Si bien la muerte es la ineludible limitación del
ser humano, esta no deja de ser impenetrable y dolorosa; se lleva sin
dilaciones las voces, las palabras, los pasos, que de alguna manera deambulan
por las calles; pero lo que no puede llevarse es la presencia emocional, el
recuerdo, el legado que tras sí deja un ser humano. En esta semana la ciudad de
Riobamba y el mundo musical ecuatoriano pierden a uno de sus notables cantautores:
Ángel Serafín Urquizo Huilcapi, gran artista de la música nacional, distinguido
maestro universitario, hombre de voz sensible y melodiosa, que en los
escenarios agigantó el pentagrama del Ecuador con composiciones de variados
géneros, mismas que hallaron su inicio por el año de 1966 en Radio Central de la
Sultana de los Andes.
De acuerdo a datos proporcionados por el musicólogo
Mario Godoy Aguirre, el Dr. Urquizo aprendió la guitarra con los maestros: Raúl
Calderón, Juan Viteri, Pepe Galán y Hugo Terán. Conformó un trío vocal con
Rosita Cárdenas y Wilfrido Maggi. Su primera composición fue el vals “Amémonos”.
Ha musicalizado la poesía de Carlos Vinueza, Iván Vásconez y Mario Godoy. Grabó
para Discos Onix de Guayaquil y Aravec de Riobamba. “Idilio”, pasillo de su
autoría, es su obra más conocida.
Pero si su labor musical fue fecunda, su mayor
logro lo tuvo en su calidad humana. Lo recuerdo con su rostro apacible, su
mirada reposada, sus cortas y esenciales palabras, y sobretodo su humildad de persona
grande, abierta a la generosidad, a compartir su conocimiento, a ejercer su
cátedra de la matemática con la simplicidad de un sabio que no discrimina a un universitario
de un adolescente de colegio y a los que enseñaba con igual cariño. Un joven
amigo que tuvo la oportunidad de recibir su clase lo recuerda como un maestro
inteligente, un señor educado a quien se le comprende con claridad cada
explicación, un ser humano libre de egoísmo a quien lo único que importaba era enseñar
a otros.
Ese fue Ángel Urquizo. Así lo miré pocos meses
atrás cuando tuvo la gentileza de recibirme en su hogar en donde, en medio de
la plática, observé como la dolencia física había minado su cuerpo más no la
luz de sus ojos que traslucían el testimonio de un hombre que había sido útil
al mundo, y si físicamente podía extinguirse, sabía y sé que los legados
construidos con amor para una comunidad crecen hasta tornarse faro para
generaciones ulteriores.
“El corazón no miente”, es el título de uno de sus
albazos. Con el corazón, nos unimos al pesar por la partida de un gran artista,
de un maestro, de un amigo, de un padre y esposo cariñoso. Unos lo haremos
desde las letras, otros desde el lenguaje de las flores. Muchos estarán: “Cantando
por no llorar”, con “Espinitas”, con “Un
beso y un clavel”, con “Añoranza”, “Amor bendito”, “Amor infinito”, “Dulce
recuerdo” o cualquier otra de sus múltiples canciones que no dejarán que muera
el Cantautor del pueblo.