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viernes, 25 de septiembre de 2009

La obsesión por el poder

Cuán repudiable se torna el ser humano cuando ciego por el poder político arremete contra toda moral o toda lógica. El ansia de poder obnubila la conciencia, torna bruto al erudito y vuelve más perverso al ser que ocupa un escaño con la finalidad suprema de gobernar para beneficio de su egocentrismo.
No puede existir pasión más despreciable que aquella que se ampara bajo las sombras de la vanidad, el orgullo, y se pretende disfrazar de justicia o patriotismo. Muchos seudo gobernantes de la Patria asumen tal postura; se creen irremplazables en su cargo, se consideran perfectibles al punto de volverse bárbaros; a costa de cualquier mecanismo honroso o deshonesto pretenden perennizarse en sus regímenes como si se tratasen de latifundios.
Con hábiles maniobras políticas, estos canallas confunden al incauto pueblo. Lo convencen de ser sus salvadores, lo engañan con regalillos para luego cuando se halla -el pueblo- cegado o adormecido, arrancarle no solo su patrimonio económico sino hasta su misma libertad y conciencia.
¡Pobre del pueblo que ha sido embaucado por estos abyectos individuos! Sólo recibirá de ellos la deshonra y la tragedia tal como en la actualidad ocurre con el estado hondureño. Su depuesto presidente: un ser indolente, ambicioso, que a pesar de autonombrarse defensor de la Patria, incita a que sus coterráneos se enfrenten despiadadamente entre sí, con tal de no perder un sitial que moralmente no merece.
Un real adalid siempre debe estar en disposición para retirarse cuando mira que su presencia o accionar pueden ser causa de conmoción social. Al verdadero dirigente no le debe pesar el tener que apartarse del camino si así evita el dolor o la muerte de sus gobernados. Un verdadero líder puede y debe ceder su espacio si de esa manera evita el inútil derramamiento de sangre inocente. En Honduras ocurre lo contrario: un terco ególatra cegado por sus ambiciones expone en enfrentamientos fratricidas a sus conciudadanos con tal de no renunciar a sus intereses individuales. Tal es su astucia que ante los ojos del mundo aparece como víctima de la injusticia, pero ningún mortal puede ser víctima de nada si por sí solo es capaz de encender el odio y fragmentar un pueblo.
Ciertos presidentes de otros países dicen apoyarlo porque según ellos están defendiendo la democracia, pero su solidaridad es pánico disfrazado. Ellos saben que de seguir en el mismo comportamiento de opresores, más temprano que tarde deberán huir a cualquier territorio vecino, porque el pueblo no es una argamasa de estupidez que mantiene en el poder a los tiranos que lo pisotean. La democracia es un estado de vida consolidado en la justicia y el derecho y ninguno que la mancille tiene el derecho de mantenerse en la dignidad de líder.

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