Según el Diccionario de la RAE, la dignidad se define como: cualidad de digno; gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse, entre otras acepciones. Desde esta perspectiva, ser digno significa actuar con respeto para nosotros mismos y con los demás. No obrar con malevolencia, es decir no tramar el daño o desprestigio ajeno. Ser digno es ser benévolo cuando hemos sido ofendidos y no abofetear a quien nos lastima, peor aun cuando gozamos de poder y se nos es fácil escarnecer a quien nos ha injuriado.
Existen personas que cuando se sienten afectadas en su dignidad o su honra creen poder repararla con indemnizaciones económicas, con más agravios e incluso no temen pedir la cárcel para sus detractores. Le ponen precio a su dignidad como si se tratase de una mercancía con la que se puede comercializar olvidando que un individuo digno está por encima de cualquier valor monetario. Sin necesidad de revanchismos o altercados viles, la verdadera dignidad nos vuelve superiores a quien nos ofende cuando respondemos con una alzada de hombros, a sabiendas que la real grandeza está en aceptar nuestras debilidades y por tanto las críticas, que si bien pueden herirnos, pero también pueden construir nuestra personalidad. La dignidad nos eleva sobre los agresores porque tenemos claro que nadie puede quitársela a nadie. La perdemos nosotros mismos con procederes innobles, con sentimientos oscuros, con odio que corroe o con orgullo que enceguece la conciencia.
Se dice que cuando un hombre ha perdido la dignidad lo ha perdido todo, pero nadie es indigno cuando sabe para sus adentros que obra con justicia, con razón, con verdad. Son los actos individuales los que nos tornan dignos ante nuestra misma persona, ante nuestras familias, amigos, sociedad en general, quienes tarde o temprano aquilatan las acciones y confieren el respeto ganado, no por exigencia, mandato ni amenaza, sino como el legado que el propio proceder nos entrega.
No estamos para dar lecciones de dignidad a nadie, pero es necesario que miremos en la sociedad los ejemplos de personas que con su testimonio son baluarte de esta necesaria cualidad. Estos hombres y mujeres no vociferan en pos de su dignidad. Al contrario, muchas veces son víctimas de atropellos, de injusticias o de prepotencia. Seamos lógicos al juzgar. Respetemos al individuo digno, clamemos por él cuando se vea mancillado. Recordemos la premisa milenaria de tratar a los demás de la misma forma como quisiéramos que fuésemos tratados.
Rowny Pulgar Noboa comparte este espacio personal donde sus anhelos, percepciones e imágenes crecen entre la memoria y el tiempo. Es su cosmovisión como habitante de un Ecuador mágico integrado en un mundo que globaliza fronteras pero no individualidades.
sábado, 23 de julio de 2011
sábado, 9 de julio de 2011
“No soy de aquí ni soy de allá”
Trovadores, cantautores, músicos y más locos de este mundo se visten de hondo luto. En Latinoamérica fue acallada de manera cobarde una enérgica voz; una voz que le cantó a lo simple, a lo cotidiano, a lo fantástico de la vida que no es otra cosa que el vivir mismo. Facundo Cabral, cantautor argentino, murió asesinado en Guatemala este 9 de Julio, día de la celebración de la Independencia de Argentina, como si se tratase de un paradójico signo para quien le cantó a la paz y a la libertad.
Cabral fue la voz social, la expresión sin tapujos que desde la perspectiva de la ironía nos avivaba con frases descomplicadas para reaccionar ante esta sociedad aturdida por complejos, irracionalidades y horizontes perdidos. Libre de sus ideologías políticas, fue el autor de la paz, el hombre modesto del pueblo que manifestó con simpleza lo que todos conocemos pero callamos y ese es el mérito de todo cantor: decir lo que a otros nos cuesta, expresar lo que a otros nos duele o nos indigna, denunciar con acordes o tonadas lo que envilece al hombre para de alguna manera tratar de redimirlo.
En uno de sus conciertos profería: “Cuando el hombre trabaja, Dios lo respeta, pero cuando el hombre canta: Dios lo ama”. Muchos amamos su música, su expresión, su censura en contra de lo injusto. Esto tampoco nos vuelve socialistas ni nada parecido a tan fatal enfermedad. Nos torna individuos que buscamos la armonía, la paz individual y colectiva. Somos los amigos, los que sin ser ni de aquí ni de allá, porque estamos divididos entre la vida y la muerte, soñamos con un mundo mejor para nuestro hijos a quienes no queremos heredar ninguna descomposición natural ni humana. Somos los que “Cabralgando” en el trascurrir de los días aspiramos a una sociedad al menos más tolerante, menos agresiva, más de personas que de fieras. Qué nos importan las banderas, los mercados financieros, las trasnacionales o más emblemas de poder. Todo país es un mismo hombre, una misma mujer, un niño de uno o cien años que merece vivir con dignidad.
En dueto con Alberto Cortez, otro grande de la canción latinoamericana, entonó aquellos de “A los amigos les adeudo la ternura…” Es esa ternura la que hoy nos entristece pero también nos alegra porque tuvimos la oportunidad de deleitarnos con canciones que no idolatran la falsedad ni la insipidez humana, al contrario, todas ellas son el poema de un hombre universal; de ese necesario mortal que necesitamos en el orbe para no quedar reducidos al nivel de las bestias.
Un ¡Hasta pronto! Para ese amigo que desde ya estará tirado para siempre en la arena, persiguiendo en bicicleta los colores del cielo, rodeado de vino, conejos y flores.
Cabral fue la voz social, la expresión sin tapujos que desde la perspectiva de la ironía nos avivaba con frases descomplicadas para reaccionar ante esta sociedad aturdida por complejos, irracionalidades y horizontes perdidos. Libre de sus ideologías políticas, fue el autor de la paz, el hombre modesto del pueblo que manifestó con simpleza lo que todos conocemos pero callamos y ese es el mérito de todo cantor: decir lo que a otros nos cuesta, expresar lo que a otros nos duele o nos indigna, denunciar con acordes o tonadas lo que envilece al hombre para de alguna manera tratar de redimirlo.
En uno de sus conciertos profería: “Cuando el hombre trabaja, Dios lo respeta, pero cuando el hombre canta: Dios lo ama”. Muchos amamos su música, su expresión, su censura en contra de lo injusto. Esto tampoco nos vuelve socialistas ni nada parecido a tan fatal enfermedad. Nos torna individuos que buscamos la armonía, la paz individual y colectiva. Somos los amigos, los que sin ser ni de aquí ni de allá, porque estamos divididos entre la vida y la muerte, soñamos con un mundo mejor para nuestro hijos a quienes no queremos heredar ninguna descomposición natural ni humana. Somos los que “Cabralgando” en el trascurrir de los días aspiramos a una sociedad al menos más tolerante, menos agresiva, más de personas que de fieras. Qué nos importan las banderas, los mercados financieros, las trasnacionales o más emblemas de poder. Todo país es un mismo hombre, una misma mujer, un niño de uno o cien años que merece vivir con dignidad.
En dueto con Alberto Cortez, otro grande de la canción latinoamericana, entonó aquellos de “A los amigos les adeudo la ternura…” Es esa ternura la que hoy nos entristece pero también nos alegra porque tuvimos la oportunidad de deleitarnos con canciones que no idolatran la falsedad ni la insipidez humana, al contrario, todas ellas son el poema de un hombre universal; de ese necesario mortal que necesitamos en el orbe para no quedar reducidos al nivel de las bestias.
Un ¡Hasta pronto! Para ese amigo que desde ya estará tirado para siempre en la arena, persiguiendo en bicicleta los colores del cielo, rodeado de vino, conejos y flores.
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