El actual sistema de relación
familiar gira sobre un comportamiento que contradice la tradicional figura de
autoridad que han tenido los progenitores sobre sus vástagos; es común observar
como niños y jóvenes contemporáneos actúan con autonomía desaforada al punto
que los límites impuestos en espacios anteriores hoy, al menos en un alto
porcentaje de familias, han desaparecido.
El avance en la sicología moderna,
las vigentes leyes que amparan a la niñez y adolescencia, la concepción de
democracia y libertad que se otorga a las generaciones modernas pueden ser
catalogadas como avances en las relaciones de los adultos para con sus
descendientes, mas, se hace evidente
como estos nuevos derechos, al ser mal interpretados, generan una absoluta
permisividad, una excesiva tolerancia, un libertinaje personal donde niños y
jóvenes asimilan que ser libre es actuar como les plazca, sin criterio de
respeto a las normas básicas de convivencia e incluso con una idea de censura
para con los mismos padres. El resultado negativo de estas formas de conducción
familiar ya lo viven los mismos ascendientes que no tienen ninguna autoridad
para con sus hijos; son estos quienes toman ahora las decisiones en la familia
e imponen reglas, tiempos de diversión, lugares y actividades a realizarse; por
lo general opciones basadas en caprichos, en acciones irresponsables, en juegos
y entretenimientos que ponen en juego su misma integridad física, moral y
emocional.
Vemos padres y madres temerosos
de imponer reglas a sus hijos porque temen que estos se disgusten, los amenacen con irse de la casa y hasta lo
más extremo, los chantajeen con pretender quitarse la vida porque se sienten
incomprendidos. Vemos hijos que gritan, maltratan y manipulan a sus
progenitores para obtener cuanto quieren, y estos con la idea de que los pequeños
pueden verse afectados por algún percance sicológico o simplemente porque no
tienen la entereza de enfrentarlos y corregirlos, acceden a ser sus cómplices
en la irresponsabilidad, la intolerancia, la violencia en contra de quienes
buscan educarlos. Escuelas y colegios son parte de esta realidad, docentes y autoridades
educativas son víctimas de esta nueva enfermedad social que mina los principios
de convivencia pacífica; generaciones criadas bajo la figura del desacato, de
la permisividad dentro de la familia, extienden ese comportamiento a las aulas,
que es su entorno más inmediato, y
actúan desatinadamente secundados por sus mismas familias quienes no entienden
que una sólida formación humana requiere de límites y firmeza.
No abogamos por el maltrato
físico ni por la reprimenda sin juicio, aunque es evidente como nuestras
generaciones contemporáneas han perdido el sentido de respeto hacia la
autoridad de casa y esto nos lleva a un descalabro en la disciplina personal que
redunda en una niñez y juventud irresponsable y agresiva. Una sociedad cuyos retoños
no fundamentan su comportamiento en el respeto individual y colectivo, que no
acata normas de convivencia, que no reprende o corrige los errores en la
formación de los hijos está condenada al
deterioro moral, a la creación de una era de desorden, banalidad y libertinaje.
Padres y madres debemos
comprender que ser amigos de los hijos es una frasecita burocrática que nos
aparta de la responsabilidad que tenemos para educarlos bien. Consideramos que
una buena mamá o un buen papá es el que está en la honda de los hijos y por
tanto les permitimos hacer todo lo que quieren, sin reglas, sin horarios, sin
restricciones; un papi o una mami a la moda incluso se viste igual o hasta más
juvenilmente que sus hijos, no aparecen en casa porque están de farra con los camaradas
o si están se imbuyen también en las redes sociales, en juegos de video o pasatiempos
que los convierten en otros adolescentes, apartándose así del compromiso de la
guía familiar. Nuestros hijos e hijas no necesitan más amigos porque los tienen
en demasía; ellos requieren de padres y madres con autoridad, con testimonio,
con firmeza para encauzarlos hacia el correcto proceder para ayudarlos a
discernir lo positivo de lo inconveniente. Es hora de apartarnos del autoengaño
de creer que somos los mejores progenitores porque secundamos toda acción de
los hijos, porque embozamos sus errores y no los dejamos asumir
responsabilidades. Sobre cualquier moda o tendencia social contemporánea, la
educación que brinda la familia es la base para la construcción de un individuo
y una sociedad; si esta se fundamenta en
la permisividad, amargos serán los frutos que cosecharán los mismos padres.