El título de
este artículo menciona una interesante obra del autor español José
Antonio Marina, quien desde su visión filosófica- pedagógica asentada en
el estudio de la neurología y la ética nos mueve
a mirar la maravillosa inteligencia humana desde una perspectiva capaz
de direccionarnos hacia una mejor calidad de vida. En su obra, Marina
recorre diversos estados en donde reflexiona como el
erróneo uso de este potencial conduce a la desdicha. Siendo un
propósito vital de la existencia humana la búsqueda de la felicidad, se
considera que el no lograrla, por falta de atino en las decisiones o por sustentarse en falsos modelos de convivencia, ratifica que una persona irremediablemente ha fracasado.
El autor diferencia la
inteligencia estructural, o capacidad básica que puede ser medida a
través de un test, del uso de la inteligencia. Todos contamos con
inteligencia, pero ¿cuál es el uso que hacemos de ella? No siempre una
persona inteligente se comporta de tal forma; procederes estúpidos en
muchas ocasiones contradicen el nivel intelectual de un individuo. El
buen uso de esta capacidad nos conducirá siempre a una situación
favorable; su desatinada utilización acarreará una existencia inmersa en
la mentira, el odio, la codicia y más demostraciones de una
inteligencia fracasada.
“Las sociedades pueden
ser inteligentes o estúpidas según sus modos de vida, los valores
aceptados, las instituciones o las metas que se propongan”, señala
Marina; en ejemplo, el fanatismo durante el régimen nazi o soviético,
mediante la manipulación de un vil nacionalismo, la exaltación de una
raza y una extrema ceguera colectiva concluyó en el asesinato de
millones de inocentes. Esta vía de ignorancia también se manifiesta
dentro de una nación sumida en el oscurantismo donde sus habitantes no
utilizan de manera autónoma esa inteligencia y pese a su
intelectualidad, en muchos casos, son presa de un adoctrinamiento
infundado, de la tiranía de un partido político, de la ridícula soberbia de un modelo de gobierno que no genera paz colectiva.
La dicotomía entre
inteligencia y estupidez se marca en el comportamiento diario de los
individuos; el ser inteligente celebra la armonía de la sociedad, la
transparencia de sus instituciones o la legalidad de sus funcionarios;
en contraparte, el ser de inteligencia fracasada festeja la corrupción,
justifica el robo legalizado, aviva el enfrentamiento. El hombre
racional dista del irracional porque el primero se basa en las
evidencias, en la certeza de lo que críticamente distingue como bueno o
malo, como inmoral o ético; el irracional se encierra en lo que le dicen
que repita, en lo que le direccionan que piense, en mensajes
repetitivos que los núcleos de poder inoculan como verdad; ha perdido el
sentido de la realidad y en esta irracionalidad se atrinchera en una
opinión impuesta que le conduce a la violencia. De este modo, el fracaso
de la inteligencia no solo afecta a un individuo, su inevitable
condición de ser social influye en el medio que vive, y lo destruye. El
reto individual y social es hacer buen uso de la inteligencia, no
sucumbir bajo el engolamiento de no mejorar la realidad que nos tocó
vivir porque genera cierta comodidad en desmedro de la tragedia de un
pueblo entero.
Artículo publicado en Diario Regional Los Andes, Riobamba, 9 de abril de 2017
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