Desde
el siglo III a.C. cuando la Hispania romana era fuente del latín vulgar
hasta el siglo XIII, cuando Alfonso X, el rey Sabio, institucionalizó
el uso del castellano, en referencia a Castilla, lugar donde se originó
esta lengua, este idioma ha proliferado con hondas raíces en el mundo.
Según datos del Instituto Cervantes, el español, como se le denomina
internacionalmente, es la tercera lengua más hablada en el planeta,
después del chino mandarín y del inglés. Hablamos por tanto de una
lengua sólida que ha crecido y se ha enriquecido con el aporte de otras.
Una lengua que es oficial en más de veinte países y que tiene sus
ramajes cimentados en internet donde las gigantescas redes sociales como
Facebook y Twitter dan fe de su magnitud.
La llegada de la
lengua española a territorio americano en 1492, fue además un aspecto de
unificación geográfica donde esta lengua se revitalizó y pasó a ser la
cultura misma enraizada en las expresiones del pueblo, en el diálogo
cotidiano, en el grafiti, en la copla, en la tertulia improvisada, en el
documento oficial, en el verso o el relato de novelistas y poetas que
han llevado su belleza hasta la cima de los Premios Nobel. Un idioma no
es solo el convencionalismo comunicativo de una sociedad determinada; es
su huella digital, es su señal de pertenencia a un espacio donde
nacemos y que nos llega a través de la voz de quien junto a la cuna
profiere las primeras palabras. Ser parte de una lengua es ser parte de
una familia, de una identidad, de una alegre sonoridad que nos cautiva
cuando la escuchamos en tierras de idioma diferente.
La estrecha
vinculación entre lengua, cultura, identidad, nos dice que somos parte
de un lugar, que somos fruto de generaciones que nos precedieron y nos
legaron una herencia inalienable a la que no deberíamos renunciar a
pesar de una implacable globalización en donde las culturas dominantes
imponen su lengua como forma de opresión o de avasallamiento. El
reciente acto del nuevo gobierno norteamericano que elimina de su página
oficial la opción del uso del español, no es tan solo el retiro de un
enlace en una página web. Es un desconocimiento radical a toda una
comunidad que en los mismos Estados Unidos lo conforman millones de
personas, es un marcado mensaje que expresa la obligatoriedad de un
idioma en discrimen de otro, un: “Si no hablas inglés, lárgate o regresa
al sitio de donde viniste”. En tiempos de clara modernidad, de supuesto
alejamiento de la barbarie retrocedemos hacia la discriminación, la
xenofobia, el maltrato no solo para quienes habitan en suelo
norteamericano sino para todos quienes nos identificamos con “Un lugar
de la Mancha” del cual urge acordarnos para que se nos reconozca como
un pueblo que como a muchos otros no se le puede retirar el derecho
humano de pregonar, utilizar o mantener su lengua en donde quiera.
En
el caso de los hispanos, la lengua de los cantares, la lengua del
romancero, trovada por Juana de Ibarbourou, es un legado íntimo que
nos acompaña a donde vayamos, no importa si por acción laboral, de
estudio o de turismo hayamos aprendido otras lenguas, la lengua
vernácula es el lazo con la Patria, con las tradiciones, con la
exquisitez de las fiestas, el flirteo, la alabanza o la broma que
arranca estentóreas risas. ¡Larga vida para nuestra lengua!