Publicado en: Diario Regional Los Andes - Riobamba- Ecuador - 2016/03/20
La
resiliencia es la capacidad que todas las personas tenemos para
sobreponernos ante las adversidades y enfrentar los conflictos de la
vida diaria, sean de carácter familiar, laboral o personal. Por
naturaleza propia, todos los seres humanos nos vemos confrontados a
escenarios complicados: la tensión, el estrés, el presionante empleo, la
falta de salud, el desamor, la incomprensión familiar son factores
asociados a nuestra cotidianidad y cada uno de nosotros reaccionamos de
manera diferente ante ellos, es ahí donde aparece la resiliencia como la
saeta que nos eleva sobre el desánimo y nos impide que nos asfixiemos
en el légamo del pesimismo o la autocompasión.
El
ser humano que ha fortalecido su resiliencia no está exento de
congojas, quizá las ha tenido en demasía y este mismo factor lo ha
conducido a una maduración de personalidad, porque el ser resiliente
aprende de los desaciertos, halla una enseñanza aún en la situación más
amarga y sabe que cada dificultad lo transforma en un mejor individuo.
Esto no significa que la resiliencia sea privilegio de la edad; hallamos
muchos jóvenes con altos índices de madurez y fortaleza para enfrentar
infortunios y así también adultos que no han superado el miedo infantil,
la negatividad o los fracasos que han tenido.
La
resiliencia tiene mucho que ver con el uso adecuado de la inteligencia
positiva. El pensamiento optimista es el primer signo de esta cualidad
que nos convoca a mirar un intersticio de luminosidad en medio de las
tinieblas más extremas. Es cuestión de programar nuestra mente hacia un
enfoque no fatalista del vivir, hacia una valoración de lo que tenemos y
no de lo que hace falta o hemos perdido. Es prioritario trazarnos
metas, luchar por nuestros sueños, saber que cada día luchado es una
victoria. Es imprescindible confiar en nuestras potencialidades, valorar
nuestros talentos que puestos al servicio del trabajo diario y honesto
nos llenan de satisfacción.
En
el camino para el fortalecimiento de la resiliencia hay que entender
también que estamos sujetos a cambios, nuestra misma corporeidad se
agota con el devenir de los días y, aunque no
queramos, el camino a la senectud es ineludible, así como todos los
cambios que aparecen en la actividad laboral sea por permuta de lugar,
autoridad, sistemas de gestión o más aspectos ligados a la modernización
del empleo; de igual forma la vida familiar evoluciona: los hijos
abandonan el hogar en algún instante, a veces la relación de pareja se
fragmenta, ese fantasma despreciable de la muerte aparece cuando se está
en la cima y descubre que todo lo que consideramos prioritario, en
cuanto a lo material, era una infructuosa quimera; en otras palabras, la
vida no es estática, fluye cada segundo y nuestra capacidad para
adaptarnos es lo que garantizará la armonía individual, por esto es
importante no perder la esperanza, cuidar de nosotros mismos, en cuanto a
salud corporal y espiritual; es vital cerrar brechas de conflicto con
nuestros semejantes, enfrentar los problemas con valentía y objetividad,
no dejar pendiente aquello que nos lastima, hay que encarar lo que nos
agobia para darle una solución definitiva. Tomemos acciones decisivas,
plasmémoslas en actos perceptibles en donde podamos mirar los avances
que hemos dado en nuestra mejora de calidad existencial. ¡Decidámonos a fortalecer nuestra resiliencia!