Datos personales

martes, 23 de marzo de 2010

Era martes digo, acaso que me olvido

Era martes digo, acaso que me olvido - Un extraordinario cuento de Raúl Pérez Torres


Somos el cuento que Dios escribe

El cuento es para tocar el alma, recibir los sueños que se esconden en las veredas de la realidad y la nostalgia. Cuando soñamos vivimos una certeza, y cuando narramos un cuento la vida se estira entre las palabras.

Una dama de rojo, un saco de alacranes, Micaela y otros tantos, son los hijos vertidos por la tinta de Raúl Pérez Torres, trovador de realidades, vibrante voz llena de coraje que sabe contar las cosas que otros no cuentan y que sabe decir desnudamente, lo que otros no dicen. Raúl Pérez Torres: quiteño, escritor, narrador de la tristeza de lo simple y de lo cotidiano. Orgullo de la narrativa Ecuatoriana y actual Presidente de La Casa de la Cultura.

He viajado en un barco que se llama Solo cenizas y otros cuentos. En su proa descubrí las vendas, El Marido de la Sra. de las lanas, pobre papá, cañabrava y otras voces. Ahora soy otra voz. La voz para esta historia llamada: Era martes digo, acaso que me olvido

Desde mi realidad a pesar del tiempo: con una copa de justicia este relato para ustedes y para los trabajadores del Ingenio Aztra, asesinados el 18 de octubre de 1977.

Claramente recuerdo la historia. Me parece que fue ayer. Mi compadre Manuel con su voz clara y pendiente de su Carmela. Ella ocupada en su faenas de cuyes, gallinas y hierba, escuchando a saltos los comentarios del Manuel.

- Se viene la huelga Carmela, ya no vayas para la troncal.

Pero ella seguía a su compañero, a su confidente, al hombre que juntos a otros tantos apagaba el sabor de su sangre en un ingenio azucarero, donde lo único dulce era el dinero mal ganado de los explotadores de almas y vidas.

Parece que fue ayer. Yo solía mirar como Carmela y Manuel, compartían en el trapiche el caldo, el arroz, el mote y también el hambre que no alcanzaba a mitigarse.

Y cuando el hambre despierta las entrañas, el corazón, la carne y todas las fibras de la conciencia reclaman libertad. Y un día al caer la tarde se decidió la huelga

Aún lo estoy mirando. Fue Clemencia la flaca quien gritó:

- La huelga. Su corazón de mujer tenía la suficiente fuerza como para despertar las voces que se desparramaron en incontables gritos.

La huelga está. La huelga detuvo las máquinas, los trapiches y las calderas. Eran como mil quinientos los hombres y mujeres que no querían ir muriendo en vida. Que no querían pisar la tierra con la planta de su carne mientras los ricos, los poderosos se vestían de poderes y riquezas. Como mil quinientas voces encerrados en la fábrica. Con las puertas bien trancadas, como queriendo que no pase la tiranía ni la barbarie. Eran como mil quinientos. Y ahí estaba la Camela y también estaba el Manuel.

En el aire se respiraba el perfume de la caña mezclado con un aroma que aún llevo tendido en las entrañas. Las pequeñas luces morían a lo lejos, los profundos canales de riego fingían dormir en la frialdad de la noche. Una voz angustiosa rompió el silencio.

Ahí vienen, ahí vienen

Luego el campo se rodeo de sombras que sea arrastraban como las serpientes mismas. El ejercito rodeo la fábrica. Una horrenda voz hirió la noche y los oídos

- Tienen dos minutos para salir.

El silencio se hizo tenso porque no íbamos a salir. Queríamos hablar, queríamos decir que nuestro pan no es suficiente, que las pocas monedas ganadas no bastan para curar los brazas lastimados, las manos encallecidas. Queríamos hablar. Pero lo que sonaron fueron las balas.

El fantasma de la muerte desbandó las almas que no sabían donde esconderse ni sabían si era su sangre la que manchaba la tierra negra. . Mujeres, hombres, padres y madres muriendo bajo las balas asesinas de soldados que jugaban a la guerra; soldados embriagados de alcohol y sangre extasiados en u ritual donde tantos inocentes fueron arrojados a las calderas, o aún moribundos ahogados en los canales y las sombras.

Aún lo recuerdo. Mi compadre Manuel con el corazón desorbitado buscando a su Carmela que al igual que muchos otros se había ahogado entre la soledad y los muertos. Era martes digo; acaso que me olvido.

Después supe como el compadre Manuel se había arrastrado entre las cañas con el compañero Quito. Su escape de la muerte sirvió para que pudiesen contar esta tragedia de casa en casa, de pueblo en pueblo de ciudad en ciudad donde eran exhibidos como una novedad de circo para contar una fatalidad que para muchos no era mas que una novela.

Mi compadre Manuel escapado de la muerte y hoy encerrado por no obedecer a los poderosos, por no contentarse con un salario miserable, por soñar que sus guaguas aún pueden reír, jugar a la bomba y mirar de frente.

Era martes, pero desde ese día los otros días ya son distintos .Ahora no tenemos miedo Y en ese recinto que hoy se llama la Cecilia, el viento de la caña sopla y levanta nuestros brazos como una bandera de victoria.

Esta es la historia que muchos no conocen, la historia de Manuel, Carmela, Felipe, Clementina y otros tantos que no se han muerto. De aquellos que saben que la pobreza no debe ser el legado para nuestros hijos, de aquellos que entienden que tenemos un país que construir, un Ecuador que levantar, porque sí creemos en nuestra gente, Creemos en nuestra inteligencia, en nuestro trabajo. Creemos en las madres, en los hijos, en los obreros, en los estudiantes, creemos que todos quienes estamos aquí presentes porque sí podemos terminar con la corrupción y la injusticia.

Transformemos nuestra vida en un cuento de felicidad y no en una fatal historia de infortunios. Somos los dueños del presente, la esperanza de un futuro y no hemos nacido para la derrota. Estamos aquí para vivir los sueños, amar el tiempo y levantar el alma de todos los que dijeron: que viva la vida, que viva la libertad, que viva la existencia.

3 comentarios:

Rowny dijo...

Es un cuento super interesante y como lo reescribes acá lo vuelve más maravilloso

Unknown dijo...

:3

Unknown dijo...

:3