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jueves, 27 de febrero de 2014

¿Y después de las elecciones?

Concluida la agitación de la campaña electoral, con sus sorprendentes, y para otros lógicos resultados, se despliega un impredecible panorama frente a las  futuras gestiones y diligencias de los candidatos elegidos. El país respira cierto halo de incertidumbre, fruto de la reacción del gobierno, quien mediante declaraciones, anuncios de cambio de Gabinete o alianzas políticas, demuestra una postura de enfrentamiento en lugar de una ineludible consolidación nacional. Al parecer, la lucha por demostrar quien tiene el poder o el banal hecho de nominarse como la primera fuerza política nacional es más urgente que las reales necesidades del pueblo.

En la campaña se pudo ya visualizar esta actitud, que a la larga fue determinante en los resultados electorales. Muchos candidatos oficialistas perdieron sus casi seguras dignidades, al ser opacados por una figura presidencial que convirtió a sus postulantes en piezas de ajedrez, carentes de liderazgo y autonomía. La gente miro esta obcecación y dedujo que quienes querían ocupar las curules no pretendían un beneficio comunitario, sino el afianzamiento de un aparato estatal ya demás vigorizado. Es por esto que las manifestaciones populares, en festejo de la ganancia de los candidatos no oficialistas, fueron por demás efusivas, al punto de convertirse en extensas caravanas de alegría, donde no necesariamente se ovacionaba la victoria del personaje electo,  sino el triunfo de un pueblo que, en esta ocasión, se sintió libre para bajo el calor de la noche  aplaudir por el cambio y la libertad, manifestando así su inconformidad frente a lo que considera incorrecto, política y democráticamente hablando. 

Oficialistas y opositores deben cavilar con madurez y recordar que el real aspecto por el cual una persona pugna para una elección, es servir a la ciudadanía, siendo esta la visión del verdadero líder. Todos los ecuatorianos augurarnos un futuro mejor para nuestra Patria, al amparo de lo que hagan las cabezas de gobierno y las nuevas autoridades. Sin necesidad de un color o una bandera ideológica, buscamos vivir en un Ecuador libre de rencores o divisiones de clase, libre de pobres y pelucones, de “fascistas” y revolucionarios. Es tiempo de vivir otra realidad democrática en nuestra nación, que al menos yo la miro con un leve indicio de madurez política, porque en esta jornada electoral supo discernir bastante bien para buscar otro contexto social, financiero y gubernamental.      

miércoles, 19 de febrero de 2014

Vivir con miedo



El miedo es una condición innata de la naturaleza humana; es una emoción que puede tener origen imaginario o basarse en un hecho auténtico que nos confronta ante un peligro o cierta forma de incertidumbre. Toda persona, bajo alguna circunstancia ha sentido esta intensa agitación  que en la mayoría de los casos se desvanece y se cuelga en el olvido. Pero existe una forma de miedo que es endémica y en extremo peligrosa; un miedo que ronda por calles, parques, oficinas; que se cola en el lecho a mitad de la noche para robarnos  el sueño o que se arrima en buses, estaciones, universidades o en cualquier lugar a donde concurramos. Me refiero al miedo social, ese tipo de miedo producto de la inseguridad en que se hunden todos los habitantes de una colectividad cuando a su alrededor cunde la delincuencia, la falta de trabajo, la inestabilidad laboral, la falta de garantías constitucionales y más derechos que siendo responsabilidad de un Estado o Gobierno, quedan arrinconados tras intereses sectarios.  

Lilian Tintori, esposa del líder de la oposición venezolana, Leopoldo López, en el programa Conclusiones, trasmitido por CNN, al responder a su entrevistador, habló de una Venezuela que vive con miedo, hablo de un país donde sus habitantes han perdido todo espacio de seguridad debido a la represión de la que son víctimas por parte de un gobierno que ante todo el mundo se ha develado abiertamente como represivo, torturador y atropellador de los derechos humanos. Venezuela es uno de los principales países productores de petróleo, un pueblo que por lógica debería vivir con altos estándares de calidad económica, social y política, pero gracias a lo poco que logramos visualizar en las redes sociales, que no son censuradas o restringidas, vemos un pueblo hundido en la debacle, en el caos, en el odio y la confrontación; vemos una nación dividida y al borde de un enfrentamiento fratricida producto de una ideología gubernamental que ha engendrado separatismo y rencores. 

Las necesarias interrogantes que surgen a partir de esta realidad venezolana son: ¿En Ecuador también ya se ha instaurado el miedo? ¿Los ecuatorianos podemos caminar libremente por las calles, expresar nuestras opiniones, manifestar nuestras inconformidades políticas? o ¿nos sentimos amordazados, intimidados ante el hecho de cometer algún “desatino” antigubernamental y terminar siendo víctimas de un juicio, una dolosa multa o una humillante rectificación por lo que hayamos manifestado, escrito o graficado?

Los ecuatorianos, ¿podemos recorrer nuestro admirable país sin recelo de ser víctimas de un robo o secuestro? ¿Podemos ingresar a una institución de educación superior para acceder a una profesión acorde a nuestras aptitudes, u obtener un empleo que nos dote de un salario que cubra las necesidades básicas? ¿Podemos afirmar que vivimos en un clima de libertad, de igualdad y tolerancia o somos una nación amedrentada en donde el miedo, ese maldito miedo nos lleva a conformarnos con una realidad que no queremos?