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jueves, 22 de abril de 2010

De las Damas de Blanco

No es que importe la realidad política de una u otra nación. No se trata de excusar o embestir en contra de tal o cual régimen. El asunto que llevo atravesado desde hace varios días tiene que ver con aquellas mujeres de la Habana, quienes con sus trajes blancos, con flores, con palomas u otros símbolos de paz, recorren una avenida de esa capital. Su caminata dominical, que se realiza desde hace siete años, está imbuida de la más cruel tristeza. No es para menos, sus seres amados yacen encarcelados, so pretexto de no coincidir con un Estado que priva del derecho a la libre expresión, que roba la libertad, que atenta contra los derechos humanos. Como manifesté, no se trata de un asunto político, se trata de un deber que compromete a todos, porque en cualquier lugar donde se pisotee la libertad debe elevarse la plegaria y la acción de toda la humanidad.
No hay fuerza que quebrante la voz de una mujer que enfrenta las tiranías. Es la mujer quien ante la malicia engendra la lucha y de su fuerza inextinguible, así como de su mirada dulce, nace el bien para la sociedad. Por ello tiemblan los opresores cuando ven a las mujeres protestar en las calles; por eso las agreden, las amenazan, las pisotean, las encierran en sus casas, pero, ellas vuelven una y otra vez, no con armas no con bombas, cascos o toletazos. Su sola presencia es ya un combate y una conquista para su familia o su nación. Como dijo Martí: “Las campañas de los pueblos sólo son débiles cuando en ellas no se alista el corazón de mujer; pero cuando la mujer se estremece y ayuda, cuando la mujer tímida y quieta en su natural, anima y aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con la miel de su cariño, la obra es invencible”. A qué mujer no le duele un hijo, un padre, un esposo. A qué mujer no le lastima el dolor de otros. Un gracias a las Damas de Blanco que tanto bien le hacen a la causa de la libertad.
Y estas damas, estas mujeres que luego de la misa del domingo recorren pacíficamente por un boulevard de su ciudad, mejor dicho recorrían, porque ahora, hasta esa libertad quieren arrebatársela, son la esperanza de su mismo pueblo. Son el ejemplo que otras naciones deben seguir para evitar que el cáncer de la opresión extienda sus raíces. No solo Cuba requiere de sus Damas de Blanco. Nuestra América Latina, nuestro mundo en general, nuestro mismo país pide con urgencia esta casta de mujeres. No es tiempo para el silencio, es preciso mover la conciencia para evitar que el despotismo, la injusticia, el atropello en contra de la democracia y otras epidemias sociales arraiguen en nuestras sociedades.
Todos somos parte de la gran nación humana y un acto que la agreda es motivo de lucha que compete a todos. Bien por aquellos quienes reconocen el esfuerzo de este grupo de heroínas, su propuesta para nominarlas al Premio Nobel de la Paz es signo de esperanza para que ojalá toda la comunidad internacional reaccione y se haga eco, al menos moralmente, en contra de aquel estado tirano que a pesar de su podredumbre se resiste a morir.

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