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martes, 25 de octubre de 2011

El fin de un malvado

La noticia de la muerte del dictador libio Muamar Gadafi despierta opiniones contradictorias en la comunidad mundial, sobretodo en personas que de cierta manera buscan permanecer neutrales frente a la forma como se practican y defienden los Derechos Humanos. Mirar el maltrato en contra de una persona, verla inerme frente a una turba enardecida resulta un espectáculo canibalesco para un siglo XXI al que lo denominamos civilizado. Pero si analizamos a profundidad, podemos hallar que atrás de estos actos está inmerso un profundo sentimiento de rabia contenida. Una muchedumbre que agrede a un hombre que parece indefenso no lo hace sin un impulso que justifique, aunque primariamente, sus actos sabe que ese individuo tiene un pasado que lo condena, que son sus propios actos los que lo llevan a una situación de fatalidad como en este caso. Y es que para nadie fue desconocida la maligna fama del Coronel Gadafi. Que sus desquiciados seguidores lo mencionen como líder, revolucionario o mártir, según los más desatinados, no justifica la cantidad de crímenes fomentados por este hombre, quien hoy seguramente descansa en la paz de los infiernos.
Es cuestionable que el ultraje a un ser humano se exhiba explícitamente como un espectáculo al estilo del antiguo coliseo romano, pero lo que parece ser justicia humana, se podría entender como ley de la vida. Cuando se trata del final de un tirano, un genocida, el mundo siente liberarse de una terrible plaga. No nos alegramos frente a la muerte de nadie, solo reflexionamos que según los actos puede ser la muerte. Arrimando el hombro a la Biblia valdría rememorar aquel versículo de: “Quien a hierro mata a hierro muere”. Lo cierto es que este deceso cierra un capítulo negro en la historia del mundo, no solo de Libia, porque el sufrimiento, la explotación, la guerra de un pueblo es el dolor de toda la humanidad.
Es doloroso, pero a los tiranos no se los puede combatir de otra manera, son seres despiadados que no respetan la vida de nadie; así, no tienen calidad moral para pedir clemencia cuando ellos revestidos de poder fueron sanguinarios e inhumanos; además, esta muerte frente a más de cuarenta años de reprimenda en contra de una nación es leve castigo que no mitiga en lo mínimo el padecimiento de tantos inocentes.
Lo positivo de este trágico suceso sería que los tiranuelos o aprendices de dictadores, que campean por cualquier país del mundo, miren las cruentas escenas de la muerte de Gadafi; aprendan de este catastrófico final, nada irreal para cualquier gobernante perturbado, porque un pueblo saturado de intolerancia, maltrato, censura a la libertad, es la peor fiera para los opresores. Los gobernantes deben aprender que sus países no son sus haciendas; que si son intransigentes, ciegos y déspotas tarde o temprano pueden tener un final atroz. Aprendan queridos gobernantes: El mal, la tiranía, las villanías para perennizarse en el poder tarde o temprano se terminan y es la justicia de la vida quien factura por los actos cometidos. Ojalá que ni en América latina ni en ningún lugar del planeta tengamos que volver a observar el fin de un malvado, porque aunque duela verlo, solo se cumple la sentencia: “El que siembra cosecha”.

1 comentario:

Unknown dijo...

Todos estos acontecimientos que aunque se desarrollen en el otro lado del mundo deberían hacer reflexionar a quienes tienen el poder en sus manos y no lo usan como sus pueblos esperan. Aquí cabe el refrán: Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar.
Andrea Albuja Campos
Sexto Comerio