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miércoles, 13 de noviembre de 2019

Padre Emilio Moscoso, Mártir de la eucaristía


Escribir el relato de una persona ilustre es una hazaña de grandes proporciones. Sin embargo, narrar la vida de un mártir, quien se distinguió por la docilidad, moderación, y delicadeza de carácter, eso es una tarea extraordinaria. P. José Benítez S.J.

Copartícipes del sentimiento y la fe católica, nos regocijamos ante la reparación de justicia que luego de más de un siglo lleva a los altares al siervo de Dios: Salvador Víctor Emilio Moscoso Cárdenas, sacerdote de la Compañía de Jesús; nacido en Cuenca - Ecuador el 21 de abril de 1846 y asesinado en Riobamba el 4 de mayo de 1897.  Una de las vías de beatificación y canonización reconocidas por la Iglesia es el martirio para quienes fueron despojados de su vida in odium fidei, por odio a la fe que profesaron; sobre este fundamento, el Papa Francisco, este 2019, promulgó el decreto de venerabilidad que reconoce el martirio de este noble jesuita ecuatoriano.

El padre Emilio fue uno de los nueve hijos de Juan Manuel Moscoso y María Antonia Cárdenas. Como parte de una familia numerosa su niñez le permitió crecer entre variedad de opiniones y caracteres que desembocarían en una personalidad tolerante y preocupada por el prójimo. Sobre su juventud, uno de sus sobrinos refiere: “se distinguía por la docilidad, moderación y delicadeza de carácter”, cualidades que le acompañarán toda su vida y se fortalecerían en su labor religiosa. 

El 19 de julio de 1864 Emilio ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús, realizó sus primeros votos a los 20 años en la Capilla de la Beata Mariana de Jesús. Realizó sus estudios de humanidades, filosofía, pedagogía y ciencias en la casa de formación del centro histórico de la ciudad. Su primer año de magisterio lo desempeñó en el Colegio San Gabriel de Quito, luego en el San Felipe de Riobamba y lo culminó en el de Guayaquil. Vuelve a Quito para los estudios teológicos y es ordenado el 1 de noviembre de 1876. Es destinado para su cuarto año de teología a Payanne (Francia). Realiza la Tercera Probación en Manresa (España), donde consolidó su amor y dedicación para el trabajo apostólico guiado siempre por la voluntad de Dios, mediante el mandato de sus superiores. Posteriormente es enviado a Lima como operario apostólico, a la Residencia y luego al magisterio en el Colegio La Inmaculada. Allí se incorpora definitivamente con los últimos votos a la Compañía de Jesús. Era un 8 septiembre de 1879.

Lima, Quito y Guayaquil se beneficiaron de sus primeros años de sacerdocio. Su última obediencia la recibió para el Colegio de Riobamba como profesor, vicerrector y finalmente como Rector del San Felipe Neri en el año de 1893, donde además fue Superior de la Comunidad. Al describirlo, uno de sus alumnos expresó: “su fisonomía agradable, apacible mirada, aire modesto y dulces palabras… tan atrayente y delicada silueta revelaba un corazón paternal y discreto”. Se podría afirmar que lo más valioso de él no son las acciones grandes, especiales, espectaculares, sino el equilibrio y sencillez profunda con lo que hacía todo convirtiendo en extraordinaria su vida ordinaria. El motor profundo que inspiraba esta existencia era el Evangelio; así como era excelente superior lo era como súbdito religioso. La verdadera humildad característica de su vida personal hacía que su equilibrio emocional no le permitiera ni enorgullecerse en la exaltación ni abatirse con las limitaciones personales.

Mientras se desempeñaba como rector, en 1895, en Ecuador, se rompió el orden Constitucional tras una revolución política que entre sus fines buscaba “acabar con la teocracia “; esto se tradujo en leyes y acciones contra la Iglesia y sus personas: Obispos y seglares católicos perseguidos, templos donde se censuraba la predicación, religiosos encarcelados. En Riobamba, el 2 de mayo de 1897 Monseñor Arsenio Andrade es apresado en el Palacio Arzobispal. En esta misma acción se detuvo también al Superior de los Redentoristas y a los Jesuitas en su propio colegio. El P. Emilio Moscoso se encontraba fuera al momento del arresto. Al saber que sus hermanos se hallaban prisioneros dentro del plantel, ingresó libremente y se entregó solidario a la misma suerte de los demás. Los militares llevaron a todos al cuartel ubicado frente al colegio. A medianoche los trasladan a otro recinto militar bajo la amenaza de muerte o exilio. Pasan aquella noche en una inmunda caballeriza; es ahí, donde el P. Emilio recibe el don de fortaleza y alegría desbordante que lo notan sus compañeros; comparte una inusitada felicidad interior que infundía en los demás coraje espiritual y honda fe. Llegada la mañana, la población riobambeña se tomó las calles pidiendo la libertad de los religiosos. Ante la presión popular estos son liberados, a excepción de cuatro, a quienes se les acusa de predicar en contra de la constitución.  De regreso al colegio, el P. Moscoso agenció todo lo que estuvo a su alcance para lograr la libertad de sus compañeros sin poder conseguirlo.

En la madrugada del 4 de mayo, el jefe de los conservadores, Pacífico Chiriboga, convencido que el convento y el Colegio San Felipe estaban vacíos, porque los sacerdotes yacían prisioneros, horada la pared de la calle Orozco e ingresa con un grupo de personas; ellos  fueron mal informados sobre un supuesto apoyo que recibirían para enfrentar a los liberales; son descubiertos y a las 5 de la mañana empieza el asedio en contra de las instalaciones mencionadas donde los Jesuitas, sin esperarlo, quedan atrapados entre el fuego cruzado. El ejército liberal, con más de cien efectivos, rompe con hachas las puertas del templo de San Felipe, ingresan y cometen la sacrílega profanación que fuera calificada por el Dr. Gabriel Cevallos García como “el feroz empeño de ofender con una ofensa inenarrable la fe de un pueblo”. Rompen el sagrario, tiran al suelo las hostias consagradas, las pisotean, beben licor en los vasos sagrados, se burlan de los sacramentos y de la predicación. Flavio Alfaro, en persona, comanda las operaciones y él mismo expresa la orden fatal: “Maten a todos los frailes”. Al ingresar al convento, al primero que encuentran en su cuarto orando de rodillas, rosario en mano, es al P. Moscoso a quien disparan a quemarropa. Las mismas manos que profanaron la eucaristía asesinaron al Padre Moscoso, luego ultrajaron el cadáver colocando en sus manos un fusil y municiones con el fin de justificar el atroz crimen. Para ocultar lo ocurrido, emitieron un boletín oficial, el número 4, plagado de mentiras en contra de los religiosos. En el juicio civil, en cambio, todos los testigos, militares actores del hecho, develaron la realidad. El 29 de marzo de 1916 el segundo comandante del Batallón 14 de agosto, José Joaquín Merino, que participó en tan ignominioso hecho, en documento autobiográfico y juramentado, reveló la verdad y la identidad de los asesinos. Desde 1897 nace una devoción especial en la Capilla del Colegio San Felipe Neri de la ciudad de Riobamba por la reparación del sacrilegio y del martirio del Padre Emilio Moscoso, quien ofrendó su vida por la fe y su profundo amor a la eucaristía, desde entonces el lugar se transformó en el Templo Expiatorio.

Dios que todo lo conoce restituye el honor de sus fieles. La beatificación del Padre Emilio Moscoso, es un acto de amor y de justicia. Con honda ternura y amparados en el testimonio de su vida compartimos su plegaria y al unísono decimos:  Tomad Señor y recibid la bondad de Víctor Emilio Moscoso, tomad Señor y recibid este gesto de humildad que nos compromete a forjarnos como una sociedad más tolerante. Tomad Señor y recibid este ejemplo de bondad que nos lleva a buscar mejores caminos de paz para nuestro pueblo. Tomad Señor y recibid la presencia de todos quienes estamos convocados aquí para levantar la voz por todos aquellos que fueron y siguen siendo asesinados, sabiendo que cada vez que una persona muere injustamente una fracción de la humanidad muere con ellas porque todos somos una misma carne, un mismo espíritu, una misma creación de Dios.




lunes, 27 de mayo de 2019

¿Enseñar literatura?





Ponencia presentada en el III ENCUENTRO DE LIJ – RIOBAMBA 2019

–¿Para qué sirve la literatura? – preguntó un reportero a José Saramago.

–Para nada –contestó Saramago.

–Pero, ¿por qué para nada? ¿No resulta extraño que un maestro como usted afirme que la literatura no sirve para nada?

–Para nada –confirmó Saramago. Y agregó–: Tome usted las obras literarias más notables, las de Occidente si quiere, que son las más cercanas a nosotros; tome las que mejor hayan puesto el dedo en la llaga de la miseria humana; tome usted, por ejemplo, las tragedias de Sófocles, la Comedia de Dante, El Quijote, los dramas y tragedias de Shakespeare, las novelas de Kafka, Tolstoi, Dostoievski, Musil, Camus, Sartre, las que quiera, y estará de acuerdo conmigo en que ninguna de esas obras –ni todas ellas en conjunto- han logrado cambiar un ápice la historia de la barbarie humana.

–Muy bien, señor Saramago. Entonces, dígame ¿para qué escribe? –Ese es otro cuento –dijo Saramago-. A mí sí me ha servido para querer más a mis perros, para ser mejor vecino, para cuidar las matas, para no arrojar basura a la calle, para querer más a mi mujer y a mis amigos, para ser menos cruel y envidioso, para comprender mejor esa cosa tan rara que somos los humanos.

Con esta introducción doy paso a una serie de aspectos que de seguro quedarán inconclusos en los cortos minutos de los que dispongo. He planteado este breve relato porque invita a comentar sobre una pregunta que se ha debatido en tantas ocasiones y que ha sido motivo de dilatadas explicaciones de entendidos y nada entendidos, en este peregrinaje, asignatura, modo de vida, arte o como usted quiera llamarlo que se conoce como literatura y que forma parte del dilatado programa académico donde se plantean sus formas  o estrategias de enseñanza.
Y más que responder una pregunta, me cuestiono a mí mismo sobre si: ¿alguien realmente enseña literatura? o esto es una ficción como muchas de las ilusiones que vemos desfilar entre las aulas donde una gavilla de conceptos, evaluaciones, recursos didácticos, dicen avalar la existencia de una cátedra de la que luego de aprobada nadie se acuerda. 
Es que enseñar literatura equivale a que alguien nos enseñe a enamorarnos y en ese afán,  nos confronta a  una serie de modelos u opciones en variados tamaños, colores, razas, que quizá puedan atraernos, pero en sentido amplio entorpece nuestra propia decisión porque nadie te enseña a soñar, imaginar, deleitarte o llegar al éxtasis personal. No hay una clase  que enseñe literatura y peor aún si esta se basa en una ideología política preconcebida donde un currículo escolar direccionado de forma vertical por burócratas sin juicio ni conocimiento pretenden llenar una plaza académica.
En sentido amplio afirmaría que la literatura no se enseña, se comparte, se contagia a través de la pasión de quien también disfruta de la magia de los textos; es similar a la compañía de ese amigo a quien le fascina el futbol, el básquetbol o cualquier deporte y que, aunque a ti no te atraigan las prácticas deportivas, a invitación constante de aquel amigo que goza con el juego, tú también terminas corriendo atrás de una pelota y disfrutando de aquello, no con el fin de ir a una olimpiada o ganar un torneo, simplemente por el gusto o la satisfacción de hacerlo.    Por esto más que responder a cómo enseñar literatura reflexionaría en lo que no se debe hacer ante esta mal direccionada consigna que se impone en las aulas.
Tenemos dos mundos que enfrentan a la literatura en el aula. El uno es aquel que llega desde la alta esfera del sistema educativo, descarnado como un rayo de Zeus, para imperativamente decir lo que se debe enseñar, leer y ejecutar en los salones de clase; un sistema punitivo que arrincona al maestro a temáticas y textos seleccionados por gente que quizá jamás leyó un libro.  La literatura no debe percibirse como un proceso difícil; el gusto por ella no se logra a través de la imposición. En acto contrario, la escuela, con destacadas excepciones, circunscribe la literatura a un trabajo teórico y poco agradable; se centra en elaboración de resúmenes, biografías o  memorización de datos que confluyen en una prueba donde hay todo menos literatura. 
Otro inconveniente en la práctica literaria radica en forzar a la literatura a concluir con una moraleja o aprendizaje, no con esto sostengo que sea indebido el reflexionar o aprender a través de ella, no obstante, el fin primero de esta, es el deleite, el gozo personal que sentimos cuando a través de las letras descubrimos nuevos mundo o nos redescubrimos al reflejarnos en la vida o acciones de los personajes sin que necesariamente esto conlleve a una calificación. La literatura puede plantear otras propuestas que podrían entenderse como educación imaginativa como: dramatizaciones, uso de títeres,  creación de trabalenguas, canciones, adivinanzas, talleres creativos, debates y otros aspectos que analizaré más adelante.  

Otro gran desfase en las aulas es la gramaticalización de la literatura donde el fin es enseñar la estructura de la lengua y no el potencial que la literatura puede brindarnos para fortalecer la imaginación; priorizar análisis métricos, gramaticales y sintácticos, limita las posibilidades que ofrece la literatura para generar aquellos, al parecer inconcebibles sueños, que tarde o tempranos pueden ser una increíble realidad. 

Por otra parte, uno de los errores más comunes es negar el espacio a que los estudiantes creen literatura, la experiencia de la lectura literaria se completa con la expresión escrita; nadie es el mismo luego de la lectura de un texto y todos los detonantes que este provoca conduce a que reconfiguremos nuevas ideas necesarias y válidas para compartir con nuestro entorno, por tanto es inconcebible pensar que un estudiante no pueda crear o plantear nuevas formas de expresión.

Pero para no incumplir sobre la temática sobre la que se me ha pedido reflexionar, podría añadir que si ya estamos embarcados en la empresa de “enseñar literatura”, esta debería ser tan natural y simple como lo que hacemos en los primeros años en la vida de un niño. Recordar el inicio oral de la literatura que de generación en generación nos acompaña con versos, rimas, nanas, leyendas, adivinanzas. El niño asume la literatura como un espacio donde disfruta, sueña e imagina, es el arquitecto de sus propias imágenes, sin embargo no lo hace como un aprendizaje direccionado; ¿acaso existe una madre que haya dicho a su pequeño; esta mañana vamos a comentar críticamente la canción de Pin pon o vamos a realizar el análisis hermenéutico de Blancanieves o quizá una esquematización de valores sobre Juanito y las habichuelas?

Vuelvo a insistir que la literatura es una experiencia de placer personal, hoy más que nunca donde el desarrollo de una sociedad altamente alfabetizada con honda presencia de medios audiovisuales ha mutado los usos lectores, la producción y publicación de obras literarias dentro de una sociedad de consumo con una cultura internacionalizada, la literatura se constituye en un bien cultural de acceso libre, diverso y autónomo. Las nuevas generaciones de lectores, marcadas por la tecnología tienen una relación y una forma muy diferente de leer, crear y construir información; frente a este nuevo momento histórico, es fundamental conocer quiénes son nuestros nuevos lectores, imbuirnos en sus  historias, su lenguaje, sus intereses y sus temáticas. Si en otra época nos deleitamos con obras literarias consideradas icónicas, deberíamos pensar que quizá el hablar sobre ellas ya no es el imán que buscamos para atraer a los lectores de este milenio quienes tienen su propio canon formado por sagas de magos, vampiros, demonios, reinos tridimensionales, libros que conforman extensas trilogías, lo que demuestra que no es cierto que la lectura esté en crisis o que los jóvenes no lean. Al contrario los jóvenes leen con entusiasmo pero no leen aquello que los adultos quisiéramos; vivimos una marcada frontera generacional con dos dimensiones de lectura donde los jóvenes no se interesan por lo de antaño ni a los de generaciones anteriores nos preocupa lo que ahora se produce.  Posiblemente a muchos docentes de literatura conmueva el Canto a Bolívar, el amor platónico de Cumandá o los infiernos de la Divina comedia, pero nuestro jóvenes quizá esperan vivir  la esperanza, la lucha, el heroísmo narrado desde otras perspectivas: Historias como Los Juegos del Hambre de Suzanne Collins, El Señor de los Anillos de Tolkien, Las crónicas de Narnia son buena muestra de ello, pues hablan de lo que sienten, sueñan y quieren las nuevas generaciones.   

El no acercarnos a lo contemporáneo seguramente nos priva de un nuevo contexto, de un nuevo marco histórico donde la literatura estalla con temas que en otras épocas fueron vedados o invisibilizados; la sexualidad, la violencia, el suicidio, la muerte han sido compañeros inseparables de la humanidad y abordarlos no excluye la visión del mundo de felicidad que todos anhelamos; al contrario el conocimiento de la tragedia impulsa  la  búsqueda del sosiego, la fetidez de la crueldad nos aproxima a la compasión porque somos una especie  que convive con la luz y la oscuridad, y la literatura es aquel hito inesperado que te marca un sendero, pero no necesariamente te obliga a recorrerlo. 

Otro aspecto importante al enlazar imaginación y literatura en el aula es  generar espacios para jugar y experimentar con  las palabras, aproximarnos a la poesía o  crear versos es un reto de creatividad, ingenio y hasta humor.  El haiku, la metáfora la prosopopeya, la hipérbole son atractivos recursos para llegar al juego mental; no se enseñan como conceptos o listado de ejemplos, sino como un reto a la imaginación y  búsqueda de originalidad.   

Y para romper la pasividad del lector, nada mejor que el teatro, la dramatización,  espacios donde dejamos de ser nosotros para trasmutar al rol de aquellos personajes que mezcla de imaginación y deseo habitan en nuestro ser interno; un escape de lo cotidiano que libera los sentidos. Al dramatizar te vuelves parte de la historia misma, en un escenario, en un espacio donde eres creador, intérprete, receptor, narrador y protagonista.  

Para finalizar, cito el uso del ensayo y el debate como elementos ineludibles de la literatura que dan lugar a que nuestros jóvenes ejerciten la reflexión, pongan a prueba sus pensamientos, expongan ideas de manera consecuente y polémica. Que como lectores activos asuman una postura crítica frente a la inmensa cantidad de información que hoy ofrecen las redes para que puedan ser escuchados y sean sujetos con voz propia y no meros repetidores de saberes o criterios ajenos.






Sagradas Reliquias de Santa Mariana de Jesús en Riobamba



 Artículo publicado por Diario Regional Los Andes- Noviembre 2018

La comunidad católica del Ecuador y en particular la Congregación de Hermanas Marianitas vivieron una época de hondo regocijo al celebrar el Año Jubilar con ocasión de los cuatrocientos años del nacimiento de Santa Mariana de Jesús. Desde el 31 de octubre de 2017, hasta el mismo mes y día del 2018, múltiples acontecimientos rememoraron y enaltecieron el valor místico y el legado de amor cristiano dejado por la Azucena de Quito. La visita de sus sagradas reliquias a distintas ciudades y pueblos ecuatorianos convocó innumerables feligreses bajo un mismo sentimiento de fe y recogimiento.

Mariana de Jesús Paredes y Flores nació en Quito el 31 de octubre de 1618, hija del Capitán Don Jerónimo de Paredes y Flores y Doña Mariana de Granobles de Xamarillo.  A temprana edad vivió el dolor de la doble orfandad quedando al cuidado de Doña Jerónima, su hermana mayor, casada con el Capitán Cosme de Casso quien ya tenía tres hijas. En el seno de esta familia, Mariana recibió  una esmerada formación que fue fecunda gracias a la inteligencia innata de la pequeña que aprendía con facilidad todo cuanto le enseñaban. Se destacó en la música, el canto, la vihuela; habilidades que encaminó hacia cánticos y alabanzas religiosas. Desde sus primeros años demostró gran piedad y empatía hacia los más pobres; invitaba a sus sobrinas de la misma edad a procesiones, al rezo del Vía Crucis y el Rosario. Junto a esta devoción nació también una latente inclinación hacia la penitencia corporal; desde los seis años se abstuvo de comer carne, pescado y lácteos. Su proximidad a la fe la llevó a realizar su primera comunión a los siete años, cuando la costumbre era a los doce, de igual forma optó por agregar a su nombre el “de Jesús”, para mostrar que sólo a Él pertenecía en un mundo espiritual de amor y castidad perpetua.

Al cumplir doce años, su familia, tratando de apoyar el sentido de recogimiento de la niña, pretendió enviarla a un convento; mas, por dos ocasiones, con el ajuar listo y, cual costumbre de la época, los parientes convidados para acompañarla, circunstancias imprevistas evitaron este designio. Mariana lo entendió como un direccionamiento de Dios que no la quería consagrada al servicio religioso sino a una vida de servicio laical. Con esta decisión, en su casa hizo retirar los muebles y amobló los aposentos a su modo: un lecho con tablas de madera por colchón, una cruz cubierta de espinas, un cajón de difunto con un esqueleto de madera y una calavera. Adoptó una túnica negra del mismo tejido que la sotana de los jesuitas, con una faja a la cintura y la cabeza cubierta por un velo de lana del mismo color. Tras encerrarse en los nuevos aposentos, renovó el voto de castidad e hizo votos particulares de obediencia y pobreza. Salía únicamente hacia a la iglesia; los deliciosos platos ofrecidos en su mesa los convidaba a los menesterosos, contentándose con agua y un pedazo de pan. Pese a estos rigores, sus biógrafos destacan, como gracia divina, el rostro saludable, la desbordante alegría, el ágil sonido de su vihuela y su voz melodiosa con la que alentaba a tantos desamparados. El Padre José E. Benítez S.I. la describe: “de carácter suave, atrayente y simpático, buscada por los suyos y por los más cercanos, tanto para la sabrosa tertulia familiar, el juego infantil, la risa, la diversión sana y el paseo, como para lo trascedente de la oración. Cotizada consejera de propios y extraños. Un alma enamorada de Cristo a quien amó en la realidad de los más débiles y olvidados”.  
La inolvidable Virgen quiteña manifestó diversas profecías que se cumplieron de forma exacta. Predijo como la casa de su cuñado sería transformada en convento y el lugar de su alojamiento sería más tarde  el coro de las Carmelitas Descalzas.  Entre los milagros que prepararon su camino hacia la santificación, se refieren dos resurrecciones. Su sobrina Juana, por ocasión de un viaje, le confió a su pequeña hija. La niña jugaba cerca de unas mulas y recibió una tremenda coz en la cabeza, fracturándosela mortalmente.  Mariana la llevó a su celda y rezó sobre ella, restituyéndole la vida. En otra circunstancia, la mujer de un indio, empleado de la familia, debido a los celos de su cónyuge, fue golpeada, estrangulada y su cuerpo arrojado a un precipicio. Todo esto lo vio Mariana milagrosamente. Llamó a un comerciante amigo de la familia, le pidió en secreto que trajese el cuerpo hasta su celda, ahí lo frotó con pétalos de rosa y la india recobró la vida.

En 1645, una terrible epidemia asoló a la población quiteña, entre temblores e innumerables víctimas, el día 25 de marzo, asistiendo a misa, Mariana oyó a su confesor referirse, durante el sermón, a la necesidad de aplacar la cólera de Dios con sacrificios y penitencias. Movida por su profunda compasión, ofreció su vida por la población de la ciudad. Al día siguiente cayó presa de agudos dolores que extinguieron su vida, antes comulgó de rodillas, pese a la debilidad en que se encontraba; para morir sin nada suyo, pidió ser transportada al cuarto de su sobrina, a fin de morir en cama prestada. El día 26 de mayo de 1645, a los 26 años, entregó su alma al Creador. Fue beatificada por Pío IX en 1850 y canonizada, 100 años después, por Pío XII.  El 30 de noviembre de 1945, la Asamblea Nacional Constituyente de Ecuador le otorgó el título de Heroína de la Patria por el sacrificio ofrecido para el cese de los terremotos que asolaban la sierra en el siglo XVII. Actualmente sus reliquias yacen en el altar mayor de la iglesia de La Compañía, cobijada por una bandera nacional y en un féretro de latón tallado y dorado con pan de oro. Una escultura con su imagen, obra del ecuatoriano residente en Carrara, Mario Tapia, se encuentra en la fachada posterior de la Basílica de San Pedro de la Ciudad del Vaticano. La figura se encuentra junto a otras catorce representaciones de santos como Brígida de Suecia, Catalina de Siena y María Josefa del Corazón de Jesús. La santa quiteña es, junto a la chilena Teresa de Los Andes, la única latinoamericana en decorar la catedral mayor del catolicismo.

Las Sagradas Reliquias de la Azucena de Quito llegaron a la ciudad de Riobamba el lunes 19 de marzo de 2018, a las 08H30. Una amplia caravana conformada por docentes y padres de familia de le U.E. Santa Mariana de Jesús recibieron la peregrinación en la  parroquia Licán para acompañar la llegada de la Santa Ecuatoriana que fue recibida con una multitudinaria calle de honor de estudiantes y devotos quienes apostados desde la Plaza Alfaro avivaron la procesión que culminó en el plantel de las Marianitas ubicado en las calles argentinos y 5 de junio, donde Monseñor Julio Parrilla, Obispo de Riobamba, concelebró la solemne eucaristía. Este evento contó además con la presencia de destacadas autoridades de la ciudad y la Provincia, entre ellas la Dra. Margarita Guevara, Gobernadora de Chimborazo. Las sagradas reliquias reposaron en la Capilla de San José hasta el martes 20 de marzo para luego continuar con su periplo por distintos lugares del Ecuador.

A nivel nacional importantes acontecimientos formaron parte de este jubileo, entre ellos destaca el concilio del 10 de abril del 2018, que congregó en la capital ecuatoriana a 45 obispos del Ecuador quienes realizaron una peregrinación al monasterio del Carmen Alto, la casa de la Santa, ubicada junto al Arco de la Reina (García Moreno y Rocafuerte). Los prelados salieron desde la iglesia de La Compañía, con las reliquias de la Azucena de Quito. Una vez en la iglesia del monasterio, a partir de las 17:30, se ofició la eucaristía celebrada por monseñor Andrés Carrascosa, nuncio Apostólico en el Ecuador, y concelebrada por todos los obispos. La misa fue transmitida por las radios: Católica Nacional y María.

Otro evento que formó parte de este festejo fue la presentación del libro: “SANTA MARIANA DE JESÚS: HISTORIA DE SUS RELIQUIAS – 400 AÑOS DE SU NACIMIENTO, autoría del Padre José E. Benítez S.I., realizada en el Salón de Actos de la Unidad Educativa Santa Mariana de Jesús de la ciudad de Riobamba, que para esa fecha se halla bajo la rectoría de Hna. Sonia Rivera Romero. En el acto participó el Ing. Guillermo Montoya, Presidente de la Casa de la Cultura Núcleo de Chimborazo. La presentación del libro estuvo a cargo del Lic. Antonio Godoy, representante del Padre Benítez, quien por una afección de salud no pudo estar presente. En el Corolario de la obra, participó la Madre María Elena Narváez Guerra, r.m., Sexta General del Instituto Santa Mariana de Jesús.  Al referirse a la espiritualidad de la Santa quiteña, en uno de sus párrafos, el autor del texto citado destaca: “En el silencio de su interior solo buscó hacer la voluntad de Dios con libertad total; desde su humildad no se dejó aprisionar ni por cadenas sociales ni por imposiciones culturales, prefirió la humilde oscuridad, desde la que ofrendó con heroísmo su vida por sus conciudadanos; por ello al cabo de cuatro siglos sigue iluminando desde los altares una sociedad y un mundo deshumanizado, y nos invita a descubrir nuevos caminos de auténtica libertad, pues traspasó las fronteras de la Patria por la que ofrendó su vida”.  

En la mencionada publicación, el Padre Benítez traza el recorrido que tuvieron las sagradas reliquias de Mariana de Jesús, con distintos cambios de lugar que obedecieron al afán de preservación de las mismas como a las circunstancias de destierro y regreso de los Jesuitas al Ecuador, más los diversos momentos del proceso de canonización. El sacerdote señala trece estaciones desde el mismo momento de la muerte de la sierva de Dios donde sus restos fueron velados en su propia casa hasta la estación número trece que desde el 20 de septiembre de 1996 hasta el presente año, guarda los sagrados restos en la iglesia de la Compañía de Quito. El acta correspondiente a este último traslado literalmente señala: “se coloca debajo del Altar Mayor, en el presbiterio la urna de bronce restaurada. Se deposita dentro de la urna una reliquia de Santa Mariana en un relicario de plata en forma de capilla gótica, donación del Sr. Obispo Federico González Suárez”. 

Sobre la base de datos adicionales tomados del mismo autor se rememora el martes 7 de julio de 2015, donde por pedido expreso del Papa Francisco las reliquias se expusieron por una tarde en la parte derecha del comulgatorio de la iglesia de la Companía para luego regresarlas a su mismo lugar. Se refiere también el envío de una reliquia a Roma el 23 de junio de 1851, un pequeño huesecillo enviado por el P. Superior P. Pablo de Blas, algunos meses luego de la beatificación.  Vale citar que el transporte de las reliquias se lo realiza en el denominado Relicario procesional de Quito, construido en madera dorada sobre una delgada y pequeña plataforma provista de estribos metálicos; el mismo contiene dos relicarios independientes de material transparente: el del frente en forma de una columna contiene una notable reliquia “ex ossibus” y detrás una cruz de igual tamaño con otra reliquia diferente, tomada de la cruz donde Santa Mariana hacía su penitencia.  

365 días de júbilo celebraron la llegada al mundo de la dulce Santa Mariana de Jesús, quien fue inspiración para que en la ciudad de Riobamba luego, de más de dos siglos, Mercedes de Jesús Molina, otra mujer de fe, amor misericordioso y compromiso con su prójimo, un 14 de abril de 1873, fundara el Instituto de "Hermanas de Santa Mariana de Jesús", hoy presentes con su obra apostólica en los cinco continentes. Una obra que nació en la Sultana de los Andes y que ha trascendido como una prolongación de la entrega de la Santa quiteña que nos lleva a considerar una existencia lejos del egoísmo y en función del bienestar colectivo tan necesario para enfrentar una sociedad fría e individualista como la que vivimos.