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martes, 3 de marzo de 2009

Divide y reinarás

Al parecer una aseveración inofensiva, intrascendente y sin ninguna proyección más allá de la evocación de aquel maquiavélico Maquiavelo, quien sin reparo incitaba a valerse del engaño, la trampa, el envenenamiento u otros descarriados procederes, con tal de afianzarse en el poder.

Bajo el criterio de: “El fin justifica los medios”, muchísimos tiranos en la historia de incontables lugares o países, han buscado perennizarse en las cúpulas del gobierno, para desde ahí, ostentar un poder que de ninguna manera puede considerarse moral. Lo conquistado sobre la base de ilegalidades no tiene validez ética y aunque se amparen en leyes o constituciones -dolosamente creadas para tales fines- jamás se podrá legalizar la mentira, el engaño ni la malicia.

La habilidad con que suelen actuar estos inmorales y mal denominados líderes, se fundamenta en una sutil, pero peligrosa incitación, que confronta a sectores de la misma sociedad donde gobiernan. Pueden recurrir a discrepancias religiosas, confrontaciones étnicas, desacuerdos políticos, o la más simple y al parecer la más convincente: La lucha continua entre ricos y pobres; o lo que en su mente perversa se traduce en: la eterna lucha entre el bien y el mal.

Obviamente ellos creen y afirman portar la bandera del bien. Bajo esta perspectiva, se consideran casi dioses; asumen poderes omnímodos, no son capaces de recibir ninguna crítica, porque, en su ceguera conciben su proceder como prototipo de perfección. Vociferan, cual esquizofrénico Zeus, cuando sus caprichos no son satisfechos, siendo capaces, al igual que la misma deidad griega, de devorar a sus propios vástagos, con tal de arraigar su egoísmo, interés o vanidad.
Para ellos no existe otra verdad que su envanecimiento. Es tal su convicción, que conciben a sus gobernados como seres inferiores incapaces de decidir, sentir y pensar. Para ellos, el pueblo no es sino una recua de iletrados, que sin la luz de su gran mandato, podría perderse en las tinieblas.

A pesar de todas las desdichas que han producido estos villanos, hoy vuelven a escena trayendo un cadáver que la decencia y la libertad tumbaron junto al muro de Berlín. El mentado socialismo del Siglo XXI, no es sino una hoguera donde se encienden odios que parecían sepultarse con las perspectivas de un nuevo ser humano más civilizado e inteligente. No podemos tragar ruedas de molino, ni seguir creyendo en la tan difundida lucha entre ricos y pobres. No podemos creer en salvadores políticos que con esta tesis dividen la sociedad, sin importar que una nación se fragmente y todos sus apararos productivos se hundan; generando así mayor desempleo, miseria y delincuencia.

No pueden embaucarnos ocultos tras una falsa bandera de lucha contra la pobreza, cuando en la realidad buscan que ésta se mantenga, para ellos y sus secuaces, seguir viviendo pomposamente a expensas de un pueblo raquítico que no reacciona ni protesta.

Los tiranos tienen su tiempo y su hora. Frente a éstos, una sociedad inteligente debe evitar su prolongación en el poder, confrontarlos, negarles el voto, volcarse a la desobediencia civil, rechazarlos con todas sus tesis y seguidores.
Una nación no emerge entre sectarismos ni rivalidades. Un pueblo es grande en la medida de su unidad y la búsqueda del bien colectivo.

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