Pese a todas las
artimañas del gobierno venezolano por encubrir la catástrofe humanitaria
y política que aqueja a su nación, gracias a las redes sociales, el
mundo conoce la verdad de lo que ocurre en este pueblo latinoamericano.
Una situación que no ha sido únicamente denunciada por periodistas o
grupos políticos opositores, a los cuales se los califica como
sediciosos o golpistas. Son las imágenes del pueblo en las calles, son
los gritos de protesta de jóvenes, hombres y mujeres del pueblo común
los que claman por el fin de un régimen fascista que, en contra de todo
acto democrático, se afianza al poder mediante la ilegalidad, la
violencia y la tiranía.
Amparado en el escudo
de la soberanía, el gobierno de Maduro defiende una revolución farsante,
cáncer que ha conducido a este hermano país a la miseria. Oculto en la
mal entendida soberanía este régimen dictatorial dice defender los
intereses de su nación cuando para todos es evidente la opresión de la
cual es víctima esta Patria. Ante estas atrocidades la comunidad
internacional solo ha demostrado abulia y burocrática diplomacia.
Sostienen que los problemas internos de un pueblo deben ser resueltos
por sus propios habitantes, pero esta situación no es conflicto
exclusivo de los venezolanos. Ante la represión, la tortura, el
asesinato y más actos criminales de un sistema opresor, los gobiernos
democráticos y respetuosos de los derechos humanos deben intervenir de
forma abierta y enérgica. Cuando la existencia, la dignidad y la
libertad de un pueblo es mermada por un déspota, no debe existir
frontera o soberanía. La vida y la seguridad de un ser humano, víctima
de los atropellos del poder, sobrepasa la dimensión de la libre
determinación de un pueblo.
La pasividad ante la
tragedia de una nación es la peor vergüenza para una comunidad
internacional. Esta parsimonia es cómplice de genocidios. No importa si
luego del homicidio de uno o tantos inocentes se levantan memoriales o
se institucionalizan actos conmemorativos. La muerte de un ser humano
que ha caído en defensa de sus legítimos derechos es un dolor que nos
conmueve a todos y es un ultraje que nos vuelve menos mujeres y menos
hombres. El asesinato, la represión, el injusto encarcelamiento de los
opositores, la censura en la libertad de expresión, son innegables
demostraciones de un sistema gubernamental inhumano que no debe ser
legitimado por nadie.
Y qué diríamos de
aquellos gobernantes de otras naciones que avalan estos actos
antidemocráticos. ¿Aseveraríamos que un dictador defiende a otro
dictador o que estos jefes de estado que secundan la perversidad también
buscan ser dictadorzuelos en sus países para conducirlos por el mismo
camino y vivir al amparo de la inmoralidad, la corrupción y la
desvergüenza? Confiemos en la decencia, la entereza y el afán de
justicia de los gobernantes de América Latina y de otros países para que
frenen esta brutalidad en contra de los venezolanos y se juzgue a los
responsables más allá de las fronteras y del tiempo. Esto
crímenes no afectan solo a Venezuela. Es una afrenta en contra de la
humanidad. Como ciudadanos del mundo clamamos por la vida y la libertad
de nuestros hermanos. Condenamos la barbarie de los grupos armados que
oprimen a sus compatriotas. Reprobamos la impúdica postura de las
fuerzas armadas que bajo soborno secundan el totalitarismo. Censuramos
la violencia de la cual es víctima el pueblo en las calles y reprochamos
cada día en que un dictador se perenniza en el poder a costa de la
sangre de su gente.