El novelista francés
Albert Camus, en su obra La peste, narra la historia de Orán, una ciudad
invadida por las ratas, asolada por una epidemia, símbolo de la muerte,
el hambre, la corrupción; sobre esta tragedia, el autor teje un
enramada de múltiples emociones que confluyen en la solidaridad, la
unión de criterios, el pensamiento que favorece el bien colectivo, en
contra del egoísmo, y más lecciones que solo la desdicha enseña a los
habitantes de aquel lugar.
En nuestra realidad y
en el preludio de un acto electoral, nuestro país parece enrumbarse a
una consolidación de sentires. Al menos en estas últimas semanas, se
percibe como muchos ecuatorianos, de las más variadas tendencias
ideológicas, de las más distintas profesiones, desde sus polarizadas
edades o diferente condición económica claman por un cambio para la
situación actual del Ecuador. Parece que la tragedia de la pobreza, cada
vez es más evidente; que la desgracia del desempleo, que la crisis de
la educación, que la fatalidad de la corrupción descarada, de la
impunidad, de la injusticia, han unido a gran parte de los ecuatorianos
para mirar hacia otro horizonte.
Terminó una época de
bonanza, un estado de vacas gordas, una era de fecundidad petrolera que
vertió ingentes recursos económicos para la nación, sin embargo, los
resultados vigentes, en cuanto a economía nacional, indican que no
fueron utilizados con eficacia. El fantasma del sobreprecio
ronda en todas las obras construidas por el Estado, ciertas absurdas
inversiones han generado inútiles servicios que las delatan como escudo
para ocultar infames negociados. Al final el pueblo sigue más pobre, sin
trabajo, sin la certidumbre de un futuro que asegure el desarrollo
social de todos.
Hoy no buscamos el
triunfo de una tienda política, no esperamos que se entronice en el
poder un adalid populista que nos mienta y nos ofrezca lo irrealizable;
no aguardamos la llegada de un reyezuelo que nos lance migajas para que
sigamos siendo mendigos o miserables. Queremos un país productivo que se
apoye en el trabajo para vivir con dignidad. No pretendemos que la
tragedia de la censura nos calle o nos intimide. Nos hemos colmado de
escuchar viles mentiras propagadas a toda hora en clara evidencia del
despilfarro de nuestros recursos.
Lo bueno de esta
penalidad es la esperanza de crear un país que al fin madure
políticamente, que sobre tantos infortunios se oriente a trabajar bajo
la única bandera del progreso común. Un país que subyugue las
discrepancias regionalistas, los odios infundados, el salvajismo de
enfrentar al pueblo contra el pueblo en contramarchas que defienden las
ambiciones de ególatras grupos de poder quienes
no solo se roban nuestro presente, sino el camino de nuestros hijos,
nietos y de tantas generaciones que sin saberlo ya nacen con una deuda a
cuestas.
Al finalizar su
novela, Camus recomienda no callar para no ser parte de la injusticia,
advierte sobre la necesidad de permanecer siempre vigilantes ante cada
nueva era, porque cuando nos gana la indiferencia, la pereza mental o la
decadencia moral somos fácil presa de cualquier
peste y así como en aquella ciudad de Orán, escenario de los
acontecimientos, en cualquier momento aparecen las ratas que nos roban
la felicidad.
Artículo publicado en Diario Regional "Los Andes", domingo 26 de marzo de 2017