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miércoles, 18 de mayo de 2016

Entre al arte y los sueños



(Artículo publicado en la Revista conmemorativa de Diario Los Andes- abril 2016)

La idiosincrasia de una ciudad se construye con el aporte de cada uno de sus individuos. Son las personas comunes del pueblo quienes generan la certeza de que una urbe no se ancla al pasado; son sus acciones las que nos hablan de cómo los pueblos construyen su historia, su identidad. Cada acto que acompaña a un ciudadano nos lleva a entender el nivel de compromiso que este tiene con su espacio. Desde el deporte, la música, el urbanismo, la poesía o cualquier otra manifestación humana, el acto de cada individuo genera el imaginario o la realidad que componen la efigie de un pueblo.


Para el riobambeño que ha estado de pie bajo el sol, disfrutando de los tradicionales desfiles abrileños, de los antiguos y hoy perdidos corsos de flores, de la euforia desatada en los estadios cuando el Olmedo, símbolo de la riobambeñidad deportiva, ha levantado la emoción de sus hinchas, existe una figura que anima, que rompe la lógica del instante. Un hombre que  durante los últimos 30 años ha sido parte de la memoria, del espacio, de la alegría de mucha gente quien lo ha visto y no lo ha visto. Lo ha visto desde sus personajes, sus inventos, sus atrayentes propuestas que han sido elementos infaltables en las celebraciones colectivas. Presente de forma invisible bajo sus llamativas máscaras Jorge Velasteguí se despoja hoy de ellas para contarnos sobre su verdadero rostro.


Desde el tradicional barrio de La Panadería, Jorge nos recibe en su vivienda con la cordialidad de un amigo. Hombre de mirada férrea y a la vez serena, de voz robusta, de manos hábiles de una mente que sueña, que no se detiene, de una mente que desde cualquier intersticio y cuando el sueño se escapa, crea y recrea nuevas realidades que son el entretenimiento de mucha gente.  Sentado junto a la ventana y mientras sus manos forjan una nueva creación, nos cuenta que es riobambeño, nacido el 5 de marzo de 1954, padre de Jorge, Carlos y Gabriela. Su tiempo transcurre en soledad desde hace 25 años, afirma que: “Vive la vida sin tener pretexto para malgastar los días que Dios le da”. Su labor profesional la ejerce desde hace 33 años en la ESPOCH donde se desempeña como mecánico dental en el Centro de Atención integral en Salud. Cercano a su jubilación su perspectiva vital es ser honesto y no perjudicar a nadie. 


Se denomina a sí mismo como un artesano común. Su gusto por el arte brotó los doce años, en medio de juegos e inventivas. Más tarde perfeccionó sus habilidades en la Escuela de Arte en Quito donde descubrió que el secreto de la felicidad está en hacer lo que a uno le gusta. Al respecto afirma: “Soy dedicado al arte que me da la vida  sin pensar en malos juicios en malas cosas.  Me dedico al arte y a darle a mi  ciudad lo que humanamente puedo. Soy un artista que no necesita renombre sino que la gente por sí misma descubra el talento de mis manos”.


A pesar que lamenta que en el país no hay apoyo para el artista y el gobierno solo se fija en las altas esferas de poder mientras el pueblo muere de hambre, la variedad de su creación artística merodea indefiniblemente en su cabeza; piensa en qué hacer al día siguiente, la inspiración le llega de por sí, sus obras en muchas ocasiones son el resultado de sus sueños que con la ayuda de materiales, que siempre tiene a mano, se plasman en el momento.

 

El fin de año en el Barrio la Panadería

Es grato recorrer las calles de Riobamba durante el frenesí del 31 de diciembre donde al son del agitado caminar de transeúntes, locas viudas, canciones alusivas al gozo que viene o a la nostalgia que se va, emergen los tradicionales monigotes que despiden la desdicha del ciclo anual que fenece. En este contexto, ha sido la intersección de la Carabobo y Junín el escenario desde donde Jorge Velasteguí ha demostrado su talento para el mundo.  Desde esta barriada, recinto de uno de los clubes representativos de la ciudad conocido como: “Los 11 amigos”, cuya conformación se remonta hace 20 años a un instante donde tras una reunión de “los vagos” como se autodenominaban, Jorge fue elegido como su presidente con la presencia de once asistentes, desde entonces, se han generado incontables brotes de creatividad e ingenio, la presencia de ellos fue notoria en los buenas épocas; posteriormente los once se redujeron al epígrafe: “Los once amigos son uno aquí y el resto en España”. Jorge es el sobreviviente, a los demás se los ha llevado el trabajo, las ocupaciones o la muerte.


Aun así, de seguro en la memoria de muchos está impresa la imagen de: El hombre verde, El Capitán América, los Transformers y más figuras que representadas en grandes dimensiones han sido el deleite de todos cuantos recorrieron por este populoso sector riobambeño. Estas creaciones, a veces se realizaron con la intención de participar en el Concurso de años viejos convocado por el Municipio de la ciudad, pero comúnmente, su único propósito ha sido generar el entretenimiento para la colectividad. Al respecto, nuestro entrevistado, en un momento suspira y tal vez en voz alta comenta sobre el escaso aporte que demuestran las autoridades para el arte, es válido un diploma, un certificado de participación afirma, pero necesariamente se requiere de mayor impulso para el acrecentamiento o difusión del arte y la cultura. En contraparte destaca el significativo apoyo que ha recibido de la ESPOCH; su presencia en los juegos nacionales de empleados, trabajadores, profesores ha sido ineludible y pretexto para generar en cada participación una nueva mascota con la que además de su participación deportiva en disciplinas como: vóley, indor fútbol, retribuye el apoyo brindado. 


El ingenio del “Che”, como también es conocido, se plasma en la elaboración de mascotas deportivas. Con esponja, pegamento, estilete, telas y sus hábiles manos ha contribuido con icónicas figuras como la mascota para el Centro Deportivo Olmedo, cuando se coronó campeón en el 2000; El hielero del Chimborazo, trabajo realizado para la Federación Deportiva de Chimborazo e infaltables creaciones que aparecen en las lides atléticas de varios colegios e instituciones. Asegura que la mejor condecoración que recibe es el gesto amable de la gente que mira y disfruta su labor. A nivel institucional ha recibido reconocimientos de la Casa de la Cultura, el Ilustre Municipio de Riobamba, La ESPOCH, entre otros organismos. Su arte también la ha llevado fuera del país. Obtuvo el primer lugar en el concurso de comparsas que ganó en la ciudad de Bilbao, España.


Al referirnos a su similitud con la imagen del Che Guevara y su clásica boina, bromea indicando  que solo es para ocultar la calvicie, al mismo tiempo destaca la admiración que siente por la figura del revolucionario, cuyo rostro lleva tatuado en sus dos brazos y de quien dice es la representación del ser humano que busca la igualdad del pueblo. Como seguidor de ideales, nuestro Che también busca su propia revolución para el arte: “Quisiera que en la ciudad se promovieran los murales, que haya espacio para plasmar en esencia el grafiti como demostración de la cultura de los pueblos; que los grafiteros escriban con sentido de patriotismo para que la gente entienda el por qué se pinta en la calle. Anhela que esta demostración de pensamiento llegue a la familia, al estudiante, a toda persona que aún cree en la unidad de las naciones”. Desde su perspectiva pide a la ciudadanía de Riobamba el manifestarse como buenos ciudadanos, ser amables, honestos, extender la mano a los visitantes, colaborar con el mejoramiento de la ciudad. En cuanto a su aporte para las fiestas abrileñas 2016, destaca su contribución anual para el desfile mediante un alegórico auto a motor de Fórmula Uno, elaborado a partir de un modelo en miniatura, con esto quiere demostrar que Riobamba tiene buenos artesanos, maestros, diseñadores y creadores.


Además de las palabras, nuestro amigo recompone su transitar por la vida con múltiples álbumes fotográficos; las estáticas imágenes hablan de su apego al oficio taurino, su gusto por la música, como parte del legado familiar, la  especial anécdota de mirar el diseño personal de sus pintorescos gorros sobre las cabezas de un grupo de jóvenes que llegaron al Polo y desde ahí enviaron la fotografía. Sorprende su apego a los deportes extremos, su faceta como deportista desde donde convoca a los jóvenes a ser mejores: “Dejarse de drogas, tragos y pensar que todo lo bueno de la vida depende de cada uno”.  En la memoria de la imagen perviven los novedosos diseños de bicicletas, su extravagante atuendo de cosaco con el que celebró el campeonato nacional del equipo olmedino, la escena de la serpiente, parte de uno de sus trajes, que lo mordió y puso en riesgo su vida. No podían obviarse la amplia cantidad de testimonios sobre la presencia de él y la banda rítmica que avivan las manifestaciones por  la autonomía universitaria  y la acreditación “A” de la ESPOCH. “Mi pasión es la politécnica”, profiere con emoción, mientras mira por la ventana y de seguro piensa en lo cercano que se halla el cierre de este capítulo de su vida.  


Con el recuerdo de la familia en la distancia, el pincel, el diseño, la fotografía y las interesantes creaciones colgadas en sus paredes, nos cuenta sobre el plan de visitar a sus hijos en Europa y su ilusión de llegar a Tierra Santa. Quién sabe si el próximo 31 de diciembre podamos contar con un trabajo más de Jorge Velasteguí. Esta  decisión está supeditada a su jubilación; con convencimiento expresa que siempre llevará a Riobamba en el corazón, espera tornar con nuevas ideas para mejorar lo realizado. Como hombre que reconoce la fugacidad de la existencia anhela que Riobamba lo recuerde como: “El loco de las creaciones, el loco del estadio, el loco de Olmedo campeón, el loco que con plata y persona trabajó por la ciudad”.  Para finalizar concluye que: “El dolor no existe, todo está en la cabeza.  El arte es demostrarse a sí mismo que sí se puede superar las calamidades. El arte para mí es vida, es lo mejor que Dios me ha dado y bendigo las manos que el Señor me dio”.” 

La generosidad del Che, del Loco, de Jorge Velasteguí, no deja que alguien que lo visite se retire de su casa con las manos vacías. Una tierna réplica del demonio de Tasmania me acompaña mientras desciendo por las escaleras cuyas paredes están llenas de retratos con la esperanza de que en Riobamba o en cualquier ciudad del mundo sigan existiendo personas que amen el arte y vivan con la exquisita pasión de gozar cada segundo. 

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