Escribir el relato
de una persona ilustre es una hazaña de grandes proporciones. Sin embargo,
narrar la vida de un mártir, quien se distinguió por la docilidad, moderación,
y delicadeza de carácter, eso es una tarea extraordinaria. P. José Benítez S.J.
Copartícipes del sentimiento y la fe católica, nos regocijamos
ante la reparación de justicia que luego de más de un siglo lleva a los altares
al siervo de Dios: Salvador Víctor Emilio Moscoso Cárdenas, sacerdote de la
Compañía de Jesús; nacido en Cuenca - Ecuador el 21 de abril de 1846 y
asesinado en Riobamba el 4 de mayo de 1897.
Una de las vías de beatificación y canonización reconocidas por la
Iglesia es el martirio para quienes fueron despojados de su vida in odium
fidei, por odio a la fe que profesaron; sobre este fundamento, el Papa Francisco,
este 2019, promulgó el decreto de venerabilidad que reconoce el martirio de
este noble jesuita ecuatoriano.
El padre Emilio fue uno de los nueve hijos de Juan
Manuel Moscoso y María Antonia Cárdenas. Como parte de una familia numerosa su
niñez le permitió crecer entre variedad de opiniones y caracteres que
desembocarían en una personalidad tolerante y preocupada por el prójimo. Sobre
su juventud, uno de sus sobrinos refiere: “se distinguía por la docilidad,
moderación y delicadeza de carácter”, cualidades que le acompañarán toda su
vida y se fortalecerían en su labor religiosa.
El 19 de julio de 1864 Emilio ingresó en el noviciado de
la Compañía de Jesús, realizó sus primeros votos a los 20 años en la Capilla de
la Beata Mariana de Jesús. Realizó sus estudios de humanidades, filosofía,
pedagogía y ciencias en la casa de formación del centro histórico de la ciudad.
Su primer año de magisterio lo desempeñó en el Colegio San Gabriel de Quito,
luego en el San Felipe de Riobamba y lo culminó en el de Guayaquil. Vuelve a
Quito para los estudios teológicos y es ordenado el 1 de noviembre de 1876. Es
destinado para su cuarto año de teología a Payanne (Francia). Realiza la
Tercera Probación en Manresa (España), donde consolidó su amor y dedicación para
el trabajo apostólico guiado siempre por la voluntad de Dios, mediante el
mandato de sus superiores. Posteriormente es enviado a Lima como operario
apostólico, a la Residencia y luego al magisterio en el Colegio La Inmaculada.
Allí se incorpora definitivamente con los últimos votos a la Compañía de Jesús.
Era un 8 septiembre de 1879.
Lima, Quito y Guayaquil se beneficiaron de sus primeros
años de sacerdocio. Su última obediencia la recibió para el Colegio de Riobamba
como profesor, vicerrector y finalmente como Rector del San Felipe Neri en el
año de 1893, donde además fue Superior de la Comunidad. Al describirlo, uno de
sus alumnos expresó: “su fisonomía agradable, apacible mirada, aire modesto y
dulces palabras… tan atrayente y delicada silueta revelaba un corazón paternal
y discreto”. Se podría afirmar que lo más valioso de él no son las acciones
grandes, especiales, espectaculares, sino el equilibrio y sencillez profunda con
lo que hacía todo convirtiendo en extraordinaria su vida ordinaria. El motor profundo
que inspiraba esta existencia era el Evangelio; así como era excelente superior
lo era como súbdito religioso. La verdadera humildad característica de su vida
personal hacía que su equilibrio emocional no le permitiera ni enorgullecerse
en la exaltación ni abatirse con las limitaciones personales.
Mientras se desempeñaba como rector, en 1895, en
Ecuador, se rompió el orden Constitucional tras una revolución política que
entre sus fines buscaba “acabar con la teocracia “; esto se tradujo en leyes y
acciones contra la Iglesia y sus personas: Obispos y seglares católicos perseguidos,
templos donde se censuraba la predicación, religiosos encarcelados. En
Riobamba, el 2 de mayo de 1897 Monseñor Arsenio Andrade es apresado en el
Palacio Arzobispal. En esta misma acción se detuvo también al Superior de los
Redentoristas y a los Jesuitas en su propio colegio. El P. Emilio Moscoso se
encontraba fuera al momento del arresto. Al saber que sus hermanos se hallaban
prisioneros dentro del plantel, ingresó libremente y se entregó solidario a la
misma suerte de los demás. Los militares llevaron a todos al cuartel ubicado frente
al colegio. A medianoche los trasladan a otro recinto militar bajo la amenaza
de muerte o exilio. Pasan aquella noche en una inmunda caballeriza; es ahí,
donde el P. Emilio recibe el don de fortaleza y alegría desbordante que lo
notan sus compañeros; comparte una inusitada felicidad interior que infundía en
los demás coraje espiritual y honda fe. Llegada la mañana, la población
riobambeña se tomó las calles pidiendo la libertad de los religiosos. Ante la
presión popular estos son liberados, a excepción de cuatro, a quienes se les
acusa de predicar en contra de la constitución. De regreso al colegio, el P. Moscoso agenció todo
lo que estuvo a su alcance para lograr la libertad de sus compañeros sin poder conseguirlo.
En la madrugada del 4 de mayo, el jefe de los conservadores,
Pacífico Chiriboga, convencido que el convento y el Colegio San Felipe estaban
vacíos, porque los sacerdotes yacían prisioneros, horada la pared de la calle
Orozco e ingresa con un grupo de personas; ellos fueron mal informados sobre un supuesto apoyo
que recibirían para enfrentar a los liberales; son descubiertos y a las 5 de la
mañana empieza el asedio en contra de las instalaciones mencionadas donde los
Jesuitas, sin esperarlo, quedan atrapados entre el fuego cruzado. El ejército
liberal, con más de cien efectivos, rompe con hachas las puertas del templo de
San Felipe, ingresan y cometen la sacrílega profanación que fuera calificada
por el Dr. Gabriel Cevallos García como “el feroz empeño de ofender con una
ofensa inenarrable la fe de un pueblo”. Rompen el sagrario, tiran al suelo las
hostias consagradas, las pisotean, beben licor en los vasos sagrados, se burlan
de los sacramentos y de la predicación. Flavio Alfaro, en persona, comanda las
operaciones y él mismo expresa la orden fatal: “Maten a todos los frailes”. Al
ingresar al convento, al primero que encuentran en su cuarto orando de
rodillas, rosario en mano, es al P. Moscoso a quien disparan a quemarropa. Las
mismas manos que profanaron la eucaristía asesinaron al Padre Moscoso, luego ultrajaron
el cadáver colocando en sus manos un fusil y municiones con el fin de
justificar el atroz crimen. Para ocultar lo ocurrido, emitieron un boletín
oficial, el número 4, plagado de mentiras en contra de los religiosos. En el
juicio civil, en cambio, todos los testigos, militares actores del hecho, develaron
la realidad. El 29 de marzo de 1916 el segundo comandante del Batallón 14 de
agosto, José Joaquín Merino, que participó en tan ignominioso hecho, en
documento autobiográfico y juramentado, reveló la verdad y la identidad de los
asesinos. Desde 1897 nace una devoción especial en la Capilla del Colegio San
Felipe Neri de la ciudad de Riobamba por la reparación del sacrilegio y del
martirio del Padre Emilio Moscoso, quien ofrendó su vida por la fe y su
profundo amor a la eucaristía, desde entonces el lugar se transformó en el
Templo Expiatorio.
Dios que todo lo conoce restituye el honor de sus fieles.
La beatificación del Padre Emilio Moscoso, es un acto de amor y de justicia. Con
honda ternura y amparados en el testimonio de su vida compartimos su plegaria y
al unísono decimos: Tomad Señor y
recibid la bondad de Víctor Emilio Moscoso, tomad Señor y recibid este gesto de
humildad que nos compromete a forjarnos como una sociedad más tolerante. Tomad
Señor y recibid este ejemplo de bondad que nos lleva a buscar mejores caminos
de paz para nuestro pueblo. Tomad Señor y recibid la presencia de todos quienes
estamos convocados aquí para levantar la voz por todos aquellos que fueron y
siguen siendo asesinados, sabiendo que cada vez que una persona muere
injustamente una fracción de la humanidad muere con ellas porque todos somos
una misma carne, un mismo espíritu, una misma creación de Dios.