Datos personales

jueves, 7 de mayo de 2009

En el país de los ciegos

¡Oh la triste ceguera que nos priva de la luz! La ceguera donde nuestros ojos se extinguen en medio de la luminosidad y se vuelven sombras aún entre los diáfanos instantes que circunda el sol. Ya sin ojos nos enredamos con nosotros mismos, extendemos las manos trémulas y nuestras palmas chocan con los muros, las puertas o el aire que ahora lo conocemos por el oído o por su sabor a soledad. Desterrados de la luz corresponde abordar el hombro de algún familiar, de algún amigo. Asirnos a un bastón; caminar entre voces, autobuses, miradas que no vemos, pero nos ven, y quizá se derraman en compasión, quedándose en aquello: una compasión inservible que no ayuda, una compasión que nos vuelve más ciegos, más inútiles, más olvidados.
Pero hay una ceguera más extrema. Una ceguera que a más de sepultar las pupilas, degrada el espíritu, entorpece el intelecto, anula la recta cordura, esclaviza y nos vuelve siervos de lo que vemos y rehuimos. La ceguera de la razón es la peor de las cegueras humanas. Tras ella se levantan imperios de opresión, de violencia, de tiranía. Esta ceguera es progenitora de la miseria de los pueblos, del analfabetismo intelectual de los llamados letrados. La ceguera de la razón asesina al sentido común; transforma a quienes la padecen en potenciales engendradores o cómplices de la mentira, la hipocresía, el miedo.
En un país de de no videntes de la razón, se conjura la libertad, se confina a todo aquel que ose elevar la voz, porque en pueblos enceguecidos no existe peor delito que la libertad de pensar y expresar lo que se siente. Para acallar a sus detractores, los ciegos de la razón suelen gritar, ofender, injuriar sin reparo; sólo escuchan su propia voz o las voces de quienes aprueban sus desatinos; En aberrante amalgama se abrazan, se promocionan; con burlesca ronda bailan alrededor de sus desaciertos, esperando que los demás ciegos sigan su ritmo, les aplaudan, les rindan homenaje, voten por ellos y los laureen como salvadores de una desgracia que con malicia o ignorancia han causado ellos mismos.
Igual de peligrosa es aquella ceguera de quienes ven pero fingen no hacerlo; se cruzan de brazos como si la injusticia, la corrupción u otras pandemias fuesen normales. Son seres de mediana especie sin ideas propias, aceptan lo que el ciego mayor dictamina y como fórmula para acallar su cobarde conciencia defienden la inmoralidad con peroratas inadmisibles. Tienen la procacidad de pregonar a los cuatro vientos el nombre de sus adalides ciegos, a quienes adjuntan la bandera de la verdad, a sabiendas que los actos de éstos, son incomparables monumentos al fraude y la mentira.
Un país de ciegos físicos podría enrumbarse hacia los caminos de la luz. En cambio, un reino infestado con la ceguera de la razón y la moral está condenado al naufragio.

No hay comentarios: