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lunes, 12 de enero de 2009

El idiota latinoamericano II

Figuraba ser una pandemia extinta, una gangrena caracterizada por el fanatismo y la terquedad. Una visión unidireccional que no atina o no quiere atender advertencias, por la sola razón de considerarse dueños de la verdad. Una demencia que parecía llegar al final, con el fin mismo de un dictador que asoló la tierra cubana y pretendió seguir engañando al mundo con su sistema social represivo, confiscatorio y monárquico.

El virus vuelve a causar estragos. Extremistas de Venezuela, Bolivia y Ecuador deliran al son de viejas tonadas donde los escombros de criminales revoluciones aún no saldan la cuenta de sus víctimas. Acontecimientos como: La desintegración de la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín o la autoeliminación de un socialismo fracasado parecen no ser comprendidos por sus intelectos y contra corriente pretenden avanzar hacia el pasado, buscando sobre la base de la falsedad instaurar medidas cancerosas en contra el desarrollo de los pueblos.

No ha mucho tiempo, el fantasma de las privatizaciones rondaba los escenarios económicos. Se asociaba empresa privada con explotación laboral, megaenriquecimiento y utilización del ser humano como mero implemento de producción. Todas estas creencias, tienen una base de verdad, pero, al fin y al cabo, son estas empresas las que mantienen las economías de nuestros países, donde a pesar de nuestro gusto y comodidad, el capital y el mercado son elementos ineludibles de nuestra sociedad.

Es aquí, donde el Estado está llamado a ejercer con equidad, firmeza y conciencia social. El fin primordial del Estado no es administrar sus empresas. Las empresas estatales son clara demostración de improductividad, ineptitud, vagancia y corrupción. Preguntémonos: ¿Qué empresa del Estado funciona eficientemente? ¿Estaríamos de acuerdo con atracos al pueblo perpetrados en empresas como Petroecuador, donde para nadie es vedado el botín que se reparten en sueldos que no justifican su labor? ¿La seguridad social de nuestro país, atiende con dignidad a nuestros ancianos y a nuestros enfermos? ¿Al pensar en la burocracia, la relacionamos con eficiencia, buen trato y profesionalidad, o son representación de un Estado agónico que nos sumerge en el subdesarrollo por el único fin de mantener a sus líderes en un sitial de egoísta privilegio en contra de los intereses del pueblo.

El Estado no puede hacer la veces de un padre bonachón que distribuye entre sus hijos todos los bienes obtenidos, a sabiendas que la riqueza es un bien que necesita producirse. De qué nos serviría un Estado que reparta entre todos sus habitantes los bienes que confisque a empresas y personas, si sabemos que esos bienes serán malgastados y no generarán inversión ni producción. Un claro ejemplo: De qué sirvió la redistribución de tierras en el campo, si quienes las recibieron no las trabajan y prefieren emigrar a las ciudades a fomentar el subempleo o a su vez prefieren sobrevivir con un bono estatal, que lo único que fomenta es la pereza y la mendicidad.

El Estado debe propiciar la inversión con políticas económicas que incentiven a las empresas a traer sus capitales, y no ahuyentarlas con inseguridad política o reformas tributarias que en término final son canceladas por el inocente pueblo, a quien directa o indirectamente se le endosan todos los gastos. El Estado controla, legisla y sanciona el accionar de las empresas; sirve como mediador entre el inversionista, que es obvio debe obtener réditos económicos, pero sin atentar contra el obrero o el consumidor.

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