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miércoles, 9 de febrero de 2011

Servicio especial

Luego de varios meses del incremento en el precio de los pasajes en la transportación urbana de nuestra ciudad, luego de tantas promesas falsas por parte de los señores buseros quienes, con un destacado rótulo de servicio especial en sus unidades y una corbata que les duró menos de una semana, ofrecieron a voz en cuello mejorar su servicio, el panorama es igual o peor que antes.

La clásica descortesía o mejor dicho patanería de conductores y controladores parece ser requisito indispensable para mantener esta ocupación; no se diga de su irrespeto por la vida humana que no contempla las elementales normas de tránsito y convierte las calles en circuitos de carreras, se estacionan en cualquier sitio, cambian a capricho los recorridos que supuestamente deben cumplir a rigurosidad, pero como vivimos en tierra de nadie, estos señores circulan por donde mejor les parece. Qué decir de su actitud frente a ancianos, mujeres o niños a quienes ofenden y agreden con su intolerancia. Cuántas veces a los más pequeños no los suben en sus unidades o les dejan dos o tres paradas después porque saben que ellos son débiles y no reclaman.

Este es un esbozo de la trasportación urbana de nuestra ciudad. Para algunos puede quedar el consuelo de afirmar que este mal no es privativo de nuestra urbe, sino que corresponde a la realidad del país, pero ante estos hechos deberíamos sentirnos agraviados en lo más profundo de nuestra condición como personas, porque no es aceptable que nos traten de manera vil. Es inaudito que frente a esta institucionalizada forma de violencia nos quedemos callados y finjamos que no existe ningún problema o nos limitemos a pensar en nuestros adentros sobre los atropellos de los que somos víctimas y no protestemos ante lo incorrecto. Peor aún es intolerable nuestra indiferencia, nuestro cómplice silencio que no apoya a quien reclama con justicia y hasta lo censuramos por no estar de acuerdo con la barbarie de atención que tenemos.

Por experiencia vemos que las autoridades poco o nada pueden hacer. Su desidia, su docilidad, su ineficacia, son apoyo para que los conductores hagan de las suyas. Tantas irregularidades se cometen ante los propios ojos de policías de tránsito y estos se limitan a un ligero pitazo en el mejor de los casos y no sancionan las incontables contravenciones de los supuestos profesionales del volante. No queda otra opción que sobrevivir en esta selva “civilizada” y a costa de ser incomprendidos seguir elevando la voz en las unidades de transporte, a riesgo de ser agredidos, y no conformarnos con la condición de abuso de la que somos víctimas.

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