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domingo, 8 de febrero de 2009

La exigencia de la justicia

Cuando nos enfrentamos a todas las calamidades provocadas por la barbarie de la especie humana, muchos podemos caer en el asombro de afirmar que en el mundo jamás ha reinado la justicia. Se dice que se hace justicia cuando se castiga al culpable visible de una transgresión, pero atrás de este imputado quedan ocultos individuos, organizaciones y hasta culturas enteras que directa o indirectamente son cómplices de delito.
Tantos países después de una guerra se proclaman victoriosos; se autonombran defensores de la justicia. Pero, no puede existir justicia si anteriormente se destruyen los derechos de otros, se violenta la paz de personas inocentes y hasta se sacrifica sus mismas vidas. Peor aún, no puede existir justicia, si luego de una mal entretejida victoria se instauran sistemas o políticas que atenten en el presente o el futuro contra cualquier núcleo humano.
La exigencia de la justicia debe ser ligada siempre al cumplimiento de los derechos más elementales que toda persona tiene. Estos son: La vida, la libertad, la dignidad y la felicidad. Derechos inalienables que deben respetarse como la mejor demostración de convivencia intercultural.
Si bien es cierto que la globalización enfrenta cara a cara a las incontables culturas del planeta, también es verdad que gran parte de los conflictos persistentes en la actualidad, son anteriores a la era que vivimos. La total falta de tolerancia, el fanatismo, la ambición de determinados grupos ávidos de poder, son las verdaderas epidemias que infestan al mundo con guerra, pobreza, destrucción y muerte.
La errónea ideología de afirmar el carácter insalvablemente diferente de cada cultura respecto a otra, nos lleva a creer que no hay posibilidades de vivir con armonía en el planeta, olvidando que como seres humanos todos tenemos las mismas necesidades, los mismos temores y hasta el idéntico final del cual no podemos huir por pertenecer a uno u otro origen cultural.
Pensamos que el holocausto judío sería un gran legado de aprendizaje para la humanidad. Llegamos a imaginar que la civilización no podría regresar a tal grado de animalidad como el cometido en la segunda guerra mundial. Al parecer caímos en la entelequia e impávidos escuchamos de las masacres en la ex Yugoslavia. Quizá ni nos enteramos del genocidio en Ruanda, (1994), donde el General Romero Dallaire, Comandante de la misión UNAMIR (Misión para la Pacificación de Ruanda de Naciones Unidas), expresó: "Ni un solo país de la Tierra acudió a detener aquello. El mundo occidental no me dio nada", (…) En 100 días mataron a 800.000 personas, 300.000 de las cuales eran niños. Y eso sin contar los 500.000 que recibieron varios machetazos, o perdieron una pierna, pero sobrevivieron”.
En la Franja de Gaza y ante nuestros ojos, la historia se repite. Palestinos y judíos levantan oleadas de terror amparados en una seudo justicia que nadie cree. Sin importar el final de la disputa, nadie puede afirmar que actuó con justicia. Ésta no puede basarse en la segregación o la violencia, ni puede existir sin perspectivas que vayan más allá de lo que cada grupo pretenda instaurar para satisfacer sus intereses. No podrá existir paz ni equidad sin plantear una “armonización existencial para la humanidad entera”.

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