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viernes, 2 de enero de 2009

El sadismo de la fiesta brava

Ave, Caesar, morituri te salutant. (Ave César, los que vamos a morir te saludamos). Con esta proclama, los gladiadores de la antigua Roma, iniciaban su cruento combate. Sangriento exhibicionismo atiborrado de muerte, desazón y brutalidad; donde muchos no tenían la opción de huir, porque de por sí, su condición de esclavos o prisioneros los condenaba a suerte tan desdichada. La multitud asistente a este incivil espectáculo clamaba frenética ante los despiadados crímenes. Con ojos desencajados, voz desecha; pedían a gritos la continuación de tan ruin entretenimiento. Frente a ellos, un orate con ínfulas de divinidad, al fugaz movimiento de su dedo pulgar decidía entre la salvación o la muerte.
Un acto entendible, aunque no justificable, si lo ubicamos históricamente en la edad antigua. Época donde el ser humano recién perfilaba en la construcción de sistemas de ética y valores. La evolución y el aprendizaje del ser humano son fruto de millones de años de evolución. Desde el austrolopithecus hasta el homo sapiens, nuestra especie adquiere habilidades y conocimientos que lo ponen a la cabeza de otras. La inteligencia humana se acrecienta a la par que se desarrollan también las grandes culturas. A pesar de los desatinos que comete durante su desarrollo, el hombre parece doblegar de a poco su tendencia animal, hasta llegar a trascendentales propuestas como los Principios de la Revolución Francesa, la promulgación de los Derechos Humanos, las leyes de protección animal, entre otras muchas conquistas, propias de un mundo civilizado.
Un escollo no superado en este camino, es el espectáculo taurino. Diversión llena de sadismo, donde al igual que en el viejo coliseo romano, se rinde tributo a la tortura, a la perversión. Al son de clarines o pasodobles, un desventurado animal recibe una espantosa muerte. Frente a un público exacerbado, la infeliz bestia clama por su vida: se irrita, tiembla, agoniza con amargura. De su lomo despedazado por las banderillas brota la sangre, extraño vino que parece encender más a un público lujurioso, que entre aplausos, sombreros y pañuelos glorifica la crueldad y la ignorancia. No escapan de este lúgubre acto los pequeños/as, a quienes quizá sus padres recriminan por la violencia que miran en la televisión o en los videojuegos, pero que al llevarlos a tan depravado evento, los encumbran en la escala más alta de la impiedad.
Como trágica antítesis, estas celebraciones aberrantes son bautizadas con nombres divinos. ¿Acaso creemos que el buen Dios se siente favorecido porque a un acto de salvajismo se lo bautice con alguno de sus nombres referenciales? En paralelo de costumbres, los toreros invocan el auxilio de la Virgen María, al igual que ciertos sicarios, que antes de asesinar oran para no errar en su propósito. ¿Es entendible que una mente del siglo XXI actúe de tal manera? O éstos, son hechos que conceden razón a Einstein cuando afirma: “Hay dos cosas infinitas: El universo y la estupidez humana”.
Como seres civilizados, debemos abandonar las bestiales costumbres del pasado. Perfilarnos hacia actividades ajenas a la brutalidad. Existirán muchos detractores que pretendan justificar la existencia de esta manía, por que atrás de ella se esconde el burdo interés económico, que en sentido real, es fin fundamental para mantener esta lamentable tradición. Aspiro que en pocos años demos un paso más en nuestra escala evolutiva. Excluyamos definitivamente de nuestra cultura este macabro rito que nos ubica en nivel inferior a las fieras. Los animales matan por necesidad o instinto; El hombre no debe matar por diversión.

1 comentario:

Bebedores do Gondufo dijo...

Feliz año nuevo 2009
http://abebedorespgondufo.blogs.sapo.pt/