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domingo, 8 de febrero de 2009

La exigencia de la justicia II

A pocos días del cese de hostilidades entre israelíes y palestinos, existen mínimas probabilidades de una entronización de la justicia. La pérdida de inestimables vidas humanas nunca podrá ser subsanada con ningún tratado o acuerdo. Para todos los muertos, desmembrados y más víctimas, no existe opción de justicia. Esta es la indiscutible realidad de cualquier grupo confrontado o amenazado por la intolerancia.
Toda forma de apartamiento que esté en contra de los derechos fundamentales, de por sí se convierte en injusticia. La segregación es resultado del sectarismo de tantos individuos, organizaciones o países que buscan aferrarse al poder o la falsa razón, sin aceptar la cultura, situación o ideología de otros.
En América latina, reina con ímpetu la tendencia de grupos de la más variada índole, quienes amparados en mal llamadas defensas o conquistas sociales, buscan imponerse a través de la fuerza y la violencia. Profusos pueblos indígenas, por ejemplo, toman como bandera de lucha sus reivindicaciones, razonables por cierto. Mas, al amparase en odios pasados o intereses individuales o sectarios, generan mayor separación en una sociedad ya demasiado fragmentada, sin considerar, que a pesar de existir como países pluriculturales, todos sin excepción buscamos un mejor sistema de vida, y la búsqueda de éste nivel de existencia no debe ser motivo de exclusión para ningún bloque cultural.
Otro claro ejemplo de esta tendencia discriminatoria la hallamos en nuestra actual política nacional, donde a pretexto de reivindicaciones sociales se margina a numerosos estratos de la misma sociedad y maquiavélicamente se manipula a otros grupos marginados, confrontándolos entre sí. El estado ecuatoriano actual engendra rencores encendidos tras una mentirosa lucha entre ricos y pobres, que en sentido final sirven como cortina para oscuras pretensiones de poder, sin importar para nada el bien o la unidad colectiva. En un Estado no existe justicia solo porque oralmente lo declara su presidente o se la publicita fastidiosamente en agresivas campañas publicitarias. Para que una nación se desarrolle, debe sustentarse en sólidas bases de tolerancia, equidad, democracia.
El gran Sócrates, (470 AC-399 AC) ya lo declaraba: “Cuatro características corresponden al juez -añádase gobernante justo-: Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente”. Este principio de ecuanimidad es el elemento indefectible para cambiar los destinos del país y afrontar la crisis que nos agobia.
En los dos últimos años de gobierno no hemos sido escuchados. No hemos obtenido respuestas sabias. Tampoco hemos mirado actos de prudencia. Peor aún podemos aseverar que existe imparcialidad. Lo lamentable es que ante esta anarquía, todos parecemos enterrados en un extraño sopor. Ante nuestro retraimiento y falta de reacción, la injusticia se apodera de un Ecuador que ya no tiene visos de libertad y un pueblo sin libertad es un pueblo muerto. En un pueblo muerto reinan las sombras y la tiranía. Por obvias razones la justicia no existe.

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