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martes, 30 de junio de 2009

Un ensayo sobre la ceguera

El título del presente articulo, corresponde a la obra del autor José Saramago, primer escritor en lengua portuguesa a quien se le concedió el Premio Nobel de Literatura en 1998; en ella, aborda una sugestiva fantasía donde la civilización humana se ve sumida en una extraña enfermedad, que en forma de ceguera blanca, abruptamente priva de visión a los habitantes de una ciudad, quienes en condición de nuevos ciegos emergen con sentimientos de inicial terror, el mismo que con el pasar de los días desemboca en emociones como nostalgia, alegría, luchas de poder y esperanza.

Solo un mal mayor permite que la humanidad entienda o por lo menos medite en la fragilidad de un tránsito pasajero por la existencia. Cuando sentimos en carne propia el infortunio podemos entender mejor el dolor de otros y muchas veces conformarnos con sufrir en conjunto. Muchas personas aseveran que “mal de muchos es consuelo de tontos”, pero es bueno saber que a nuestro alrededor existen verdaderos héroes y heroínas que sin publicidad ni noticieros levantan y construyen la sociedad.

Tantas veces nos extasiamos con los mundos falsos que la televisión y la imagen actual presentan, y dejamos de lado el sentido verdadero del ser humano, conjunción perfecta de espíritu y materia. Miramos apasionados al cantante, a la estrella de cine, al astro de fútbol, que obviamente también son parte de la conquista humana; pero la ceguera que llevamos nos impide contemplar el sacrificio incalculable de tantos padres y madres de familia, que en un país agobiado por una aberrante crisis económica, educan, alimentan y dan abrigo a sus hijos.

No miramos en toda su dimensión el trabajo del barrendero, el obrero, el agricultor y de todos quienes con sus manos e intelecto forman parte del ente productivo de un estado. Olvidamos que en un núcleo social el aporte de cada individuo es significativo e imperioso; tan valiosa es la labor del artesano como del industrial, del sembrador como del estadista. En pocas palabras: todos somos importantes y todos nos necesitamos.

Yo he visto barrios, instituciones educativas, cooperativas de vivienda, crecer y desarrollarse bajo la guía de personas que sin pertenecer a ningún sector político fomentan el progreso de las mismas, y así también he visto como personas foráneas roban sus conquistas, los desplazan de sus lugares y se llevan para sí la peor ceguera que obscurece al ser humano: el egoísmo.

Creo que ya es momento de mirar realmente lo que tenemos. Superemos esta ceguera absurda que no valora la intelectualidad, el arte, las relaciones cordiales que en cualquier época y momento jamás estarán de sobra. Miremos que somos entes con capacidad, inteligencia. Solo nos basta entender que para cambiar la sociedad debemos partir del simple “Yo puedo y debo cambiar”. Contemplemos lo bueno de nuestra familia, de nuestro barrio, de nuestro trabajo y todo lo positivo de nosotros mismos; así en cada día podremos mirar el mundo justo y equilibrado que todos nos merecemos.

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