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viernes, 25 de septiembre de 2009

El primer mes de clases: diagnóstico y recomendaciones metodológicas

Luego del barullo, el ajetreo, las carreras presurosas, la elegancia en los uniformes y el aroma a nuevo de los útiles escolares, propios de los primeros días de clase, tanto alumnos/as como profesores/as, vamos acoplando horarios, planificaciones y todo aquel conjunto de estrategias que vamos a desplegar en el nuevo año con el fin de lograr los mejores resultados en el maravilloso ámbito de la vida educativa.
El primer mes de clases resulta crucial para el accionar de escolares y educadores. De este periodo inicial dependerá gran parte del éxito o el fracaso de lo que realicemos. Es en este ciclo cuando se sientan las reglas, los mecanismos, las directrices esenciales con las que nos conduciremos en los próximos meses. Los primeros días se transforman en las grandes oportunidades para captar la atención de nuestros alumnos/as, pero por sobretodo es el gran espacio para ganarnos su corazón. Demás está decir que uno de los grandes secretos de la educación radica en la buena relación afectiva que predomina en el aula. Es mejor enseñar en un contexto de alegría que instaurar el miedo o la represión en nombre de una falsa disciplina.
Este primer mes de encuentro o reencuentro vale la pena iniciarlo planteándonos de manera personal nuevos retos y nuevas expectativas. Dar una ojeada al año que feneció, pero no con la intención de replicarlo, sino con el fin de superar todo lo bueno que hicimos, y obviamente rectificar aquellos desaciertos que hayan mermado nuestro quehacer pedagógico.
Es importante revolver la mente para no volver a repetirnos en una rutina de contenidos o actividades que ya dominamos. Es necesario plantearnos nuevas estrategias, aplicar otras dinámicas, abordar los temas desde otras perspectivas, contar nuevos chistes o plantear nuevas anécdotas. En otras palabras no ser repetitivos ni aferrarnos a lo conocido. Vale mucho el internarse en lo desconocido porque solo así nuestra mente evoluciona.
Recordemos que el mes inicial es un período de adaptación cognitiva y emocional. No se es mejor maestro/a por la cantidad de trabajos que enviemos a casa o por el gran tamaño del cuaderno que llenemos. La labor realizada en conjunto dentro del aula es la mejor forma de comprobar el rendimiento individual y colectivo, el aula es el gran espacio donde mejor podemos conocer al educando para así detectar sus fortalezas y debilidades, para esto necesitamos aguzar nuestro sentido de observación y estar al tanto de todos los mensajes que de manera espontánea o involuntaria ellos y ellas nos comunican. La dosificación y selección de tareas es un punto muy importante a considerar para evitar innecesarios gastos o esfuerzos.
En este periodo, al momento de llevar a cabo el diagnóstico de conocimientos, debemos tener especial cuidado en no menoscabar la emotividad de nuestros alumnos/as cuando detectamos determinadas falencias. Recordemos que esas deficiencias son el escollo que debemos enfrentar y superar en este año. De nada sirve increpar al estudiante sobre lo que no puede, peor aún mentar a los docentes de años anteriores como culpables de las insuficiencias académicas. El diagnóstico debe guiarnos en las estrategias que vamos a emplear y ese es el punto de partida para el gran trabajo que vamos a desarrollar.
Hoy que vivimos una era de grandes cambios también conviene estar al tanto de los avances científicos y de las nuevas tecnologías de la educación, pero desmitificando su uso. Un docente o una institución no es más efectiva, pedagógicamente hablando, por la cantidad de recursos tecnológicos que posee. Su uso siempre estará supeditado a la creatividad y eficacia del docente. Para el estudiante es más trascendente escuchar y mirar en carne y hueso a su maestro/a que quizá distraerse en una video conferencia carente de contacto humano. La educación no lo hacen las máquinas, ni el mejor trabajo es aquel que se descargaron de internet. Una pizarra electrónica jamás podrá superar al ingenio humano así como un robot jamás estará en capacidad de proferir expresiones sentidas como: ¡Eres valioso/a! ¡Tú puedes! ¡No te des por vencido/a!
Finalmente, este ciclo de inicio escolar debe estar revestido de una extraordinaria actitud del docente. Es el educador quien enciende la llama de la energía en el aula. Su emotividad es la que motiva a trabajar con efusión. Su llegada debe ser vital motivación para continuar el día y o una muestra de negligencia o apatía. A pesar de los sinsabores, la ingratitud o el olvido, la labor del docente siempre será el más grande motor para el desarrollo de individuos y naciones.

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