(Artículo publicado en la Revista conmemorativa de Diario Los Andes- abril 2016)
La idiosincrasia de
una ciudad se construye con el aporte de cada uno de sus individuos. Son las
personas comunes del pueblo quienes generan la certeza de que una urbe no se
ancla al pasado; son sus acciones las que nos hablan de cómo los pueblos construyen
su historia, su identidad. Cada acto que acompaña a un ciudadano nos lleva a
entender el nivel de compromiso que este tiene con su espacio. Desde el
deporte, la música, el urbanismo, la poesía o cualquier otra manifestación
humana, el acto de cada individuo genera el imaginario o la realidad que componen
la efigie de un pueblo.
Para el riobambeño
que ha estado de pie bajo el sol, disfrutando de los tradicionales desfiles
abrileños, de los antiguos y hoy perdidos corsos de flores, de la euforia
desatada en los estadios cuando el Olmedo, símbolo de la riobambeñidad
deportiva, ha levantado la emoción de sus hinchas, existe una figura que anima,
que rompe la lógica del instante. Un hombre que durante los últimos 30 años ha sido parte de
la memoria, del espacio, de la alegría de mucha gente quien lo ha visto y no lo
ha visto. Lo ha visto desde sus personajes, sus inventos, sus atrayentes propuestas
que han sido elementos infaltables en las celebraciones colectivas. Presente de
forma invisible bajo sus llamativas máscaras Jorge Velasteguí se despoja hoy de
ellas para contarnos sobre su verdadero rostro.
Desde el
tradicional barrio de La Panadería, Jorge nos recibe en su vivienda con la
cordialidad de un amigo. Hombre de mirada férrea y a la vez serena, de voz
robusta, de manos hábiles de una mente que sueña, que no se detiene, de una
mente que desde cualquier intersticio y cuando el sueño se escapa, crea y
recrea nuevas realidades que son el entretenimiento de mucha gente. Sentado junto a la ventana y mientras sus
manos forjan una nueva creación, nos cuenta que es riobambeño, nacido el 5 de
marzo de 1954, padre de Jorge, Carlos y Gabriela. Su tiempo transcurre en
soledad desde hace 25 años, afirma que: “Vive la vida sin tener pretexto para
malgastar los días que Dios le da”. Su labor profesional la ejerce desde hace
33 años en la ESPOCH donde se desempeña como mecánico dental en el Centro de Atención
integral en Salud. Cercano a su jubilación su perspectiva vital es ser honesto
y no perjudicar a nadie.
Se denomina a sí
mismo como un artesano común. Su gusto por el arte brotó los doce años, en
medio de juegos e inventivas. Más tarde perfeccionó sus habilidades en la
Escuela de Arte en Quito donde descubrió que el secreto de la felicidad está en
hacer lo que a uno le gusta. Al respecto afirma: “Soy dedicado al arte que me da
la vida sin pensar en malos juicios en
malas cosas. Me dedico al arte y a darle
a mi ciudad lo que humanamente puedo. Soy
un artista que no necesita renombre sino que la gente por sí misma descubra el
talento de mis manos”.
A pesar que lamenta
que en el país no hay apoyo para el artista y el gobierno solo se fija en las
altas esferas de poder mientras el pueblo muere de hambre, la variedad de su creación
artística merodea indefiniblemente en su cabeza; piensa en qué hacer al día
siguiente, la inspiración le llega de por sí, sus obras en muchas ocasiones son
el resultado de sus sueños que con la ayuda de materiales, que siempre tiene a
mano, se plasman en el momento.
El fin de año en el Barrio la Panadería
Es grato recorrer
las calles de Riobamba durante el frenesí del 31 de diciembre donde al son del
agitado caminar de transeúntes, locas viudas, canciones alusivas al gozo que viene
o a la nostalgia que se va, emergen los tradicionales monigotes que despiden la
desdicha del ciclo anual que fenece. En este contexto, ha sido la intersección
de la Carabobo y Junín el escenario desde donde Jorge Velasteguí ha demostrado
su talento para el mundo. Desde esta
barriada, recinto de uno de los clubes representativos de la ciudad conocido
como: “Los 11 amigos”, cuya conformación se remonta hace 20 años a un instante
donde tras una reunión de “los vagos” como se autodenominaban, Jorge fue
elegido como su presidente con la presencia de once asistentes, desde entonces,
se han generado incontables brotes de creatividad e ingenio, la presencia de
ellos fue notoria en los buenas épocas; posteriormente los once se redujeron al
epígrafe: “Los once amigos son uno aquí y el resto en España”. Jorge es el
sobreviviente, a los demás se los ha llevado el trabajo, las ocupaciones o la
muerte.
Aun así, de seguro
en la memoria de muchos está impresa la imagen de: El hombre verde, El Capitán
América, los Transformers y más figuras que representadas en grandes
dimensiones han sido el deleite de todos cuantos recorrieron por este populoso
sector riobambeño. Estas creaciones, a veces se realizaron con la intención de
participar en el Concurso de años viejos convocado por el Municipio de la
ciudad, pero comúnmente, su único propósito ha sido generar el entretenimiento
para la colectividad. Al respecto, nuestro entrevistado, en un momento suspira
y tal vez en voz alta comenta sobre el escaso aporte que demuestran las
autoridades para el arte, es válido un diploma, un certificado de participación
afirma, pero necesariamente se requiere de mayor impulso para el acrecentamiento
o difusión del arte y la cultura. En contraparte destaca el significativo apoyo
que ha recibido de la ESPOCH; su presencia en los juegos nacionales de
empleados, trabajadores, profesores ha sido ineludible y pretexto para generar
en cada participación una nueva mascota con la que además de su participación
deportiva en disciplinas como: vóley, indor fútbol, retribuye el apoyo brindado.
El ingenio del
“Che”, como también es conocido, se plasma en la elaboración de mascotas
deportivas. Con esponja, pegamento, estilete, telas y sus hábiles manos ha
contribuido con icónicas figuras como la mascota para el Centro Deportivo
Olmedo, cuando se coronó campeón en el 2000; El hielero del Chimborazo, trabajo
realizado para la Federación Deportiva de Chimborazo e infaltables creaciones
que aparecen en las lides atléticas de varios colegios e instituciones. Asegura
que la mejor condecoración que recibe es el gesto amable de la gente que mira y
disfruta su labor. A nivel institucional ha recibido reconocimientos de la Casa
de la Cultura, el Ilustre Municipio de Riobamba, La ESPOCH, entre otros
organismos. Su arte también la ha llevado fuera del país. Obtuvo el primer
lugar en el concurso de comparsas que ganó en la ciudad de Bilbao, España.
Al referirnos a su similitud
con la imagen del Che Guevara y su clásica boina, bromea indicando que solo es para ocultar la calvicie, al mismo
tiempo destaca la admiración que siente por la figura del revolucionario, cuyo
rostro lleva tatuado en sus dos brazos y de quien dice es la representación del
ser humano que busca la igualdad del pueblo. Como seguidor de ideales, nuestro
Che también busca su propia revolución para el arte: “Quisiera que en la ciudad
se promovieran los murales, que haya espacio para plasmar en esencia el grafiti
como demostración de la cultura de los pueblos; que los grafiteros escriban con
sentido de patriotismo para que la gente entienda el por qué se pinta en la
calle. Anhela que esta demostración de pensamiento llegue a la familia, al
estudiante, a toda persona que aún cree en la unidad de las naciones”. Desde su
perspectiva pide a la ciudadanía de Riobamba el manifestarse como buenos
ciudadanos, ser amables, honestos, extender la mano a los visitantes, colaborar
con el mejoramiento de la ciudad. En cuanto a su aporte para las fiestas
abrileñas 2016, destaca su contribución anual para el desfile mediante un
alegórico auto a motor de Fórmula Uno, elaborado a partir de un modelo en
miniatura, con esto quiere demostrar que Riobamba tiene buenos artesanos,
maestros, diseñadores y creadores.
Además de las
palabras, nuestro amigo recompone su transitar por la vida con múltiples
álbumes fotográficos; las estáticas imágenes hablan de su apego al oficio
taurino, su gusto por la música, como parte del legado familiar, la especial anécdota de mirar el diseño personal
de sus pintorescos gorros sobre las cabezas de un grupo de jóvenes que llegaron
al Polo y desde ahí enviaron la fotografía. Sorprende su apego a los deportes
extremos, su faceta como deportista desde donde convoca a los jóvenes a ser
mejores: “Dejarse de drogas, tragos y pensar que todo lo bueno de la vida
depende de cada uno”. En la memoria de
la imagen perviven los novedosos diseños de bicicletas, su extravagante atuendo
de cosaco con el que celebró el campeonato nacional del equipo olmedino, la
escena de la serpiente, parte de uno de sus trajes, que lo mordió y puso en
riesgo su vida. No podían obviarse la amplia cantidad de testimonios sobre la
presencia de él y la banda rítmica que avivan las manifestaciones por la autonomía universitaria y la acreditación “A” de la ESPOCH. “Mi
pasión es la politécnica”, profiere con emoción, mientras mira por la ventana y
de seguro piensa en lo cercano que se halla el cierre de este capítulo de su
vida.
Con el recuerdo de
la familia en la distancia, el pincel, el diseño, la fotografía y las
interesantes creaciones colgadas en sus paredes, nos cuenta sobre el plan de
visitar a sus hijos en Europa y su ilusión de llegar a Tierra Santa. Quién sabe
si el próximo 31 de diciembre podamos contar con un trabajo más de Jorge
Velasteguí. Esta decisión está
supeditada a su jubilación; con convencimiento expresa que siempre llevará a
Riobamba en el corazón, espera tornar con nuevas ideas para mejorar lo
realizado. Como hombre que reconoce la fugacidad de la existencia anhela que Riobamba
lo recuerde como: “El loco de las creaciones, el loco del estadio, el loco de
Olmedo campeón, el loco que con plata y persona trabajó por la ciudad”. Para finalizar concluye que: “El dolor no
existe, todo está en la cabeza. El arte
es demostrarse a sí mismo que sí se puede superar las calamidades. El arte para
mí es vida, es lo mejor que Dios me ha dado y bendigo las manos que el Señor me
dio”.”
La generosidad del
Che, del Loco, de Jorge Velasteguí, no deja que alguien que lo visite se retire
de su casa con las manos vacías. Una tierna réplica del demonio de Tasmania me
acompaña mientras desciendo por las escaleras cuyas paredes están llenas de
retratos con la esperanza de que en Riobamba o en cualquier ciudad del mundo
sigan existiendo personas que amen el arte y vivan con la exquisita pasión de
gozar cada segundo.