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sábado, 27 de agosto de 2011

El fin de una tiranía


Luego de meses de feroces combates el pueblo libio se levanta entre el dolor y la sangre con el optimismo de terminar con una tiranía. Gaddafi gobernó 42 años a Libia, en un régimen similar a una empresa de familia, y a pesar de las décadas de bonanza personal que disfrutó, quería perpetuar su dinastía en el poder, mas, tuvo que sucumbir ante la voluntad de un pueblo que se cansó de injusticias, abusos y despilfarros.
La lucha no fue fácil, en su voracidad por el mando, Gaddafi ordenó a sus tropas aplastar la rebelión; llamó a sus seguidores a salir a las calles y "capturar a las ratas" que buscaban derribarlo del poder. Con esta idea emprendió una horrenda represión en contra de sus opositores; ante la mirada atónita del mundo, no tuvo reparo de matar a su propia gente con tal de no claudicar al gobierno. Ante este intento de magnicidio, la oportuna intervención armada de la OTAN, cuestionada por algunos defensores del sátrapa, logró que no mueran tantas personas inocentes en medio de un conflicto que exaltó el egoísmo, la ambición personal, de un mal llamado jefe de estado que vivió y actuó oculto tras una ideología que solo lo beneficiaba a él y a sus seguidores; así, la llegada de los rebeldes a las casas del clan Gaddafi descubrió las excentricidades, los lujos exorbitantes que poseían y disfrutaban este grupo – riquezas compradas con los recursos de la nación- en contraposición con la clásica pobreza del pueblo, quien muchas veces se cree de las mentiras de sus seudo líderes y defiende la posición de éstos a cambio de migajas que recibe.
Ciertos simpatizantes de estas acciones de Gaddafi cuestionan la participación de la OTAN. Abanderados en la defensa de una mal entendida soberanía no temen defender un gobierno de terror y sangre, creando así la idea de que procederes como el del líder libio pueden replicarse en otros países del planeta. Bajo esta amenaza, es deber y obligación moral de los organismos internacionales participar activamente en contra de regímenes que no respetan las libertades individuales, la libre expresión, el derecho de los ciudadanos. En el momento que un gobernante ordena disparar o atacar a su mismo pueblo, pierde su condición de tal y se torna tirano de su propia gente. En este mundo que llamamos civilizado, no podemos tolerar la presencia de ningún opresor que por su interés personal o grupal pisotee al gran conglomerado que dice regir. Finalmente, no faltará quien afirme que las obras materiales realizadas por un régimen justifican cualquier acción tomada para realizarlas, pero ninguna obra o proyecto emprendido pueden ser escudo para soportar la intransigencia o atrocidad de un sistema político.
El “dictador extravagante”, como lo llaman en algunos medios internacionales, ha sido derrocado. Ahora le corresponde al pueblo buscar los caminos para la paz y la construcción de un nuevo orden democrático para Libia. Esperemos que esta nueva lucha también sea otro ejemplo para las naciones que aspiran vivir en armonía y real democracia.



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