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lunes, 1 de mayo de 2017

El trabajo como responsabilidad social


En el Día Internacional del Trabajo son muchas las actividades que celebran la valía del obrero y rememoran sus irrenunciables derechos a la dignidad, el salario justo, la no discriminación y otros factores que engrosan cartas constitucionales arrinconadas en el olvido o que se ejecutan de manera direccionada para satisfacer los intereses de grupos de poder. No importa el modelo económico instaurado; al final, son los empleados, sean públicos o privados, los menos favorecidos en el beneficio económico y esto exige una responsabilidad compartida entre Estado, empleadores y por supuesto trabajadores.

El Estado tiene la obligación de velar por la seguridad de todos sus recursos humanos. Frente a la empresa privada los gobernantes deben legislar para que los empleados laboren en condiciones adecuadas y reciban un pago acorde al esfuerzo realizado. Dentro del sistema capitalista la explotación laboral está atada a la ganancia empresarial; ahí, el Estado debe intervenir con políticas que promuevan esta inversión, pero al tiempo que la favorece, debe buscar equilibrio entre utilidades de la empresa y trabajo del empleado. Además, una buena administración gubernamental no puede favorecer una ideología de odio entre ricos y pobres ni sentar la idea de equidad social con la práctica de confiscar o atracar con impuestos al inversor privado; si este crece, a la par aumenta el empleo y si este decae o fracasa, esto genera desempleo para muchas familias.

Los estados por naturaleza no suelen ser los mejores administradores de los recursos nacionales. Aunque ciertos gobiernos se califiquen como defensores de los trabajadores son los primeros en generar la desigualdad social y laboral. El mantenimiento de una burocracia pipona y de baja calidad laboral son signos de la equivocada administración que configura un sistema de obligado servilismo, donde los puestos de trabajo funcionan  como pago de cuotas políticas, en desmedro de la satisfacción de las necesidades reales de una nación. Capítulo aparte son los megasueldos que muchos burócratas reciben a cambio de un voto o de su silencio cómplice. Si nos referimos a la preparación académica, en Ecuador, por ejemplo, los jóvenes para ingresar a estudiar en la universidad requieren puntajes mínimos; un profesional docente para ejercer sus funciones precisa de un largo proceso de selección en contraste a tantos politiqueros incapaces que por coyunturas, tronchas o arreglos dolosos se apropian de plazas laborales donde vagan, desfalcan y gozan de impunidad.

Por su parte, los obreros en su ámbito de responsabilidad deben ser decentes y ganar honradamente su salario. No se pueden permitir robar. Un obrero roba a su empleador cuando no cumple a cabalidad con el trabajo encomendado. Robar no es únicamente apropiarse ilícitamente de un bien material. El desperdicio del tiempo, la mediocre ejecución del trabajo son sigilosas formas de hurto. En conclusión, el trabajo es fuente de dignidad para todo ser humano. Su óptima ejecución y reconocimiento es lo que promueve una sociedad más justa y equitativa. 
 
Artículo publicado en Diario Regional Los Andes, Riobamba 1 de mayo de 2017 

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