Los límites de velocidad impuestos
para la circulación de vehículos en nuestro país han causado más de un asombro
a los descuidados conductores quienes, con admiración tras el volante,
balbucean cualquier excusa para justificar una contravención. Ya era tiempo de
tomar acciones correctivas para enfrentar de alguna manera el exceso de accidentes
de tránsito, considerando que gran parte de estos se producen por la
imprudencia de la mayoría de automovilistas quienes aceleramos indiscriminadamente
nuestros autos, sea para cumplir con una obligación a la que no dimos la debida
planificación de tiempo o simplemente por el gusto de sentirnos pilotos de
fórmula uno, en una pista que no respeta la vida de quienes están a nuestro alrededor.
Las multas y sanciones son severas,
pero por desgracia parecen ser la única alternativa para enmendar el
comportamiento agresivo e irrespetuoso de quienes al mando de un automotor nos
convertimos en portadores de desgracia y muerte. De nada han servido las múltiples
campañas de educación vial, el pintar las calles con corazones azules u otras
acciones en favor de un manejo responsable. Estas medidas pueden incomodarnos
en demasía y de seguro existen varios detractores de ellas, pero somos un
sociedad por demás indisciplinada y nos guste o no, debemos manejarnos con
normas que favorezcan a la colectividad.
En este contexto donde cunde la
denominada “viveza criolla”, muchos usuarios de redes sociales han empezado a
utilizarlas junto a sus celulares para advertir los lugares donde se realizan
los controles policiales y así eludir o disimular las infracciones; esto nos torna más primitivos e insensatos.
Eduquemos a nuestros hijos en el buen actuar, no en la trampa ni la picardía
que es una disfrazada manera de corrupción. Cuántos ciudadanos del país han pagado
con sangre y lágrimas la desmedida velocidad que es sinónimo de tragedia. Hoy,
ojalá cambiemos nuestro actuar errado mediante esta serie de imposiciones
legales, mañana y en un futuro cercano no necesitaremos de ellas porque será el
buen sentido común el que gobierne nuestra manera de conducir un auto por las
calles.
Finalmente, creo que la gran
mayoría ciudadana mira con complacencia el nuevo orden dispuesto, a la vez que
espera que todo ese dinero recaudado por las infracciones tenga un buen uso y
así también crezcamos en la conciencia colectiva de que las multas, aranceles e
impuestos pagados por el pueblo son revertidos en obras de bien común y no se
destine a despilfarros políticos. Nos obligan a cambiar, pero también quienes
están a la cabeza del país deben obligarse a sí mismos a buscar una nueva era
moral para un país donde se ha entronizado la indecencia, el robo y el abuso.