenes de nuestro símbolo heráldico, antes de que a algún agudo político le surja la idea novedosa de querer cambiarlo. La cabeza que se destaca en el emblema riobambeño hace alusión a un médico de origen húngaro llamado Sibelius Luther quien luego de un crimen pasional buscó mitigar su conciencia en el nuevo continente y de manera específica en localidades de lo que hoy es la Provincia de Chimborazo, concretamente Guamote y Colta. La historia se remonta a los años de 1571 y 1575 donde este excéntrico personaje recorre la Villa del Villar Don Pardo, asiento que más tarde dará origen a la Villa de Riobamba. La autora Laura Pérez de Oleas Zambrano en su texto: ¿Quién fue el Luterano de Riobamba?, publicado en el libro Riobamba: del Luterano al terremoto, de Juan Carlos Morales Mejía lo describe de la siguiente manera: “… un hombre alto, fornido, de cabello, barba y patillas rojizos; de ojos pequeños, azules y penetrantes; tez que seguramente fue muy blanca, pero que estaba oscurecida por la intemperie. Su nariz de corte aguileño exagerado, la boca hundida de labios finos y mentón saliente dábanle un aspecto de ave de rapiña. Su vestimenta era una especie de casaca de cuero que le llegaba hasta las rodillas; usaba botas militares que le tapaban toda la pierna. La cabeza la llevaba cubierta por una especie de bonete o gorro de negro hule sujeto por un cordón a la barbilla”. Se dice que Sibelius fue un humanista dolido por la situación de esclavitud y miseria que soportaban nuestros indios, los atendía con medicinas naturales y consejos lo que le valió el aprecio de este grupo desposeído que lo bautizó como “Padre blanco”. Al parecer todo era bueno para este hombre, pero su inasistencia al templo, el distanciamiento con todo lo religioso dio espacio a que la Iglesia de la época, oscura e ignorante, juegue hábilmente con el apellido del médico y de Luther lo trasforme en Luterano, mordaz calificativo que hacía alusión a Martín Lutero el sacerdote desertor de la Iglesia Católica que promovió la llamada Reforma y que para la época significaba similitud con el mismo demonio. Por la lejanía que mantenía Sibelius con el ámbito religioso se llegó al punto de prohibir que se le venda alimento, se le dé posada e incluso se realice un acto de caridad con él, so pena de que para el que lo haga sea sancionado con excomunión. El médico que otra hora se dedicaba a recoger, insectos, plantas o pasear por las inmediaciones de la Laguna de Colta, se convirtió en un mendigo. A donde llegaba se le negaba el agua y el alimento; piedras insultos y más agresiones recibía cuando ingresaba a cualquier lugar y se dice que cierto día cuando transitaba por el Corregimiento de la Villa del Villar Don Pardo, en la Plaza de la iglesia, fue abordado por el sacerdote Horacio Montalván quien era cura de la Matriz y el principal gestor del odio en contra de Sibelius. El religioso abofeteo sin miramientos al mendigo quien a pesar de sus cuarenta años rodó al piso vencido por el hambre y la fatiga. Solo alcanzó a exclamar: ¡Ave agorera. Algún día cortaré esas manos que se levantan injustas contra mí! Pasó el tiempo y llegamos al 29 de junio de 1575. Fiesta de San Pedro, Patrono de la antigua Villa de Riobamba. La celebración revestía lujo y solemnidad. La Catedral que lucía imperiosa y que se erigía en lo que hoy es la Plaza Central entre Sicalpa y Cajabamba, se había preparado para tan importante conmemoración. Envuelta en una negra capa una sombra se escurre sigilosa hasta el presbiterio y permanece oculta. La celebración inicia. Entre cántico y rezos se llega al punto culminante donde el sacerdote Horacio Montalván, quien oficia la eucaristía, levanta la Sagrada Forma, de pronto la sombra devela a un enloquecido Sibelius que se lanza en contra del prelado con intención de cercenar su mano: - ¡Ya no volverás a ultrajarme ni a consagrar con esa mano maldita! Exclamaba el agresor mientras sujeta al cura que deja caer la hostia consagrada. La indignación de los asistentes no se hace esperar; con espada en mano se lanzan feroces en contra del hombre de la capa, en contra del pobre Sibelius a quien hunden sus espadas en el corazón y la cabeza. Según los asistentes, como hecho milagroso, del cuerpo del impío no brota sangre y no se ensucia el sagrado recinto. La sangre bulle en las afueras del templo cuando el cuerpo yerto del hombre ha sido arrastrado fuera de él. Ante tales acontecimientos, el presidente de la Real Audiencia de Quito, don Lope Diez Auz de Armendáriz, ordeno que el cadáver del sacrílego fuera colgado en la horca durante un día; ordenó además que su lengua fuese arrancada y arrojada a los perros; su cuerpo finalmente debía ser quemado como lo disponía la Santa Inquisición en el caso de todos aquellos que habías sido condenados por hechicería, herejía y sacrilegio. Luego de este macabro final, los indios esclavos en secreto recogieron las cenizas del “Padre Blanco” y las enterraron en un lugar cercano a la laguna de Colta para que su espíritu no los abandone. Las supersticiosas voces claman lo acontecido como un milagro extraordinario. El hecho trasciende hasta oído del mismo rey de España Felipe IV quien en honor a la fidelidad de los riobambeños, concede el Escudo de Armas a la Villa de Riobamba, siendo este el símbolo que todos conocemos. Es cierto que luego de conocer esta historia muchos opinarán que nuestro escudo representa una barbarie antes que un hecho noble; que entroniza el fanatismo, la superstición y la ignorancia, pero la historia se debe entender desde su contexto y no porque hoy nos resulte inverosímil o grotesca debemos desecharla; es parte de nuestro legado cultural, de nuestras raíces, tiene igual valor que aquella Custodia que por negligencia nos fue arrebatada, es tan valiosa como tantas edificaciones patrimoniales que en los últimos años han sido demolidas sin reparo, tan valedera como la cantidad de aciertos y desaciertos que han compuesto nuestro pasado, pero que desde la vivencia nos consolida como ciudad. Los pueblos que no valoran su pasado y su cultura están condenados a desaparecer en medio de esta globalización que arrasa con la autonomía cultural e individual. En plena época de incertidumbre conviene revisar los errores que nos antecedieron para no replicarlos en el presente sin negar el sentir, el pensamiento y el esfuerzo de otros que en su momento vivencial supieron o trataron de dar buen rumbo a un pueblo.

jueves, 12 de abril de 2012

Maestro ecuatoriano

La grandeza del maestro radica en su vocación inquebrantable; ser maestro/a invita a vivir una misión redentora; mediante esta profesión se construyen mundos humanos, se eleva la espiritualidad de niños y jóvenes, se enciende la risa en cualquier faz angustiada y se labra una sociedad sin tiranía. En Ecuador, estas pintorescas frases, sin ser mentirosas, se tornan amargas cada 13 de Abril, donde aún se dedica tal fecha para mirar al menos de reojo a estos anónimos héroes, a quienes en el mundo cierto se paga con desdén y reproche. La incertidumbre es el pan del educador ecuatoriano quien hoy, bajo una incauta revolución educativa, se hunde tras el manto burocrático que lo lleva a completar informes, rellenar formatos absurdos, cumplir una jornada laboral que no beneficia a nadie. Los intelectuales defensores de estos cambios, operados desde un escritorio y sin la mínima noción de lo que es hacer educación, argumentan logros preponderantes, mas olvidan que la educación no parte de una edificación, una pizarra virtual o un texto. De poco sirve el recurso material si no existe el elemento humano motivado para ejecutar el proyecto; ahora se mira un magisterio agobiado por el trabajo no remunerado, por un listado de sinsabores donde se respira inestabilidad laboral, maltrato sicológico y directas agresiones en contra de su labor. A los maestros se nos califica ahora de servidores públicos. ¡Siempre lo hemos sido!, entendiendo que el servicio público es beneficio para el pueblo. Desde el humilde vendedor hasta el notable estadista recibieron algún día la voz y el acto de quien la sociedad conduce; todo hombre o mujer llegaron a una cima porque existió una guía docente que los orientó, de seguro con algún desacierto, pero sobretodo con un torrente de amor. Es fácil olvidar el pasado; condenar a quienes se extinguen en las aulas; aquellos que son padres y madres de hijos ajenos y que por ellos sacrifican el bienestar de sus propios vástagos para en pago recibir una jubilación miserable que no cubre ni su medicina, o ser objeto de la severa crítica de perjuras almas que solo contemplan el fango y no advierten el fulgor de quien supo educarlos. Así de triste sería la vida de un educador a no ser por selectos individuos, estudiantes que con lucidez de alma, en alguna calle o en inesperado lugar, con una sonrisa exclaman: ¡Usted fue mi maestro/a! Son estos seres nobles quienes motivan a confiar aún en esta proterva humanidad quien luego de beber la vida de sus educadores los arroja al brutal olvido. Los docentes también adolecemos parvedades; aspiramos a un existir digno para nosotros y nuestras familias. Entre los grupos profesionales somos los más exigidos, los más censurados y los peor pagados, tanto en lo económico como en lo moral, porque una de la peores inmoralidades del ser humano es la ingratitud y quienes condenan a los maestros son verdaderos Judas que olvidan la mano de quienes les enseñaron las letras, de quienes toleraron travesuras y berrinches que ni los mismos padres pueden soportar. Nuestra educación ha dado grandes pasos hacia atrás. Nada se puede lograr con un magisterio cansado biológica y emocionalmente. Poco se puede lograr con un cuerpo docente recontra explotado que sabe que su labor no es reconocida. Poco se puede alcanzar cuando sobre sus espaldas se hallan padres de familia pagados para mantener un sistema político o doblegados por hijos que los someten a sus devaneos. Nada se conquista en una sociedad desvalida donde impera la delincuencia, la pobreza y la falta de oportunidades porque no se generan fuentes de empleo, porque no se garantiza la libertad ni los elementales derechos de las personas. Quisiera observar a los planificadores de las actuales políticas educativas laborar al ritmo de los docentes ecuatorianos y recibir esa remuneración que les parece tan justa porque se ampara en un código laboral, como si la ley aprobada en un papel garantizara la decencia de los actos que certifica. Queridos maestros: Aferrémonos a la esperanza de mejores días para nosotros y para la Patria; sigamos educando en valentía, verdad y justicia a las nuevas generaciones para que estas miren más allá de nuestras torpes cegueras.