Con la mirada puesta en el poder
los demagogos se sirven de cualquier artilugio con tal de no claudicar ante sus
intereses personales. No importa que en esa carrera se sacrifiquen los intereses
nacionales, no importa denigrar a las personas, quitarles la dignidad, inclinarlas
sobre el barranco de la desidia sin la oportunidad de un mejor nivel de vida material y moral.
Con la sola idea de ganar una
contienda política, otra vez se recurre al hambre y a la necesidad de las
clases desposeídas, no para ayudarlas sino para servirse de ellas. El polémico incremento
al bono de “desarrollo humano”, nunca dejó de ser una triste limosna con la que
el gobernante compra votos o capta una irrisoria simpatía del populacho, muchedumbre
llena de inseguridades, ignorancia, fácil de manipular y que se deja comprar
con pocas monedas sacrificando así su esencia de ciudadanos con reales
derechos.
Una sociedad que regala y no
enseña o no da oportunidades para producir e ingresar en el ámbito laboral; una
nación paternalista que no promueve el trabajo, la lógica inversión, la microempresa,
es una nación que condena a sus habitantes a la mendicidad. Aunque trivial,
repetitiva y cansina, la máxima de Confucio: “No le des el pan, ensénale a
pescar”, es pertinente ante esta propuesta que no es la solución a las dificultades
de los sectores desposeídos.
Con todo lo que se invierte en tal
bono, por qué no se crean nuevas vías de generación económica en todos los
sectores, por qué no se facilita el retorno de la gente al campo quienes en su
mayoría, movidos por una ola migratoria tenaz dejan tierras y hogares para
engrosar el hambre en las ciudades; por qué en los sectores periféricos de estas
no se fomenta y se facilitan créditos para pequeños negocios que generen economía.
Sé que quienes están al frente del país pueden tener superiores y brillantes
ideas para acrecentar la producción económica y por tanto no es justo que
condenen a nuestros pobladores a la ociosidad y al comodismo de esperar
cincuenta dólares para cruzarse de brazos y dejar de ser útiles. Al regalar unos
devaluados dólares se les arranca dignidad, capacidad de esfuerzo, creatividad;
se condena al pueblo a la marginalidad y a la mendicidad.
No me aparto de la ayuda social,
pero esta debe ir encaminada hacia gente de la tercera edad sin ingresos o
pensiones, hacia personas con discapacidades para laborar y no a individuos jóvenes
y saludables que pueden ser agentes de producción.
El gobierno, con su concepción de
padre bonachón, hecha a perder a sus ciudadanos hijos y los conduce al fracaso
mental, moral y económico. Señores politiqueros: ¡No destruyan más la dignidad
de nuestro pueblo! Dennos la oportunidad de producir y ser valiosos, de aplicar
nuestro talento y nuestro trabajo. No sofoquen los negocios con tantas tributaciones
económicas ni los ciernan con extremos impedimentos burocráticos.
Un país inteligente valora a sus habitantes en su creatividad
y los impulsa conquistar logros, no los sienta a extender la mano en una ventanilla
donde se vuelven menos personas.