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martes, 11 de noviembre de 2008

Santamaría de los volcanes

De la pluma del escritor riobambeño Marcelo Lalama, Santa María de los volcanes, es una novela de ágil narración; una amena aproximación al pasado de una Riobamba moldeada al son de tradiciones, recuerdos familiares, personajes populares y otros elementos de índole social, recreados con sobriedad en cuatrocientas dos páginas de narración.
A través de un amor adolescente, el narrador nos interna en conocidos apellidos y barrios de una creciente Santamaría, nombre que resalta la religiosidad de una población que lentamente se interna en el desarrollo, con la melancólica certeza de en el trajinar, despojarse irremediablemente de componentes propios de un siglo anterior.
La constante trama de un crimen no resuelto ronda con sutileza la existencia de los habitantes de Santamaría. Entre esta incertidumbre, varios personajes confiesan mediante sus pensamientos el sentir de distintos grupos sociales. El poderío económico de una determinada clase parece asfixiar la intervención de otros sectores de la sociedad, representados en fugaces individualidades que no se fortalecen ni trascienden. Junto a ellos, la constante rivalidad entre conservadores y liberales sirve como detonante para el desarrollo de acciones beligerantes que confiesan la inestabilidad política no solo de una ciudad, sino de un país al que el destino parece haber condenado a la irracionalidad e ineptitud política.
Entre cometarios de beatas, procesiones, imágenes de santos y más elementos religiosos, el clero ostenta un evidente poder y una notoria complicidad con las clases pudientes a las que directamente sirve. En este panorama, la ligera mención del llamado “Obispo indio” vaticina ya el aparecimiento de una nueva corriente de pensamiento dentro de la Iglesia católica. Sin temor a equivocarme, podría afirmar también, que la visión futurista del escritor actúa como presagio de un doloroso hecho narrado entre sus páginas: El robo de La Custodia de Riobamba, inigualable emblema de arte nacional, cuya pérdida nos llena de desazón y vergüenza.
Santamaría de los volcanes es la añoranza no de la época que por efecto debe trascender. Es el reclamo necesario de todos aquellos elementos que a cuenta de la modernidad los enterramos por considerarlos caducos o fuera de moda. No es que se añore con esquizofrenia las serenatas, los tradicionales dulces o las tardes de sosiego que puede brindar un pueblo anclado en el tiempo. Pero sí es imprescindible rescatar todos los valores intrínsecos que se fortalecían junto a ellos. A pretexto del progreso una sociedad no debe renunciar a la formación de seres y familias íntegras. Bajo ningún concepto o filosofía el hombre debe apartarse del amor a Dios, a la tierra, el respeto a las tradiciones positivas, el valor irrefutable del honor y la palabra.
En su obra, Lalama invita a la trascendental búsqueda de la cultura, irrenunciable patrimonio al que debemos aferrarnos a pesar del ataque globalizante de megatendencias que pretenden despojarnos de nuestra identidad individual o colectiva. Sólo revisando y valorando el pasado podemos vivir con acierto el presente y proyectarnos a un futuro donde no se redunde en los yerros cometidos. Esto es posible con aproximación y aprecio a la cultura. Coincidimos así, en lo que uno de los personajes de la obra afirma: “Un pueblo sin tradición simplemente no tiene raíces, pero un pueblo sin cultura ha perdido para siempre su destino”.

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