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martes, 23 de marzo de 2010

La peste - Albert Camus

No aprendí la libertad en Marx: la aprendí en la miseria.

Así se refería Camus a una parte de su vida. Una vida que se desarrollo en medio de la pobreza y el abandono. Una vida que vio la luz en Argelia, un día 7 de noviembre de 1913. Albert Camus el humanista, el soñador, el hombre que conquistó la educación gracias a las manos laboriosas de su madre y que sufrió la orfandad a causa de la guerra que tempranamente cegaría la vida de su padre. Chiquillo laborioso en los viejos barrios argelinos; Su adolescencia fue cautivada con los estudios, el teatro y los deportes. Mas la inmortalidad lo conoce como ensayista, novelista y dramaturgo. Vivió en una época donde se conjugaban el trabajo y el esfuerzo, donde vivir era una lucha constante contra la miseria y la injusticia.

La enfermedad, y posteriormente la guerra, permitirían a Camus comprometerse en una lucha frontal contra las tiranías humanas, siendo el periodismo bandera de lucha contra las ilegalidades que acorralaban a su pueblo, y contra la ignominiosa bandera nazi que pintó de negro la historia en la segunda guerra mundial.

El Amor a la vida, al ser humano, a la dignidad muestran a este autor como el escritor comprometido con su tiempo. En 1957, Camus recibe el Premio Nobel, con un rostro en el que figuraban triunfos y fracasos. Con una mirada que disfrutaba la belleza del existir, aun sabiendo que el gran premio para la vida es la muerte. Y bañada por la tragedia, su vida fecunda, se apagó absurdamente en 1960.

Hoy no estoy aquí para exponer un argumento, ni para hablar de una historia tejida con la vanalidad de la irrealidad. Estoy para compartir con ustedes la lucidez admirable de un humanista de este tiempo y para este tiempo.

Su obra la Peste, confronta la permanencia de los constantes enemigos del ser humano. La peste empieza en Orán, una ciudad dichosa, que a fuerza de tanta alegría se olvida de la misma gente. Se vive el desorden, la algarabía, el frenesí. Mas un extraño día moribundas ratas terminan de expirar en las calles, las cantidades de roedores muertos crece diariamente. Una brutal epidemia arremete contra la ciudad. Irremediablemente la gente va muriendo. Las puertas de la ciudad se cierran confinando en su interior a los habitantes que son asolados con el dolor, la enfermedad, la separación y la muerte.

En medio de la desesperación, se erige la figura del Dr, Bernard Rieux. Médico de profesión, pero ante todo una persona comprometida con su entorno y con su gente.

En los inicios de la epidemia, cada persona y cada familia, vela por su interés interno, pero es el dolor quien se transforma en el mejor maestro y enseña a los habitantes de Oran que frente a la tragedia humana, la única esperanza es el abrazo fraterno de quien comparte la aventura de la vida.

La muerte, la muerte y diariamente la muerte se respira en las casas, en las calles, en los incontables vagones de tren que acarrean los cadáveres a las profundas fosas donde los cuerpos son cremados, apilados desordenadamente en una macabra e incomprensible exterminación de la existencia.

Numerosas historias se cuentan en la ciudad infestada. Cada persona tiene su relato o su tragedia. Directa o indirectamente distintos personajes narran sus vivencias y sus principios alrededor del protagonista, el Dr. Riex. Así, El Padre Paneloux embandera la creencia cristiana de la peste como un castigo divino. Rambert, el periodista que reflexiona que no puede ser feliz si no ayuda a quienes necesitan de su mano. Tarrou, el entrañable amigo, que en medio de su ateismo entiende que cualquier forma de mentira u odio es una forma de muerte. Cottard, la representación de la indiferencia y el pesimismo. Castel, el médico colega; Otón el juez de instrucción, y otros personajes van armando el cuadro de ideologías y vivencias de la ciudad moribunda. Por primera vez existe una igualdad absoluta entre seres humanos. Nadie puede ocultarse de la peste y esta semejanza entre las personas las vuelven más humanas y más tiernas. Una ciudad asolada por la destrucción encuentra los valores de la vida en la enciclopedia de las lágrimas.

Injusticia, dolor y sufrimiento son combatidas por la perseverancia de Bernard Rieux, quien a pesar de la lejanía de su esposa, la muerte de sus amigos, la imposibilidad de salvar a tantos inocentes, sigue considerando que cada día es un horizonte por vivir y conquistar. Su perseverancia debilita a la peste, la misma que después de varios meses vuelve ocultarse para alegría de los hombres. La partida de la peste se celebra entre gritos, bailes y canciones. El Dr. Riex no encuentra calma en su corazón. Sabe que las pestes no mueren, solo se esconden en algún rincón. Con la misma serenidad con la que combatió a la epidemia, recibe la noticia de la muerte de su esposa. Cercado por la nostalgia, entiende que el ser humano tiene derecho a la felicidad, y que el verdadero heroísmo radica en el servicio a los demás.

Esta no es la historia de una ciudad invadida por una enfermedad, Es la historia de todos nosotros, que sin saberlo dejamos reposar la peste en nuestras ropas, en nuestros armarios entre los telares del corazón endurecido y egoísta que solo piensa en el bien individual.

La peste es la guerra que en cualquier lugar del mundo hinca sus atroces garras dejando niños sin padres, ,mujeres sin esposos, familias sin hogar. La peste es el mal que vive en el corazón ignorante del ser humano; es el símbolo de la injusticia, el sufrimiento y la miseria.

La peste esta aquí en nuestra corrupción, en nuestra falta de honestidad, en la desconfianza de creer que no podemos cambiar, cuando en realidad sí podemos ser creadores, ideólogos y constructores de una nueva tierra.

Sí podemos reír y no llorar, alabar y no censurar. Todos tenemos la dulzura para levantar los ojos y decir te amo, podemos extender nuestras manos para abrazar y perdonar, elevar nuestra voz para entonar un himno de libertad y no la parlotería del odio la calumnia o la mentira. Podemos decir que gracias a nuestro pensamiento y a las lecciones del pasado el hombre ya no será lobo del hombre.

No dejemos que la peste despierte sus ratas y las mande a morir en nuestra ciudad dichosa. Levantemos las voces, las manos y las palabras. Porque somos los dueños del presente, la esperanza de un futuro y no hemos nacido para la derrota. Estamos aquí para vivir los sueños, amar el tiempo y levantar el alma de todos los que dijeron: que viva la vida, que viva la libertad, que viva la existencia.

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