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lunes, 27 de mayo de 2019

¿Enseñar literatura?





Ponencia presentada en el III ENCUENTRO DE LIJ – RIOBAMBA 2019

–¿Para qué sirve la literatura? – preguntó un reportero a José Saramago.

–Para nada –contestó Saramago.

–Pero, ¿por qué para nada? ¿No resulta extraño que un maestro como usted afirme que la literatura no sirve para nada?

–Para nada –confirmó Saramago. Y agregó–: Tome usted las obras literarias más notables, las de Occidente si quiere, que son las más cercanas a nosotros; tome las que mejor hayan puesto el dedo en la llaga de la miseria humana; tome usted, por ejemplo, las tragedias de Sófocles, la Comedia de Dante, El Quijote, los dramas y tragedias de Shakespeare, las novelas de Kafka, Tolstoi, Dostoievski, Musil, Camus, Sartre, las que quiera, y estará de acuerdo conmigo en que ninguna de esas obras –ni todas ellas en conjunto- han logrado cambiar un ápice la historia de la barbarie humana.

–Muy bien, señor Saramago. Entonces, dígame ¿para qué escribe? –Ese es otro cuento –dijo Saramago-. A mí sí me ha servido para querer más a mis perros, para ser mejor vecino, para cuidar las matas, para no arrojar basura a la calle, para querer más a mi mujer y a mis amigos, para ser menos cruel y envidioso, para comprender mejor esa cosa tan rara que somos los humanos.

Con esta introducción doy paso a una serie de aspectos que de seguro quedarán inconclusos en los cortos minutos de los que dispongo. He planteado este breve relato porque invita a comentar sobre una pregunta que se ha debatido en tantas ocasiones y que ha sido motivo de dilatadas explicaciones de entendidos y nada entendidos, en este peregrinaje, asignatura, modo de vida, arte o como usted quiera llamarlo que se conoce como literatura y que forma parte del dilatado programa académico donde se plantean sus formas  o estrategias de enseñanza.
Y más que responder una pregunta, me cuestiono a mí mismo sobre si: ¿alguien realmente enseña literatura? o esto es una ficción como muchas de las ilusiones que vemos desfilar entre las aulas donde una gavilla de conceptos, evaluaciones, recursos didácticos, dicen avalar la existencia de una cátedra de la que luego de aprobada nadie se acuerda. 
Es que enseñar literatura equivale a que alguien nos enseñe a enamorarnos y en ese afán,  nos confronta a  una serie de modelos u opciones en variados tamaños, colores, razas, que quizá puedan atraernos, pero en sentido amplio entorpece nuestra propia decisión porque nadie te enseña a soñar, imaginar, deleitarte o llegar al éxtasis personal. No hay una clase  que enseñe literatura y peor aún si esta se basa en una ideología política preconcebida donde un currículo escolar direccionado de forma vertical por burócratas sin juicio ni conocimiento pretenden llenar una plaza académica.
En sentido amplio afirmaría que la literatura no se enseña, se comparte, se contagia a través de la pasión de quien también disfruta de la magia de los textos; es similar a la compañía de ese amigo a quien le fascina el futbol, el básquetbol o cualquier deporte y que, aunque a ti no te atraigan las prácticas deportivas, a invitación constante de aquel amigo que goza con el juego, tú también terminas corriendo atrás de una pelota y disfrutando de aquello, no con el fin de ir a una olimpiada o ganar un torneo, simplemente por el gusto o la satisfacción de hacerlo.    Por esto más que responder a cómo enseñar literatura reflexionaría en lo que no se debe hacer ante esta mal direccionada consigna que se impone en las aulas.
Tenemos dos mundos que enfrentan a la literatura en el aula. El uno es aquel que llega desde la alta esfera del sistema educativo, descarnado como un rayo de Zeus, para imperativamente decir lo que se debe enseñar, leer y ejecutar en los salones de clase; un sistema punitivo que arrincona al maestro a temáticas y textos seleccionados por gente que quizá jamás leyó un libro.  La literatura no debe percibirse como un proceso difícil; el gusto por ella no se logra a través de la imposición. En acto contrario, la escuela, con destacadas excepciones, circunscribe la literatura a un trabajo teórico y poco agradable; se centra en elaboración de resúmenes, biografías o  memorización de datos que confluyen en una prueba donde hay todo menos literatura. 
Otro inconveniente en la práctica literaria radica en forzar a la literatura a concluir con una moraleja o aprendizaje, no con esto sostengo que sea indebido el reflexionar o aprender a través de ella, no obstante, el fin primero de esta, es el deleite, el gozo personal que sentimos cuando a través de las letras descubrimos nuevos mundo o nos redescubrimos al reflejarnos en la vida o acciones de los personajes sin que necesariamente esto conlleve a una calificación. La literatura puede plantear otras propuestas que podrían entenderse como educación imaginativa como: dramatizaciones, uso de títeres,  creación de trabalenguas, canciones, adivinanzas, talleres creativos, debates y otros aspectos que analizaré más adelante.  

Otro gran desfase en las aulas es la gramaticalización de la literatura donde el fin es enseñar la estructura de la lengua y no el potencial que la literatura puede brindarnos para fortalecer la imaginación; priorizar análisis métricos, gramaticales y sintácticos, limita las posibilidades que ofrece la literatura para generar aquellos, al parecer inconcebibles sueños, que tarde o tempranos pueden ser una increíble realidad. 

Por otra parte, uno de los errores más comunes es negar el espacio a que los estudiantes creen literatura, la experiencia de la lectura literaria se completa con la expresión escrita; nadie es el mismo luego de la lectura de un texto y todos los detonantes que este provoca conduce a que reconfiguremos nuevas ideas necesarias y válidas para compartir con nuestro entorno, por tanto es inconcebible pensar que un estudiante no pueda crear o plantear nuevas formas de expresión.

Pero para no incumplir sobre la temática sobre la que se me ha pedido reflexionar, podría añadir que si ya estamos embarcados en la empresa de “enseñar literatura”, esta debería ser tan natural y simple como lo que hacemos en los primeros años en la vida de un niño. Recordar el inicio oral de la literatura que de generación en generación nos acompaña con versos, rimas, nanas, leyendas, adivinanzas. El niño asume la literatura como un espacio donde disfruta, sueña e imagina, es el arquitecto de sus propias imágenes, sin embargo no lo hace como un aprendizaje direccionado; ¿acaso existe una madre que haya dicho a su pequeño; esta mañana vamos a comentar críticamente la canción de Pin pon o vamos a realizar el análisis hermenéutico de Blancanieves o quizá una esquematización de valores sobre Juanito y las habichuelas?

Vuelvo a insistir que la literatura es una experiencia de placer personal, hoy más que nunca donde el desarrollo de una sociedad altamente alfabetizada con honda presencia de medios audiovisuales ha mutado los usos lectores, la producción y publicación de obras literarias dentro de una sociedad de consumo con una cultura internacionalizada, la literatura se constituye en un bien cultural de acceso libre, diverso y autónomo. Las nuevas generaciones de lectores, marcadas por la tecnología tienen una relación y una forma muy diferente de leer, crear y construir información; frente a este nuevo momento histórico, es fundamental conocer quiénes son nuestros nuevos lectores, imbuirnos en sus  historias, su lenguaje, sus intereses y sus temáticas. Si en otra época nos deleitamos con obras literarias consideradas icónicas, deberíamos pensar que quizá el hablar sobre ellas ya no es el imán que buscamos para atraer a los lectores de este milenio quienes tienen su propio canon formado por sagas de magos, vampiros, demonios, reinos tridimensionales, libros que conforman extensas trilogías, lo que demuestra que no es cierto que la lectura esté en crisis o que los jóvenes no lean. Al contrario los jóvenes leen con entusiasmo pero no leen aquello que los adultos quisiéramos; vivimos una marcada frontera generacional con dos dimensiones de lectura donde los jóvenes no se interesan por lo de antaño ni a los de generaciones anteriores nos preocupa lo que ahora se produce.  Posiblemente a muchos docentes de literatura conmueva el Canto a Bolívar, el amor platónico de Cumandá o los infiernos de la Divina comedia, pero nuestro jóvenes quizá esperan vivir  la esperanza, la lucha, el heroísmo narrado desde otras perspectivas: Historias como Los Juegos del Hambre de Suzanne Collins, El Señor de los Anillos de Tolkien, Las crónicas de Narnia son buena muestra de ello, pues hablan de lo que sienten, sueñan y quieren las nuevas generaciones.   

El no acercarnos a lo contemporáneo seguramente nos priva de un nuevo contexto, de un nuevo marco histórico donde la literatura estalla con temas que en otras épocas fueron vedados o invisibilizados; la sexualidad, la violencia, el suicidio, la muerte han sido compañeros inseparables de la humanidad y abordarlos no excluye la visión del mundo de felicidad que todos anhelamos; al contrario el conocimiento de la tragedia impulsa  la  búsqueda del sosiego, la fetidez de la crueldad nos aproxima a la compasión porque somos una especie  que convive con la luz y la oscuridad, y la literatura es aquel hito inesperado que te marca un sendero, pero no necesariamente te obliga a recorrerlo. 

Otro aspecto importante al enlazar imaginación y literatura en el aula es  generar espacios para jugar y experimentar con  las palabras, aproximarnos a la poesía o  crear versos es un reto de creatividad, ingenio y hasta humor.  El haiku, la metáfora la prosopopeya, la hipérbole son atractivos recursos para llegar al juego mental; no se enseñan como conceptos o listado de ejemplos, sino como un reto a la imaginación y  búsqueda de originalidad.   

Y para romper la pasividad del lector, nada mejor que el teatro, la dramatización,  espacios donde dejamos de ser nosotros para trasmutar al rol de aquellos personajes que mezcla de imaginación y deseo habitan en nuestro ser interno; un escape de lo cotidiano que libera los sentidos. Al dramatizar te vuelves parte de la historia misma, en un escenario, en un espacio donde eres creador, intérprete, receptor, narrador y protagonista.  

Para finalizar, cito el uso del ensayo y el debate como elementos ineludibles de la literatura que dan lugar a que nuestros jóvenes ejerciten la reflexión, pongan a prueba sus pensamientos, expongan ideas de manera consecuente y polémica. Que como lectores activos asuman una postura crítica frente a la inmensa cantidad de información que hoy ofrecen las redes para que puedan ser escuchados y sean sujetos con voz propia y no meros repetidores de saberes o criterios ajenos.






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