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jueves, 10 de diciembre de 2015

Condenamos la violencia

El mundo se halla perplejo tras el sanguinario ataque a la ciudad de París. En una era de modernidad, de alta tecnología, de amplias líneas de negociación política y diplomática nos vemos retrocedidos hacia la más cruenta barbarie.  La humanidad de este siglo es quizá idéntica a la de las hordas primitivas, a la de los Hunos de Atila, a la de los antiguos colonizadores que a sangre y muerte implantaron costumbres, idioma o ideología.

En pleno siglo XXI vemos el despertar de odios radicalizados, de distas sociales más profundas, de un recrudecimiento de la violencia que puede conducirnos a conflictos inimaginados.  Este ataque al corazón de Francia es la apertura oficial para el incremento de una guerra que ya se libraba de forma silenciosa desde hace mucho tiempo, pero que hoy se expande hacia diversos frentes, porque en el afán de combatir el terrorismo se sacrificarán muchas libertades, vidas y conciencias. No digo que se obvien los abominables hechos de estos grupos extremistas. Por desgracia, hay que perseguir a los culpables hay que aplicar cuanta estrategia sea necesaria para que estas acciones no se repliquen en Europa ni en ningún lugar del planeta,  pero en este esfuerzo, ¿los medios que utilicemos para ello no nos colocarían acaso al mismo nivel de los grupos que combatimos? 

Quizá la imposibilidad para que lleguemos a vivir en una sociedad armónica se debe a que cada persona, grupo, raza o nación se considera dueña de la razón absoluta y mira hacia los demás como los bárbaros que viven de forma equivocada. Aún persiste en la naturaleza humana el gen mental que nos clasifica como buenos y malos o esto es el pretexto para que determinados grupúsculos gobiernen sobre las masas y disfruten de los privilegios absolutos del poder. La violencia se apodera de nuestras sociedades y esa es la tónica bajo la cual tantos regímenes gobiernan. En escala menor, América Latina también es copartícipe de esta segmentación de la sociedad civil; países como Venezuela se hallan polarizados en disputas generadas por un tiranuelo que, aún bajo tierra, sigue siendo excusa para la rivalidad, la persecución, el odio. Ecuador vive un fraccionamiento creado bajo argumentos como el del “pelucón” que aplasta al desposeído, del tirapiedras que se opone al político honesto, por citar un par de erróneos planteamientos.

La violencia social se engendra por el egoísmo desmedido de quienes buscan el poder, no son luchas idealistas sino intereses mezquinos de diestros manipuladores que embozados tras un falso atuendo de líderes religiosos, políticos o revolucionarios sacrifican al pueblo para sus fines individuales y esta es la peor violencia porque enfrenta a gente inocente que hábilmente engañada se vuelve servil y fanática. 

Nos unimos al dolor de todos los abatidos en la Ciudad Luz, condenamos cualquier tipo de violencia basada en la segregación, la manipulación política, la discriminación racial o religiosa. Anhelamos una colectividad que avance hacia la civilización y sepulte la barbarie que nos vuelve menos personas.

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