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lunes, 24 de enero de 2011

Riobamba: Imagen, palabra e historia





La fotografía es uno de los grandes instrumentos de comunicación que combina el conocimiento y el arte; es el testimonio no siempre apreciado de la vida social y urbana que perenniza en imágenes la sociedad, el momento o el hecho que retrata. La relación entre fotografía y evolución social es innegable, al punto que se puede considerar a la primera como demostración del tiempo que fue, del tiempo que poseemos y una proyección para la sociedad venidera. Si bien es cierto que en sus inicios la fotografía expresaba deseos y necesidades de capas sociales dominantes, e interpretaba a su manera los acontecimientos de la vida social, también patentiza las costumbres, el sentir y la vida misma del pueblo común que, de manera fortuita o inesperada, pervive también en imágenes que serán testimonio de un tiempo determinado.

En el caso de Riobamba han existido diversas tentativas por comunicar su historia en imágenes, pero, vale señalar que, a pesar de bien intencionados propósitos, éstas no se han cristalizado en un trabajo de sólida base investigativa, amplia recopilación y selección, así como un renovado criterio para manejar la imagen. Frente a lo dicho, un importante trabajo fotográfico, histórico e investigativo llega para enriquecer y perennizar esta esfera cultural de la noble Sultana de los Andes. Una obra encargada a un reconocido intelectual riobambeño: Franklin Cepeda Astudillo, quien, dentro del programa editorial del Banco Central del Ecuador, ha concluido el libro Riobamba: Imagen y palabra de una ciudad, obra que emerge como impostergable puntal para la preservación de la historia riobambeña. No es un improvisado libro de fotografías; es la suma de recuerdos alegrías, tristezas y conquistas de una urbe que, más allá del tiempo, la dicha o la tragedia, no ha renunciado a trascender.

La interesante propuesta de presentación del libro, cuyo borrador tiene 288 páginas, se asemeja a una velada teatral con “obertura”, tres “actos” y un “gran final”. El grabado inicial irradia una dulce nostalgia y antecede a relatos de viajeros del S. XIX. El Acto Primero: “Despertando a un nuevo siglo”, ofrece fascinantes fotografías de la ciudad de antaño y, al igual que el viento de Miguel Ángel León, entra sigiloso desde fines del S. XIX hasta la primera mitad del XX; el mismo viento, tiritando por la calles descubre sus primeros edificios, los templos, las plazas, las retretas, el delirio de Bolívar o los parques donde los hombres de aristocrático sombrero se sientan o se detienen para mirar el lento avance del progreso, sin sospechar que sobre esos taciturnos tejados, calladamente podría rondar la peste, la leyenda de Calero o el eco de la agresión a la capilla de San Felipe.

Un atractivo intermedio de anuncios publicitarios de inicios del S. XX, sirve como antesala para el acto segundo: “Álbum de familia”, que conjuga los rostros de hombres y mujeres esparcidos en lo cotidiano y lo taurino, la religiosidad, las decorativas piletas de los parques centrales, las expresiones del campesino, los bien abarrotados negocios o los inolvidables hilados y tejidos de la fábrica “El Prado”.

Semblantes de religiosos y seglares, mujeres y niños, la “alta sociedad”, los personajes políticos del momento, las principales autoridades posan para el quebradizo ojo de la historia; disfrutan del paseo familiar, el matrimonio, la emoción del fútbol, los desfiles, las coreografías con vistosos trajes. Todos ellos olvidando por un instante la gran tragedia humana de la muerte, que también se fotografía como un espacio necesario para todos los mortales. Entre orquestas, bandas y canciones, Riobamba teje con los hilos de la imagen su devoción al magnánimo Señor del Buen Suceso; vivifica su mítica denominación de “León dormido” recordando la época, donde todas las voces eran una y cada voz una esperanza; son los tricicleros, los taxistas, los ferroviarios de “La Estación”, quienes, al ritmo de la locomotora y bajo el aire de los mágicos nevados, viajan en este espacio para confluir en la nueva era.

El tiempo reciente rememora la celebración del Sesquicentenario de la Primera Constituyente en 1980, la inauguración del monumento a Bolívar en 1984, la Asamblea Constituyente de 1998, el Olmedo campeón del 2000. Brotan alegrías de los ojos de los riobambeños y, bajo este péndulo de gozo y nostalgia, el terror invade con la pavorosa explosión del polvorín de la Brigada Galápagos, un fatídico 20 de noviembre de 2002. El fantasma de la tragedia tan sólo se aletarga para celebrar la presentación de la primera edición ecuatoriana de El Quijote en 2004 y da paso a nuevas desventuras con el atraco al Museo de la Concepción en 2007 y el flagelo en el Colegio San Vicente de Paúl, ya en nuestro 2009.

Un segundo intermedio con “La vida de cada día”, compuesto por nuevos anuncios publicitarios, es el preludio para el acto tercero: “En pos de nuevas historias”. Un segmento de sabor agridulce donde confluye lo apacible de tibios arañazos que pretendieron dar otro horizonte a la capital de Chimborazo, pero no trascendieron a una verdadera dimensión de progreso. Son las fotografías quienes hablan, reclaman, evidencian y denuncian un estancamiento del cual nuestra urbe no ha podido escapar. Los adoquines de las calles principales, levantados en los ochenta, son la misma imagen de las calles del 2009. Un crecimiento urbano desordenado, edificaciones patrimoniales derribadas, obras municipales de poca o ninguna trascendencia, hacen que quizá evoquemos con mayor nostalgia a la Riobamba de antaño.

Con esta certeza, o mejor aún con el reto de trascender, llegamos al “Gran Final”: fotografías antiguas y actuales en color, tomas aéreas y una que puede ser vista en 360 grados: un verdadero regalo para todos aquellos que disfrutan de la imagen y que van en pos de la Riobamba de futuro, perfeccionamiento y belleza que nos merecemos.

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