Luego de la intensa jornada
electoral vivida durante esta semana en el Ecuador, son muchas las lecciones
que el común del pueblo deja para generaciones presentes y venideras. El acto
de unidad demostrado en las calles por parte de gente libre de afiliación
política o interés individual llevó a que muchos habitantes se unan para elevar
su voz, no por uno u otro candidato sino por la transparencia, la equidad y la
legalidad que deben ser características de una verdadera democracia.
Eso nos lleva a creer que ya no
somos un pueblo ideológicamente incipiente, hemos madurado como nación y como
individuos. En nosotros ha nacido una actitud crítica frente a las realidades
que observamos, lo cual nos catapulta a ser actores de un cambio, a ser entes
participativos en la construcción de la comunidad en donde nos desarrollamos, a
diferencia de pasadas décadas donde, por lo general, reinaba la indiferencia y
el miedo de expresarnos. Hoy descubrimos como la comunicación globalizada nos lleva
a decidir frente a las circunstancias. La oleada de datos recibidos a través de
las redes sociales nos ha permitido juzgar, argumentar y participar sobre
nuestro propio pensamiento. En una gran mayoría, ya no somos mentes
direccionadas o manipulables; podemos ser autónomos a la hora de actuar por
nuestras convicciones. En muchos casos hemos asumido un compromiso personal a
favor de nuestro país a quien debemos amor y lealtad.
Frente al escenario político, que
ya está desatado, nos convocamos a seguir en el camino del riguroso celador que
se mantiene erguido frente a la intolerancia, el fraude, la mentira inocultable.
Hoy más que nunca, el pueblo es el propio cronista de sus hechos. Fotografías,
videos, testimonios alejados de la sumisión partidista, develan el
comportamiento de un pueblo que no quiere vivir bajo la guadaña de la
ignorancia ni la servidumbre. Nos perfilamos hacia una era de libertad de
expresión, de trabajo conjunto, donde no importa el candidato o la tienda
política sino el progreso de esta nación que, hasta donde la observamos, se
halla en la bancarrota y el extremo endeudamiento.
Necesitamos el apoyo y el trabajo
honesto de todos los sectores de la comunidad, de la inteligencia, la honradez
y el patriotismo de cada ecuatoriano porque Ecuador no es un latifundio de
ningún grupo de poder. Al llamar a la concertación, invocamos a la unidad, anhelamos
despojarnos de odios infundados que nos dividen y enfrentan en disputas que nos
encadenan al subdesarrollo económico y social. Aspiramos a vivir en una
sociedad donde no reine la violencia por parte de los gobernantes quienes desde
su poder oprimen y amedrentan a sus mandantes hasta convertirlos en lacayos sin
voluntad. Al frente de la Patria, queremos un pueblo participativo no una horda
de secuaces que entre sí embozan actos de corrupción visibles hasta para el
mayor de los mentecatos.
Finalmente la lección más
importante de este pueblo está arrimada a la esperanza por mejores días.
Nuestras generaciones venideras, aunque ya endeudadas por preventas, deudas mal
adquiridas u obscuros negociados, requieren de una dosis de fe en sus actores políticos a quienes
no quisiéramos mirar como lobos hambrientos de poder o de riqueza. Requerimos
de reales líderes que enfrenten la pobreza, el desempleo, el estancamiento
económico. Demandamos un nuevo Estado, una nueva casta política que defienda el
interés nacional y no su codicia.